martes, 23 de abril de 2019

ESCAPANDO DE LA VIDA (2017)


Desde los años 90, es bastante común encontrar obras independientes en las que principalmente se trata la deriva que muchas veces caracteriza tanto a nuestra sociedad actual. Ese retrato del mal-estar tan generalizado que rebusca en el existencialismo para desnudar y que obliga a confrontarse con uno mismo sin defensa alguna. Aún a día de hoy sigue siendo un tema recurrente que despierta una inevitable empatía entre los espectadores y que descubre realidades urbanas que, de alguna u otra manera, resultan irremediablemente cercanas. A este tipo de narrativas, en las que todo parece evanescente entre no lugares e impedimentos para vivir, se suma el primer largometraje de la directora, productora y guionista Cati González. “Ekaj”, proyectado en un gran número de festivales, logró alzarse con varios premios principales que funcionan a modo de sello de calidad cuanto menos. Pero, ¿quién es la persona que da título a esta obra?

Ekaj (Jake Mestre) es un joven inocente y solitario, forzado a vagar por las calles debido a que su padre no ha sido capaz de aceptar su homosexualidad. Perdido entre la muchedumbre de Nueva York, es víctima de múltiples infortunios hasta que conoce a Mecca (Badd Idea), con el que termina compartiendo un cigarro. Su nueva amistad le protege, divierte, aconseja y apoya. Es una persona especial entre todo lo que le rodea. Él le enseña a robar, a prostituirse, a ser independiente, a mantenerse en una vida de constantes tropiezos. Ambos salen a trabajar por la noche, mientras que, por el día, se cuelan en el piso del primo de Mecca o buscan refugio entre extraños conocidos. Ekaj crece, descubre un amor erróneo, un negocio para el que sirve, una nueva excusa para consumir drogas que le hagan soportar su día a día. Sin embargo, la salud de Mecca se deteriora demasiado rápido. El SIDA pretende interponerse entre lo más verdadero que tiene Ekaj, su amistad con Mecca.

martes, 9 de abril de 2019

CON EL TIEMPO EN CONTRA (1962)


La directora francesa Agnès Varda nos dejaba en un año de máxima reivindicación feminista. Una mujer que siempre ha permanecido a la sombra de importantes cineastas de la Nouvelle Vague, como Jean-Luc Godard, François Truffaut o Claude Chabrol, entre otros. A pesar de su reconocimiento nacional, es cierto que la historia del cine mundial obvió por completo su papel dentro de este movimiento, tan crucial como otros autores que ayudaron a romper con el clasicismo cinematográfico. Sin embargo, el presente parece tener intenciones de otorgarle el lugar que se merece, aunque hayan transcurrido demasiadas décadas para lograrlo. Toda una pionera desde sus inicios con la ópera prima “La Pointe-Courte” (1955), una película compuesta por dos episodios que mostraban la cotidianidad desde diversos ángulos y que ya dejaba entrever la sofisticación por la que más tarde destacó su autoría.

No sería hasta 1962 cuando Varda suscitó un gran interés con la que es considerada a día de hoy su obra maestra, “Cléo de 5 a 7”. Tras varios cortometrajes de corte documental, la directora regresaba al mundo de la ficción con una narración escrita por ella misma, que fue recompensada con una nominación en el Festival de Cannes de ese mismo año y un premio a mejor película por el Sindicato de Críticos de Cine de Francia. Estamos ante un poético relato de una joven cantante en plena crisis. Cléo (Corinne Marchand) se encuentra a la espera de recibir los resultados de una prueba médica, pero, en su desesperación, visita a una adivina para que le anticipe la noticia. Según ésta, el final de Cléo es terrible, puesto que tiene cáncer. La inquietud de la protagonista por saber su realidad se incrementa con el paso de las horas. Su ayudante, Angèle (Dominique Davray), sus amigos y compañeros de trabajo e, incluso, su amante (José Luis de Vilallonga) no son capaces de consolarla, por lo que Cléo, agobiada por la situación, decide marcharse en soledad, momento en el que, por casualidad, conoce a Antoine (Antoine Bourseiller), un joven soldado que debe marcharse al terminar el día, pero que, eclipsado totalmente por ella, decide acompañarla en tan terrible espera.

martes, 2 de abril de 2019

EL VIBRANTE EXPRESIONISMO ABSTRACTO (1958)


La directora estadounidense de cine independiente y experimental Shirley Clarke bien podría haber sido recordada como una de las precursoras del videoclip contemporáneo, como sucede con Kenneth Anger y su tan célebre “Scorpio Rising”. Más recordada por otras de sus labores, como sus metrajes dedicados a la danza, que tanto conquistaron a la crítica; y su cargo dentro de Unicef y la televisión pública norteamericana; Clarke nunca planeó dedicar su vida al séptimo arte, aunque la influencia de compañeros de estudios, como Hans Richter, o sus más cercanas amistades, entre las que destacaban nombres como Maya Deren, Stan Brakhage o Jonas Mekas; que pudieron tener parte de culpa.

Precisamente, un ejemplo de las influencias que llegaron a su vida fue su cortometraje “Bridges-Go-Round”, que recoge una mirada muy especial de los espectaculares y emblemáticos puentes que atraviesan el puerto de Nueva York. Realizado a partir de grabaciones sobrantes de algunos proyectos anteriores, la pieza transmite una ensoñación rítmica a partir de abstracciones reveladas al son de la música. La historia ha permitido recordar esta obra como un perfecto ejercicio de expresionismo abstracto que contaba con dos bandas sonoras: la primera, una base electrónica a cargo de los pioneros Louis y Bebe Barron; y la segunda, muy diferente, una composición de jazz creada por el compositor Teo Macero. Esto bien pudiera deberse a caprichos de la cineasta o a favores por amistad, pero, en realidad, los posibles problemas con los derechos de autor obligaron a Clarke a contar con una segunda opción como reemplazo. Curiosamente, nunca se produjo tal conflicto, por lo que se pudo exhibir el metraje con ambas piezas, sumergiendo al espectador en dos experiencias que parecen totalmente distintas.