jueves, 6 de agosto de 2015

DINERO, SEXO Y DROGAS (2013)



Es indudable que “El Lobo de Wall Street” es una de las cintas más gamberras del veterano cineasta Martin Scorsese. Tres horas de máximo desfase pasado de rosca con excesos de todo tipo y una historia repleta de exuberancias hasta el extremo. El afamado autor se embarcó en un trabajo de lo más intrépido y chispeante, sobre el que reposa toda la comicidad en el personaje de Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio), un sobradamente carismático broker sin conciencia que llega a Wall Street como una especie de huracán. Gracias a su descaro, se convierte en multimillonario a través de un negocio fraudulento junto a su compañero Donnie (Jonah Hill). El dinero le lleva a la locura de una vida de desenfreno, adicción a las drogas, al alcohol y al sexo. El largometraje, basado en las memorias del ex-corredor de bolsa Jordan Belfort, retrata no sólo su extraordinaria subida a la cúspide y su enriquecimiento durante la década de los 80, trayectoria que recogieron multitud de medios de comunicación, sino que, además y, como no iba a ser menos, su estrepitosa caída directa a la realidad, que fue aún peor.

Sus 5 nominaciones a los Oscars en 2013, entre las que se incluye la de mejor película y director, recompensaron, en parte, el esfuerzo de Scorsese y DiCaprio, quien puso todo su empeño para adjudicarse este proyecto tras varios años de insistencia. Un dúo inseparable desde “Gangs of New York” en 2002, donde realizaron una estupenda primera colaboración y que les ha llevado a seguir aliándose hasta, incluso, conseguir concentrar al gran Robert De Niro y Brad Pitt en el cortometraje “The Audition”, que se proyectará el próximo septiembre durante la 72ª edición de la Mostra de Venecia. 

En esta ocasión, el elenco no puede ser más excepcional. DiCaprio se mete en la piel de un hombre que parte de un mundo humilde propio de la clase obrera, pero que posee unas aspiraciones que lleva a la práctica de inmediato. Su fascinación por los negocios y el rápido aprendizaje del funcionamiento de la Bolsa provocan que en poco tiempo se vea inaugurando su propia empresa, pero la avaricia y sus ansias de poder le introducen en una vida caótica en la que todo lo que había cosechado se le escapa de las manos tan vertiginosamente como en su día lo alcanzó. Ególatra, sin valores morales ni escrúpulos y codicioso hasta límites insospechados, logra llevar hasta el extremo el famoso “sueño americano”, riéndose de las autoridades y de todos aquellos compañeros que no comprenden la razón de su éxito. Y es que el dinero en grandes cantidades puede hacer cambiar totalmente a las personas, por lo que Belfort comienza a coleccionar billetes porque sí, porque le apetece y porque, sencillamente, con ellos puede hacer lo que le venga en gana en cualquier momento, una libertad que parece no tener fin. Efectivamente, y siendo sinceros, a más de uno le producirá cierta envidia el hecho de que el protagonista tenga esa facilidad para tener todo lo que desea entre sus manos, pero todo ese mundo idealista de alocadas fiestas, atractivas mujeres, de desfases con las drogas, en el que cabe la posibilidad de comprar a cualquier persona, termina yéndose a pique irremediablemente. Tal vez, DiCaprio no consiguió el tan ansiado Oscar por esta brillante actuación, pero lo que sí es cierto es que resulta impecable en su trabajo. Una trayectoria en la que continúa con su labor de demostrar que sirve para cualquier papel que le pongan sobre la mesa, más allá del típico guaperas hollywoodiense que, allá por 1996, se embarcaba en la libre adaptación del clásico de William Shakespeare, “Romeo + Julieta” (Baz Luhrmann) o, un año después, el posterior romance ya manido de la ingrata “Titanic” (James Cameron).

Por detrás, Donnie, su cómplice y mano derecha, es encarnado por la antigua imagen de Jonah Hill tras su sorprendente pérdida de peso. Ambos actores despliegan una fantástica química en pantalla, sobre todo, en los momentos de mayor comicidad que, por supuesto, vienen protagonizados por ambos. Al elenco se suma un pequeño cameo, al principio de la cinta, del actor del momento, Matthew McConaughey. Una especie de maestro para Befort, que no duda en darle una serie de consejos para llegar a la cima, como drogarse habitualmente o masturbarse un par de veces al día.

Con tan controvertida historia, Scorsese prefiere que las críticas pasen desapercibidas y dejar que el espectador haga sus propias valoraciones, que, por cierto, resultan más que inevitables. Y es que, mientras que en los inicios del largometraje disfrutamos con el frenesí del gamberrismo, el autor decide dilatar más de hora y media este torbellino hasta el punto de que sintamos repugnancia y hartazgo por tal extenuante vida.

El afilado humor negro embriaga hasta arrastrarnos al interior de una trama que, en ocasiones, se eterniza, pese a que la voz en off del protagonista otorga dinamismo acompañando a un metraje que apenas deja respiro. El mexicano Rodrigo Prieto se encarga de la labor fotográfica de forma refinada y siempre correctamente ambienta en la desenfrenada y bursátil década de los 80. Por su parte, la banda sonora no podía ser menos, con temas como el “Insane In The Brain”, de Cypress Hill, el siempre polémico “Baby Got Back”, de Sir Mix-a-Lot, “Ça Plane Pour Moi”, de Plastic Bertrand, o “Everlong”, de Foo Fighters, entre otros muchos, aunque curiosamente destaca por encima de todos el popular “Gloria”, de Umberto Tozzi, que ambienta una de las escenas más sobresalientes a nivel técnico. Scorsese explora su lado más divertido y salvaje con “El Lobo de Wall Street” para, como siempre, presentarnos un trabajo impecable, pero realmente agotador.

Lo mejor: el cameo realizado por el verdadero Jordan Belfort en la recta final del filme. La escena protagonizada por DiCaprio y Hill en la que acaban consumiendo, por desesperación, droga caducada, cuyos efectos crean uno de los mejores momentos de la película. La actuación del actor californiano, que, pese a no llevarse la codiciada estatuilla a casa, hace una estupenda labor de interpretación.

Lo peor: las 3 horas de duración pueden acabar con la paciencia de muchos durante su primera mitad, en la que asistimos a fiesta tras fiesta de una forma interminable.



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