miércoles, 9 de septiembre de 2015

CUANDO LAS LÁGRIMAS SE RETUERCEN (2014)



Tras visualizar el famoso documental “My Love, Don’t Cross That River”, del director y guionista Jin Mo-Young, resulta más que comprensible que haya causado tanta sensación entre el público y la crítica internacional durante los años 2014 y 2015, en los que fue premiado en el Festival de Cine de Los Ángeles y se convirtió en todo un éxito en la taquilla nacional pese a ser una cinta independiente y de bajo presupuesto. El debut del surcoreano no pudo ser más soberbio y es que el boca a boca encumbró este espléndido trabajo que debería incluir en su inicio un mensaje de advertencia: todo lo que vamos a ver es la pura realidad y, en vistas de la intensidad de esta historia, es recomendable mantener un par de paquetes de kleenex a mano.

La película, que, en primer lugar, se presentó en 2011 a través de la cadena de televisión KBS en forma de una miniserie de 5 capítulos, sigue la vida de una pareja de ancianos durante 15 meses. Jo Byeong-Man tiene 98 años, mientras que su querida esposa, Kang Kye-Yeol, cumple 89 y llevan nada menos que 76 de matrimonio, pero la diferencia entre otros muchos es que ellos se siguen queriendo como la primera vez que se conocieron. Usan hanbok, el traje tradicional, a juego y tontean como dos adolescentes. Sus coloridos trajes enfrentan la monotonía del paisaje y permiten exteriorizar la gran vitalidad de ambos. Cantan, bailan, se regalan flores o se tiran bolas de nieve, agua o las hojas secas que trae el otoño. Así es su día a día, en una clásica casa oriental, donde los dos conviven en la más absoluta soledad, pero el hombre padece una enfermedad que poco a poco va empeorando y, precisamente, con el esperado y doloroso final de ambos, es por donde empieza esta historia. En las primeras imágenes del documental descubrimos un paisaje nevado de gran belleza, pero pronto se apaga el deleite al descubrir a la pobre Kye-Yeol arrodillada sobre el gélido suelo, mientras llora la pérdida de su ser más preciado. Minutos después, Mo-Young no pierde el tiempo y nos traslada a un pasado cercano lleno de felicidad, convirtiendo lo que prometía ser un drama lacrimógeno y desgarrador en una entrañable comedia romántica que resulta ser verdad.

El amor que se profesan ambos supera cualquier tipo de obstáculos, pero, por desgracia, para ellos es inevitable tener presente que muy pronto uno de los dos tendrá que marcharse. A veces, comentan entre bromas lo que podría suceder cuando el otro no esté, en cómo sobrevivir cuando uno deja atrás a su único y verdadero amor. Mientras tanto, continúan su rutina cogidos de la mano para pasear o, incluso, abrazados para dormir. Él se muestra como un auténtico caballero, a pesar de que muchas veces no pueda evitar chincharla. Todavía sigue viendo a aquella bella joven a través de su arrugado rostro, que acaricia por la noche como si protegiera un gran tesoro. Ella se rinde ante sus divertidos juegos, adora verle comer todo lo que le prepara y le mira con tal dulzura que nos llega a dejar atónitos.

A partir de algunas escenas cotidianas y de entrevistas, se va construyendo el fin de un romance infinito. Kye-Yeol revela que le conoció con tan sólo 14 años, pero que le robó el corazón al saber esperarla hasta que estuviera preparada para aceptarle, mientras que él cuidó de ella desde el primer momento. La imagen de sus 6 hijos perdidos, uno de ellos durante la guerra de Corea, perdura en sus mentes como el mayor dolor de sus vidas, pero, a pesar de ello, son felices con lo que tienen, con su descendencia restante, sus dos perras y su eterna compañía. Mo-Young nos invita a presenciar un poderoso romance basado en la confianza, el respeto mutuo y la pasión más pura. Un cuento de hadas bañado en la amargura de la inevitable pérdida, que viene alimentada por una de las emociones más humanas que puedan existir. Bajo la tranquilidad de un apacible relato, recibimos pequeñas dosis o avisos de que se aproximan instantes verdaderamente desgarradores y que, quienes hayan sentido la pérdida de alguien cercano, sentirán el recuerdo en todo su apogeo  hasta el límite de la extenuación.

Tras la importancia de esta relación, se esconde otro tipo de intereses, como la posibilidad de poder disfrutar de la rutina y el estilo de vida más tradicional, observando atentamente el interior de la vieja casa, sus costumbres y, principalmente, esa sabiduría tan preciada que nuestros ancianos nos dejan como legado y que, como es obvio, forma parte del diálogo entre Kye-Yeol y Byeong-Man.

La llegada de la primera nevada nos ofrece la belleza del invierno sobre las montañas de Hoengseong, en la provincia de Gangwon, al norte del país. Un espacio que es invadido por un apacible silencio, únicamente interrumpido por delicadas melodías a piano estratégicamente situadas, que logran aportar mayor sensibilidad al metraje, pero que no toman protagonismo en ningún instante.

Y una vez que transcurren esos 15 meses en tan sólo 86 minutos de metraje, cuando el mayor dolor ha dejado una gran cicatriz, nos damos cuenta de que “My Love, Don’t Cross That River” es un documental francamente especial y de obligado visionado. Su sencillez cala profundamente convirtiéndola en una película difícil de olvidar en el tiempo gracias a la excepcional historia de nuestros queridos Kye-Yeol y Byeong-Man.

Lo mejor: los posos que deja como rastro este fabuloso trabajo.

Lo peor: la falta de kleenex durante el visionado.


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