jueves, 27 de agosto de 2020

LA NATURALEZA REPRIMIDA (2019)

Desde los años 60 y por más de dos décadas, Sudáfrica mantuvo una encarnizada lucha en contra de la insurgencia del sur de África, en lo que terminó por denominarse la Guerra de la frontera de Sudáfrica. El conflicto con Namibia, Zambia y Angola se avivó especialmente en su recta final, durante los primeros años de la década de los 80. Para entonces, los jóvenes a partir de 16 años se incorporaban a la actividad militar, cuya formación se extendía por dos años, y a la que se sumaban otros diez o doce mientras permanecían en la reserva. Testigo de ello fue el escritor André-Carl Van der Merwe, que, para entonces, era tan solo un muchacho sudafricano que, en 1981, tuvo que pasar por la misma experiencia, la cual terminó convirtiéndose en su primer libro, una autobiografía basada en sus propios diarios. Su propio apodo, “Moffie”, además, se transformó en una película, que supone el cuarto largometraje del director y guionista sudafricano Oliver Hermanus.

El cineasta cuenta con experiencia en el género del drama. Es más, sus anteriores obras le han encumbrado no solo dentro de la industria cinematográfica, sino también en el circuito de festivales internacionales de cine. No es baladí que Hermanus haya recibido un gran reconocimiento por “Shirley Adams” (2009) en Amiens o “Beauty (Skoonheid)” (2011) en Cannes y Durban. Por supuesto, este cuarto trabajo tampoco se quedó atrás, aglutinando premios en Dublín o Tesalónica, además de abrirle las puertas del Festival de Venecia. Su historia comienza en la última noche de Nicholas van der Swart (Kai Luke Brummer) junto a su familia. El joven se despide para tomar el tren al día siguiente. Allí conoce a Michael Sachs (Matthew Vey), otro adolescente que se prepara para recibir la instrucción. Una vez llegan a la base militar, el instructor les inicia en los primeros pasos de dos años de insufrible entrenamiento. La debilidad, la desobediencia o la homosexualidad son castigadas con brutalidad. Nicholas lo comprueba desde los primeros días y más cuando él es homosexual.

La película de Hermanus contiene el testimonio de una experiencia terrible para cualquier adolescente. Para Nicholas es importante pasar desapercibido, puesto que considera que es la manera más inteligente de sobrevivir en un lugar hostil. Sin embargo, su autodefensa no impide que algunos de sus compañeros vivan un auténtico infierno o que, incluso, lleguen a desaparecer misteriosamente de la noche a la mañana. Por ello, el joven hace frente, de la mejor manera posible, a los matones, a los abusos de su instructor, al odio generalizado, pero también tiene que superar pruebas que, a día de hoy, son inconcebibles para un chico de 16 años, como es matar. A tan temprana edad, aprenderá a reflexionar y valorar su vida anterior. Para entonces, Nicholas ya no será la misma persona que bajó del tren durante su primer día y formó en fila para subir a un camión militar sin saber a dónde iba exactamente y qué le esperaba. Ahora cuenta además con ciertos traumas que nunca olvidará.

Hermanus nos introduce en una narración sin debilidades ni cabos sueltos, que se extiende en casi 105 minutos de duración. Precisamente por ello y por el valor que contiene su historia, la cinta es lo suficientemente recomendable para su visionado y, por supuesto, para su posterior reflexión. Hablamos de represión, violencia, brutalidad, experimentos sanitarios inservibles y obsoletos, abusos, explotación o drogas para pasar cualquier mal trago, pero también de apoyo, amistad y compañerismo, aunque estas últimas cuestiones sean una triste minoría. Son tiempos en los que algunos debían reprimir su verdadero ser sobre un escenario de muerte y destrucción. Esa atmósfera bélica de la que nunca nos olvidamos corre a cargo del director de fotografía Jamie Ramsay, con quien Hermanus suele contar habitualmente para sus obras. En esta ocasión, el paisaje sudafricano se acentúa especialmente para resaltar el enfrentamiento que existe no solo en el interior del pabellón de los jóvenes novatos, sino también en su exterior y que, además, permite destacar la tensión existente desde los primeros minutos de la trama. 

El actor Kai Luke Brummer carga con el peso dramático de toda la obra. “Moffie” supone un absoluto acierto en su carrera, especialmente si tenemos en cuenta el escaso recorrido que poseía con anterioridad al estreno de esta cinta. Sin embargo, su interpretación resulta más que reseñable por su contención, una especie de muro frente al exterior para evitar mostrar cualquier sentimiento que su alrededor interprete como una debilidad e implique algún castigo brutal. Sin duda, el cineasta atinó plenamente al depositar su confianza en él, convirtiendo a “Moffie” en una cita indispensable y más que atractiva. Un largometraje que nos presenta un contexto desconocido y, a la vez, la historia de otro joven más que ha tenido que convivir con la represión social, obligándole a reprimir su esencia más pura.
 
Lo mejor: la interpretación del joven Kai Luke Brummer y la evolución de un adolescente en su proceso de pérdida de inocencia.

Lo peor: observar la traumática experiencia que tuvieron que padecer muchos adolescentes sudafricanos.


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