miércoles, 27 de marzo de 2019

LA MIRADA ROMÁNTICA DEL MOVIMIENTO (1923)


Las obras fotográficas de Man Ray son inolvidables. Cómo ignorar la sensual espalda de, por aquellos entonces, su amante, Kiki de Montparnasse, y las efes del violonchelo que dibujó para su “Le violón d’lngres” o las perfectas lágrimas de cristal que mostraban una tristeza irreal y romántica en “Les Larmes”. Su delicada y elegante composición forjaron su popularidad y un hueco en la historia del arte mundial, dejando una huella imborrable en las vanguardias parisinas de principios del siglo XX. Esa sensibilidad que caracterizaba a su propio universo poético le llevó a extender su talento e inquietud a la pintura o el cine, formando parte de corrientes clásicas como el dadaísmo o el surrealismo. 

Entre la década de los 20 y los 40, Man Ray aportó vida a sus magníficas obras. Precisamente, ese movimiento por el que el hombre quedó fascinado con aquel artilugio cinematográfico que se acercaba cada vez más a los sueños. En la retina de los más afortunados quedaría el curioso experimento de “Retorno a la Razón”, una pieza que rompe con los límites del momento, que supone una explosión visual de formas entre un aparente caos estético y que surgió de manera improvisada. El mismo poeta y ensayista rumano Tristan Tzara le encargó un trabajo como parte de “La Soirée duCoeur à barbe”, un programa centrado en cine, música y poesía, que se celebraba en el Théâtre Michel de París el 6 de julio de 1923 y que no estuvo exento de varios imprevistos que pudieron haber destruído el metraje ante un público que, supuestamente, no tuvo tiempo de reaccionar a esta inesperada novedad sin sentido, cuya segunda exhibición fue cancelada junto al resto de las actividades del programa. Sin duda, está claro que nadie quedó indiferente frente a un evento demasiado moderno para su época.

martes, 19 de marzo de 2019

EN EL LABERINTO DE LA CREATIVIDAD (2016)


Hay ciertos directores que han pasado a la historia del cine por su innegable toque de originalidad en unas filmografías que son, cuanto menos, indispensables. Precisamente, uno de ellos es el afamado cineasta estadounidense David Lynch. Hombre enigmático por culpa de una mente inquieta a nivel artístico, es considerado como uno de los grandes maestros de la cámara que ha aglutinado un sinfín de fervientes seguidores. Está claro que o sabes apreciar su trayectoria o detestas su mirada tan personal, pero lo cierto es que nunca pasa indiferente entre los espectadores, especialmente por sus intrincadas narrativas, que a más de uno le sumerge en la máxima incomprensión ante la exigencia de un alto nivel de atención. Sin embargo, el autor no sólo experimenta en el mundo cinematográfico, sino que este loco genio guarda para sí mismo otras facetas desconocidas, aunque, a estas alturas, no resulten tan sorprendentes viniendo de él, puesto que sus primeros cortometrajes ya desvelaban una mente inquieta con ansias de explorar el mundo artístico en todas sus vertientes.

Los directores Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm debutaban tras las cámaras con un documental que trata de esclarecer la identidad más íntima del cineasta, dejando a un lado su perfil de celebridad. Con dos nominaciones en los festivales de Londres y Venecia, “David Lynch: The Art Life” es una obra que rinde homenaje también a sus seguidores y a los espectadores más cinéfilos. Un acercamiento de apenas 90 minutos que supone un viaje a las profundidades en compañía del mismísimo Lynch. Esta coproducción británica-danesa indaga con cuidado en el interior del alma, observa el pincel en movimiento para desvelar, con el tiempo, una más de sus curiosas creaciones, pero evita en todo momento deconstruir por ansias de curiosidad. La cinta enlaza con gran elegancia los diferentes episodios en la vida de Lynch, formando un retrato de su verdadera identidad. 

martes, 5 de marzo de 2019

EN EL ABISMO DEL TRAUMA (2015)


A veces, el colapso de los blockbusters en la cartelera ensombrecen pequeñas, pero muy prometedoras obras que necesitan de una mayor atención. Nuevos talentos que nutren los festivales de cine en busca de una oportunidad, financiación, visibilidad y, en definitiva, abrirse camino en un mundo que parece siempre inalcanzable. Sin ir más lejos, este es el caso de “Moon Young”, un mediometraje de bajo presupuesto realizado por Kim So-Yeon, que formó parte del programa del Festival de Cine Independiente de Seúl en su edición de 2013 y del Indie Forum de 2016 en una primera versión de 43 minutos. Una presentación que pasó totalmente desapercibida, pero que, en cambio, permitió su estreno en la cartelera surcoreana en 2017 con una segunda versión más extendida, llegando a alcanzar los 64 minutos. Tan sólo poco más de 8.000 personas pudieron disfrutar de este trabajo, que, a pesar de ser proyectado en apenas 23 cines del país, logró recaudar 50.768 dólares.

Kim dedica su primera obra a Moon Young (Kim Tae-Ri), una chica muda que siempre carga con una pequeña videocámara para recoger imágenes de todo lo que le rodea. Con ella, filma en secreto a los transeúntes anónimos que pasan a su lado para que el día transcurra más rápido. Por la noche, regresa a su casa, en donde su padre (Park Wan-Gyu) espera borracho y con ganas de discutir por cualquier cosa. Cansada de esta situación, vuelve a coger su cámara y se marcha del apartamento para pasear por las oscuras calles de la ciudad. Sin embargo, un tremendo revuelo le espera a la vuelta de la esquina. Es una pareja discutiendo a voces. Moon Young les espía en silencio hasta que es descubierta por Hee-Soo (Jung Hyun), mientras que su novio Kwon Hyuk-Chul (Park Jung-Sik) trata de escapar de la situación.