martes, 5 de julio de 2016

DESTRUIR PARA CREAR (2015)



Uno nunca sabe cómo evitar los obstáculos de esta vida, cómo no tropezar con las piedras puestas en el camino. El ser humano tampoco está preparado de antemano para superar las desgracias, sino que, una vez suceden, cada persona responde de forma inesperada, ya sea poniéndose en manos de un profesional, acudiendo a sus más allegados para desahogarse o cerrarse en sí mismo con el fin de pasar el mal trago cuanto antes. La muerte es el hecho más seguro, lo que sabemos que sucederá tarde o temprano, pero nadie está capacitado para enfrentarse a ella. Es imposible superar la pérdida de un ser querido, sino que tan sólo nos queda aprender a vivir con su ausencia e ir restaurando la rutina poco a poco.

Con esta premisa se construye "Demolición", del director canadiense Jean-Marc Vallée, que sigue profundizando en la sensibilidad de las emociones, en historias humanas de contenido reflexivo y gran calado. El misticismo romántico de “Café de Flore” (2011) y la oscarizada “Dallas Buyers Club” (2013) dieron paso a una etapa en la que el autor prefiere experimentar con la fortaleza de sus protagonistas. Si con “Alma Salvaje” (2014) veíamos cómo Cheryl Strayed (Reesse Witherspoon) se refugiaba en la naturaleza tras su divorcio y el fallecimiento de su madre, en “Demolición” se pasa el testigo a Davis Mitchell (Jake Gyllenhaal), un ejecutivo de éxito que trabaja para su suegro, Phil (Chris Cooper), y que, inesperadamente, ve cómo su día a día se quiebra en el instante en el que se entera de que su esposa, Julia (Heather Lind), tiene un fatídico accidente de tráfico. Con los sentimientos a flor de piel, acaba peleándose en el hospital con una máquina de refrescos que se queda con su dinero, por lo que decide ponerse en contacto con la compañía y poner una queja. Así es como conoce a Karen (Naomi Watts), que atiende el teléfono de la empresa y que recibe sus cartas de protesta; y a su hijo Chris (Judah Lewis), en quien encontrará una amistad y apoyo que otros no son capaces de brindarle.

A través de su título, es fácil suponer que el personaje de Davis entre en un estado de caos ante el infortunio y, sin embargo, se produce un trastoque de su realidad que le lleva a aclarar sus propios pensamientos. Es, por tanto, una narración de doble filo, en la que no se ofrece ningún tipo de sorpresas ni giros inesperados, pero sí una especie de consuelo imaginativo que no recurre en efectos melodramáticos ni dosis esperanzadoras que edulcoren la trama. El cineasta prefiere pecar de sencillez y credibilidad para cautivar, desgranando cada detalle para no caer en interpretaciones innecesarias, pero mostrando un proceso de crecimiento psicológico que se extiende a lo largo de los 100 minutos de metraje. Davis se ve forzado a reconstruir su vida, pero esta vez a su manera, sin emociones controladas, sin actos políticamente correctos y sin tener que verse obligado a hacer nada.

A fuego lento, el drama deja pequeñas semillas de un exquisito toque de comicidad, suavizando ciertos golpes que, en conjunto, son demoledores por su inevitable empatía. Vallée captura nuestra atención desde el primer instante con una facilidad pasmosa no por lo que sucede, sino por cómo es capaz de encarar su propia creación, ese bloqueo emocional que sufre Davis y cómo su alrededor se ve involucrado de formas muy diferentes. Unos personajes que le conducen por el camino que él desea y que van completando la perspectiva que ofrece “Demolición”.

Gyllenhaal es quien soporta el peso de toda la cinta. Más carismático que en otras ocasiones, logra desplegar todas sus dotes interpretativas en un trabajo totalmente impecable que transmite todo tipo de emociones. Davis no es ningún héroe, sino que posee multitud de contrastes, de sombras ocultas que hasta el accidente de su mujer no había mostrado y que mucho menos conocía, lo que le lleva a proyectar un desarrollo psicológico realmente complicado. Por su parte, Watts, en un segundo plano y con un personaje en el que no se profundiza del todo, pasa desapercibida, llegando a ser incluso innecesaria con el transcurso de la película. En cambio, su hijo Chris, encarnado por toda una joven promesa como Lewis, capta toda la atención al compartir escenas con Gyllenhaal en las que se respira una química prácticamente hipnótica. Muy destacable es la labor realizada por Cooper, que, en su papel de suegro y de padre que ha perdido inesperadamente a su hija, proyecta fuertes emociones de desgarro e incomprensión, de constante lucha entre su dolor y la inexplicable conducta que tiene su yerno.

El director de fotografía Yves Bélanger complementa el sencillo montaje del autor con una imagen cada vez más minimalista y una neutralidad cromática sumamente potente que, incluso, parece nublar nuestra vista, tal y como le ocurre a Davis. Tras colaborar en producciones de la talla de “Brooklyn” (John Crowley, 2015) o “Laurence Anyways” (Xavier Dolan, 2012), vuelve a formar equipo con Vallée después de los proyectos “Dallas Buyer Club” y “Alma Salvaje”. Tal vez “Demolición” tiene una presencia más pequeña comparado con sus títulos de mayor éxito, pero lo que sí es cierto es que el autor se encuentra en plena forma, profundizando en la psique de sus personajes con grandes dosis de sinceridad y realidad y dejando las emociones a flor de piel.

Lo mejor: el desarrollo psicológico del protagonista. La cautivadora sencillez con la que plasma una historia que no nos es tan desconocida.

Lo peor: ciertos personajes secundarios no reciben la atención merecida.


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