viernes, 9 de octubre de 2015

LA VOZ DE UN SUFRIDO ÁNGEL (2014)

Recordamos al director canadiense François Girard por el popular drama “El Violín Rojo” (1998), que se llevó un Oscar a la Mejor Banda Sonora en 1999 gracias a la fantástica labor realizada por el compositor estadounidense John Corigliano. Sin embargo, fuera y a parte de esta obra, el resto de su escasa filmografía pasa sin pena ni gloria. Poco más de 20 años como cineasta en los que ha entregado muy pocos títulos, casi todos irregulares en su desarrollo, como ocurrió en la posterior “Seda (Silk)” (2007), un largometraje que podría haberse convertido en una apasionante cinta de época, tal y como ya apuntaba la asombrosa fotografía que poseía, y que, en cambio, nada en la mediocridad.

Tras siete años desde esta última, el autor se centró en “El Coro”, una apuesta bastante atractiva por el reparto que lo conforma, pero que trata una historia demasiado conocida y explotada. Ben Ripley se hace cargo de contar la vida de Stet (Garrett Wareing), un niño de 11 años que se queda bajo la tutela de su padre, Gerard (Josh Lucas), el cual trata de mantenerle en secreto por miedo a que se entere su otra familia. Tras el fallecimiento de su madre a causa del alcohol, el joven se ha quedado totalmente solo, con el único apoyo de la señorita Steel (Debra Winger), que le acaba convenciendo para que ingrese en un prestigioso internado con el fin de sacar partido a su gran talento: su voz. Allí es donde Wooly (Kevin McHale) se dará cuenta del gran potencial que tiene Stet, al que pondrá al día en los estudios y le conseguirá una gran oportunidad en su vida: cantar en uno de los mejores coros del país. Para ello, Carvell (Dustin Hoffman) tiene que dar su consentimiento, algo que es bastante complicado y más teniendo al portentoso Devon (Joe West) como voz principal y protegido por el profesor Drake (Eddie Izzard).

Como se puede apreciar, estamos ante otra producción sobre familias disfuncionales, niños con carácter que no piensan en su futuro, sino en los problemas, la soledad y la falta de cariño que poseen. Dones que, aunque en este caso se evaporen con la llegada de la pubertad, convierten a las personas en seres especiales, pero que, en cambio, no saben cómo sacar provecho de ello. Es ahí donde siempre entra la figura del instructor quien acaba sintiendo compasión, pero que, o bien trata de empatizar con el protagonista y le lleva por el camino de la comprensión, tal y como ocurría en la popular “Los Chicos del Coro” (Christophe Barratier, 2004), o, al final, se decanta por una férrea disciplina, en el caso de, por ejemplo, “Billy Elliot” (Stephen Daldry, 2000), o por obtener el esfuerzo a través del duro reto, del enfrentamiento verbal, y por extraer una competitividad con la que habitualmente se funciona en Estados Unidos, donde lo importante es ser el mejor por encima de todo, como sucedía en la reciente “Whiplash” (Damien Chazelle, 2014).

Es evidente que su principal atractivo es el elenco con el que cuenta, capitaneado por el veterano Dustin Hoffman en un papel realmente cómodo, que no entraña ningún tipo de esfuerzo por su parte y que, inevitablemente, apenas destaca en su engrosada filmografía. Por su parte, el gran protagonista de la narración es el joven Wareing al frente de su primera aparición en pantalla. Una grata sorpresa de un niño que sólo tiene experiencia en cortometrajes y que realiza una labor perfecta y sumamente empática llevando todo el peso de la trama. Es indudable que tanto él como su adversario en la cinta, West, gozan de un talento vocal asombroso.

El resto del reparto tampoco pasa desapercibido. Es un placer volver a ver a la actriz Debra Winger llevando a cabo un trabajo más que satisfactorio y emotivo como vital apoyo del niño. Junto a ella, un casi irreconocible Izzard que se presenta majestuoso y con altivez, un entrañable McHale, Lucas, con un personaje difícil de sacar adelante al verse en la encrucijada de mantener en secreto a un hijo por miedo a que su actual esposa le rechace, y Kathy Bates, la directora del prestigioso centro, que goza de una interpretación muy agradable por los toques de elegante comicidad que suministra al guion y que hacen respirar al dramatismo de la obra.

“El Coro” es un largometraje sencillo, bonito, sentimental, que funciona a la perfección con una historia de sobra conocida y que no sorprende en absoluto, puesto que ya sabemos cómo será el inevitable desenlace. Girard ha preferido no arriesgar y someterse a los típicos patrones del género para conseguir gustar al máximo público posible. Dosis de superación personal bajo el telón del alimento educacional que aporta la música, del aprovechamiento de grandes oportunidades, del enfrentamiento ante la adversidad y del esplendor tras el tesón y el esfuerzo.

El director David Franco se encarga de la fantástica labor de fotografía, que aprovecha la solemnidad de los espacios y que sirve de acompañamiento al pilar fundamental de la obra, una banda sonora espectacular a cargo del compositor y músico canadiense Brian Byrne. Temas corales clásicos y las voces angelicales de unos niños que consiguen poner el bello de punta.

Es inevitable que el convencional trabajo de “El Coro” no falle gracias a la elegancia con la que saca partido a una trama demasiado explotada. El autor logra cumplir con la simple función de entretener a su espectador y de crear la emotividad necesaria para que, efectivamente, logre empatizar con Stet, pero de ahí a que se convierta en un taquillazo o en una película a recordar en nuestras vidas hay una gran diferencia.

Lo mejor: el reclamo de utilizar a Dustin Hoffman que, como siempre, es un magnífico atractivo. La impresionante banda sonora de la que hace gala.

Lo peor: la previsibilidad en la narración.



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