viernes, 29 de julio de 2016

ROMANTICISMO IDEOLÓGICO (2015)



Año 1899, Tercera República Francesa, París. Nos encontramos en una época totalmente inestable, en la que el idealismo político colapsa las portadas de los periódicos locales, ya sea retratando la profunda crisis en la que se ve inmerso el socialismo (corriente que poco a poco se irá transformando en un partido social-liberal que se mantiene en la actualidad) o bien mostrando los últimos atentados del anarquismo que bañan de sangre la capital. Los incesantes disturbios propiciados por el aumento masivo del proletariado y el consiguiente nacimiento de estos nuevos pensamientos y vertientes, se expanden por Europa con asombrosa rapidez, provocando incesantes batallas entre las autoridades y los obreros, jóvenes y primeros sindicatos. En recuerdo de este turbulento periodo de nuestra historia surge “Los Anarquistas”, el segundo largometraje del director francés Elie Wajeman, que sirvió de apertura de la 54ª Semana de la Crítica del Festival de Cannes y que generó grandes expectativas tras su excelente debut con el drama “Alyah” (2012).

Jean Albertini (Tahar Rahim) es un policía que se mantiene al margen de todo movimiento político. Es un hombre sin familia, acostumbrado a la soledad y hastiado de la rutina en su trabajo. Un día, Gaspard (Cédric Kahn), el inspector jefe, le encarga la misión de espiar a uno de los grupos de jóvenes anarquistas que forma parte de los constantes altercados que siguen teniendo lugar a las puertas del cambio de siglo. Para ello, consigue trabajo dentro de la industria, lo que le facilita poder acercarse a los compañeros más concienciados con la causa. No tardará abandonar su antigua vida en un pequeño apartamento para trasladarse a un acomodado piso propiedad de los padres de Marie-Louise Chevandier (Sarah Le Picard), una desencantada burguesa que apoya a la revolución. Allí convivirá con Marcel Deloche, apodado Biscuit (Karim Leklou), más preocupado por los encantos del género femenino; el líder y contacto directo con otros anarquistas, Elisée Mayer (Swann Arlaud), el enfermizo Eugène Levèque (Guillaume Gouix) y su atractiva y decidida novia Judith Lorillard (Adèle Exarchopoulos), una futura maestra por la que sentirá una atracción prohibida. Albertini será testigo directo del pensamiento idealista del grupo, sus inquietudes, las causas por las que luchan y la forma en la que se financian.

Wajeman se adentra en el pasado rompiendo con las expectativas que había generado tras un aplaudido primer trabajo, ya que su contenida historia adopta un camino muy poco arriesgado, sin ambiciones y, lo que es peor, demasiado previsible. Traición y romance van de la mano en una narración de la que se esperaba más exposición histórica en lugar de otorgar gran parte de su protagonismo al dramatismo romántico y pasional de Albertini y Judith, con la que el argumento tiende a perderse junto a nuestra propia atención. Sin embargo, los instantes centrados en la actuación del grupo anarquista recuperan la atracción por esa supuesta premisa con la que iniciaba la película. El club nocturno, el vandalismo en propiedades acomodadas, las reuniones con otros líderes del movimiento o los planes para llevar a cabo insurrecciones en el centro de la capital resultan escenas de lo más poderosas junto a diálogos que beben de la literatura clásica francesa y que rezuman tensión ante la posibilidad de que el protagonista sea descubierto.

Con un final que llama a la revolución y una visión muy difusa de la violencia con la que actúa el anarquismo, el tradicional juego del espía inyecta cierta adrenalina a pesar de ser excesivamente predecible y de poseer un ritmo irregular que, sólo en los momentos de mayor acción, recobra algo de dinamismo, pero sin llegar nunca a desembocar en un auténtico clímax. De igual manera, el autor centra sus recursos en el grupo, pero no aporta una visión del movimiento más allá de unas contadas secuencias, captando principalmente los conflictos internos entre los personajes, sus inseguridades, pero, sobre todo, sus anhelos de cambiar el futuro, esas causas por las que sienten que deben seguir adelante con su idealismo. El aislamiento de la banda con su exterior nos extrae de su contextualización en más de una ocasión, que, a pesar de ser magnífica en su comienzo, pierde parte de su rigor en favor del romanticismo, tanto de la pareja como de la situación histórica.

Entre su fantástico elenco destaca la joven actriz Adèle Exarchopoulos, imparable desde su papel protagónico en la popular “La Vida de Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013) y considerada como uno de los principales encantos interpretativos del cine francés de los últimos años. Dulce, insinuante, ideológicamente pasional y de fortaleza desbordante, logra embellecer ese retrato idealista del que hace gala el cineasta. Por su parte, Tahar Rahim sigue escalando profesionalmente y cumple notablemente con su cometido entre el amor y el odio con un personaje a la deriva, que, en cierta manera, se ha conformado con lo que le rodea hasta llegar a sentir total indiferencia. Igualmente, destaca la labor realizada por el actor Guillaume Gouix con un interesante papel que el autor victimiza y fortalece muy acertadamente a su antojo.

Wajeman vuelve a contar con el director de fotografía David Chizallet, aclamado por su trabajo en la premiada “Mustang” (Deniz Gamze Ergüven, 2015). En esta ocasión, su perfecto acercamiento a finales del siglo XIX se traduce en un sombrío ambiente revolucionario de tonos azules y una iluminación casi onírica. Una auténtica delicia para la vista que emula el frío y apagado invierno parisino y que viene acompañada por una solemne banda sonora totalmente apropiada. Pese a ello, la falta de intensidad dramática pasa factura a “Los Anarquistas”, que, aunque parte de una premisa de lo más atractiva, se debilita con el transcurso de los poco más de 100 minutos de metraje. Sin emotividad se pierde cualquier tipo de empatía, manteniendo constantemente una distancia con los personajes que es difícil de traspasar. Ese thriller histórico que prometía ser todo un acierto se convierte en un drama romántico de época que ahoga una trama que parecía ser más explosiva.

Lo mejor: la calidad de la puesta en escena y ciertos momentos narrativos de gran interés.

Lo peor: el peso que posee su lado más romántico, tanto de la trama entre Judith y Albertini, como de la visión que Wajeman presenta del anarquismo.


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