sábado, 7 de marzo de 2015

TODO PUEDE CAMBIAR (2005)


“A Bittersweet Life, del director surcoreano Kim Jee-Woon, nos muestra, una vez más, una historia sobre venganza, pero sin muchos adornos ni complicaciones. Sin embargo, es algo más que una simple revisión asiática del filme “Le Samouraï” (1967), del mítico cineasta francés Jean-Pierre Melville. El autor, reconocido hasta ese momento por obras como su ópera prima, la comedia “The Quiet Family” (1998) y el terror fantasmal de “Dos Hermanas” (2003), consiguió asentar su carrera a través de un cambio de género que le llevaría directamente al thriller y a las historias de gángsters para, así, introducirse en el circuito internacional de festivales como el de Sitges, certamen en el que se alzó con el premio a la mejor banda sonora gracias al trabajo realizado en “A Bittersweet Life”. En su posterior filmografía se demuestra su consagración con títulos que han dado la vuelta al mundo, que han funcionado perfectamente en taquilla o que, incluso, han pasado a formar parte de la representación del séptimo arte nacional. “El Bueno, el Malo y el Raro” (2008), “I Saw The Devil” (“Encontré al Diablo”, 2010) o “Doomsday Book” (2012), en la que el realizador decidió experimentar con la ciencia ficción, son los ejemplos más llamativos de una fulgurante carrera.

La película no podía contar con un actor principal más idóneo que Lee Byung-Hun, que desarrolla su carrera entre grandes producciones hollywoodienses y su tierra natal. Para esta ocasión, interpreta a Sunwoo, un gerente de hotel que es la mano derecha de Kang (Kim Young-Chul), un mafioso que decide contar con él para vigilar a su prometida (Jeong Yu-Mi), ya que sospecha que le está siendo infiel. Sin embargo, Sunwoo empieza a tener sentimientos hacia ella, lo que le creará un gran conflicto con su jefe. Romance y cine de gángsters se combinan para crear una cinta encumbrada en la trayectoria cinematográfica de Corea del Sur. Su extenso inicio nos presenta el perfil del protagonista, un elegante y tímido trabajador que esconde un lado oscuro mucho más brutal y violento, cuestión por la que Sunwoo apenas se rodea de conocidos.

Solitario en un camino que parece estar destinado a la autodestrucción, su historia no contiene giros inesperados ni elementos sorpresivos que puedan hacerla despuntar en el género, aunque bien es cierto que el más que correcto tratamiento de su narración hace que capte nuestra atención desde el primer instante y nos haga disfrutar de una producción correctamente elaborada. Poco conocemos del resto de personajes que se mantienen en todo momento en un segundo plano, provocando que Sunwoo sea el único centro de toda una trama que se extiende a lo largo de dos horas exactas de metraje. Los pequeños detalles se suceden sin ninguna explicación, dinamizando un ritmo que ya de por sí no necesitaba fluir con tanta ligereza, pese a que en alguna que otra escena se detenga más de lo debido para crear un aura mucho más dramática.

Como tónica habitual, no podían faltar algunos toques humorísticos, que, a veces, rozan la acidez y, en otras, rompen con el hilo de intriga que se desprende. El refrescante realismo con el que Jee-Woon enfrenta las escenas de acción han convertido a la cinta en una obra indispensable para todo amante de la manufactura surcoreana. El prisma bajo el que se recoge esa crudeza que respira la violencia proporciona un punto de vista que muchas otras películas olvidan o intentan suavizar, pero, en este caso, estamos ante un héroe que peca de antagonista, que posee cierto código moral aún latente y, por supuesto, una humanidad que todavía no ha perdido y que es enfocada a través del personaje femenino. Es muy complicado olvidar las secuelas que dejó la famosa trilogía de su compatriota Park Chan-Wook, llevada a su máximo exponente en la imprescindible “Old Boy” (2003). Un modelo que sigue personificándose en ejemplos como el de “A Bittersweet Life” y que obliga a tener en cuenta ciertos detalles como el peso que cobran las salpicaduras de sangre o la saliva, elementos que por sí solos ya consiguen impactar.

Su director de fotografía Kim Ji-Yong es popularmente conocido por sus intervenciones en la dramática “Silenced” (2011) y la comedia fantástica “Miss Granny” (2014), de Hwang Dong-Hyuk, o el internacional thriller “Hwayi: A Monster Boy” (Jang Joon-Hwan, 2013). No es la primera vez que trabaja con el veterano actor Lee Byung-Hun, ya que en 2010 formaría parte de “The Influence” (J.Q. Lee); ni tampoco con Jee-Woon, a cuyo equipo se uniría en “Doomsday Book” o en su primera producción norteamericana, “El Último Desafío” (2013), la película de acción protagonizada por el mismísimo Arnold Schwarzenegger. Para esta ocasión, los grandes contrastes visuales potencian los juegos de luces y sombras que sacar partido aún más a las escenas de mayor intensidad coreográfica. Bajo la estela del azul intenso tan propio del género, la tensión viene acompañada de una banda sonora muy acertada a cargo de los compositores surcoreanos Dalparan y Jang Yeong-Gyu.

"A Bittersweet Life” es una obra más que correcta que, aunque no logre sorprender ni conseguir despuntar en el mundo del thriller y el cine de gángsters, permite entretenerse de principio a fin con una facilidad pasmosa. Si, además de ello, se cuenta con la presencia de uno de los mejores actores de Corea del Sur, Lee Byung-Hun, el producto no puede ser más atractivo. Un curioso puzzle de dobles apariencias muy propio del séptimo arte contemporáneo en el que el héroe puede llegar a convertirse en todo un perfecto villano con interesantes contradicciones.

Lo mejor: cine negro asiático que mezcla lo mejor de los clásicos occidentales y orientales. Lee Byung-Hun realiza un trabajo impecable e impasible.

Lo peor: la excesiva duración de una historia que podría haberse resumido. La introducción, metida con calzador, de un par de escenas cómicas que rompen el clímax.
 


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