viernes, 15 de julio de 2016

MEMORIA E IDENTIDAD (2015)



Una de las misiones que posee el género documental y que, por tanto, le convierten en un tipo de cine más cercano y especial, es la de dar voz a quienes no la poseen, hacer visible todo lo que desconocemos, las realidades que se esconden tras la información generalizada de los medios de comunicación. Una plataforma que sigue conquistando lentamente, a pesar de merecer un mayor espacio en las carteleras nacionales. “District Zero” es un ejemplo más de ello, una pequeña ventana que nos ofrece una mirada a lugares que siguen resultando lejanos, pero que guarda una meta de gran valor. La pieza, estrenada en el Festival de San Sebastián en 2015 y realizada por los directores Jorge Fernández Mayoral, Pablo Tosco y Pablo Iraburu, forma parte de “EUsaveLIVES-You Save Lives”, una iniciativa llevada a cabo por la Dirección General de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea y Oxfam Intermón en la que se muestra el día a día del segundo campo de refugiados más grande, el de Zaatari, situado en Jordania.

Maamun Al Wadi es un refugiado sirio que posee una pequeña tienda dentro de la zona. En ella vende móviles, tarjetas de memoria, baterías, hace recargas, repara los dispositivos y lleva a cabo todo lo necesario para que esas 82.000 personas puedan estar en contacto con el exterior. Ahora, se plantea la posibilidad de salir del campo y comprar en la ciudad más próxima una impresora fotográfica para que los recuerdos de sus paisanos puedan estar más cerca de ellos. A través de sus ojos, se registran las historias de quienes dejaron atrás a sus seres queridos y se encuentran en una especie de limbo del que sienten no formar parte, pero que necesitan para poner a sus familias a salvo de la propia codicia y odio que el ser humano ha generado.

Ninguno de ellos ha querido marcharse de Siria, pero todos se han visto obligados a abandonar sus hogares para buscar cierta estabilidad, a huir del drama de la guerra, a esquivar todos los obstáculos que se han encontrado en su camino. En apenas 65 minutos de metraje se resumen, muy acertadamente, los anhelos, emociones, reflexiones y dilemas a los que deben enfrentarse, haciendo que se respire una honestidad sin igual que deja espacio a la esperanza de poder volver a su origen y reconstruir los pedazos que quedan de sus vidas. Mientras tanto, la rutina se instala en Zaatari, un campo en donde su situación no parece avanzar, siendo considerado sólo como un lugar de paso en donde todo es angustiosamente momentáneo.

A través de Maamun somos testigos de los recuerdos de sus compatriotas, aquéllos que acuden a su tienda para mostrarle fotos de sus padres, hermanos y amigos, de aquellas familias rotas por las que siguen en pie y con las que tratan de no perder el contacto gracias a sus móviles. En sus memorias sólo existe un apacible pasado que intenta borrar el atroz presente, el del horror y la plena destrucción de todo lo que conocían. Esos retratos han formado parte del escaso equipaje que traían consigo, son sus bienes más preciados y el único medio para mostrar a las próximas generaciones los seres queridos que forman parte de sus vidas, aunque sea en la lejanía.

Hay quienes han encontrado la estabilidad en Zaatari. La rutina en sus rezos y la felicidad de ver cómo sus hijos pueden jugar, ir a la escuela o tener la posibilidad de acudir al hospital siempre que sea necesario hacen que se sientan seguros dentro de los muros, por lo que no se plantean regresar a Siria, mientras que Maanum echa de menos sus raíces. “Dormir o morir, ¿qué diferencia hay?”, le comenta a su mejor amigo desde el exterior del campo de refugiados. Él no es más que un ejemplo de todos aquéllos que sienten cómo se les ha arrebatado sus vidas, su identidad. Precisamente, esta es la cuestión que los autores intentan abordar desde el principio del metraje, haciendo ver cómo han dejado de ser quienes son y cómo siguen conectados con la tierra que les vio nacer.

Rostros tras los números que aportan los medios de comunicación y que en “District Zero” cobran un significado especial. La cámara de F. Mayoral, Tosco e Iraburu se inmiscuye en su actual día a día, en su más sincera intimidad sin necesidad de entrevistas, sino que, de una manera indirecta, permiten observar y, con ello, demostrar cómo no son un simple rebaño hacinado entre muros, entre pequeñas casas prefabricadas. Una interesante producción que, a pesar de contar con una escasa duración y  poca difusión, consigue trasladar la emoción necesaria para comprender el gran número de familias rotas, de víctimas de la ambición y de, en definitiva, quienes han tenido que emprender la marcha para sobrevivir.

Lo mejor: la cercanía con la que se muestra el campo de refugiados.

Lo peor: su escasa duración y, lo que es peor, su poca difusión.


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