martes, 24 de septiembre de 2019

LAS CUENTAS PENDIENTES DEL PASADO (2018)


Nuestra memoria histórica todavía recuerda algunos de los capítulos más bochornosos con la intención de que nunca olvidemos las atrocidades cometidas y no repetimos nuevamente tantos errores. Precisamente, en Europa seguimos prestando atención al pasado, aún presente en nuestras vidas, tratando de ajusticiar las cuentas pendientes que quedan y que, en cierta medida, seguirán lastrando cualquier tipo de evolución. Una de ellas es, sin duda, la del “carnicero de Srebenica”, todo un desconocido para los más jóvenes, especialmente en la parte occidental del continente. Ratko Mladić fue jefe del Estado Mayor del Ejército de la República Srpska durante la Guerra de Bosnia (1992-1995) y, bajo sus órdenes, se cometieron grandes atrocidades que, después de varios años, fueron llevadas ante la justicia a partir de 2011.

Él fue la principal figura de los crímenes de guerra y genocidio que se produjeron durante el conflicto y no fue hasta 2008 cuando, por fin, fue arrestado por las autoridades serbias en Belgrado, en un suburbio de clase alta que parecía protegerle. Es entonces cuando entra en juego el documental de los productores y directores británicos Henry Singer y Robert Miller, “El Juicio a Ratko Mladić”. Las imágenes de campos de concentración y tumbas masivas que bañan el desconocido paraje de la antigua Yugoslavia siguen estando de plena actualidad, mientras que las exorbitadas cifras que se cobró la guerra ya son sobradamente conocidas por todos. El militar serbobosnio Mladić tuvo que rendir cuentas frente al Tribunal de la Haya tras permanecer la orden de busca y captura durante varios años. Es, en ese pequeño salón de justicia, bajo la mirada de sólo unos pocos asistentes, en donde la cámara de Singer y Miller se mantiene petrificada para captar los cargos a los que tuvo que responder y la condena a la que fue sometido.

Genocidio, complicidad de genocidio, persecuciones, exterminación, asesinato, deportación y actos inhumanos, infligir terror a civiles de forma ilegal, crueldad y constantes ataques contra la población civil y toma de rehenes. Hasta que llegó la hora de ser juzgado, Mladić llevó una vida de lo más normal, manteniendo al margen todo lo que había hecho pocos años antes. Y con esta frialdad, el metraje se mantiene, en cierta manera, distante, testigo de las declaraciones del militar, de los llantos de los pocos testigos que quedaron con vida, principalmente familiares de víctimas que cayeron bajo sus afiladas convicciones. Pero Singer y Miller no se conforman sólo con lo que ocurre dentro de la sala, sino que también presentan material de archivo tanto de aquellos días de conflicto como de los descubrimientos que posteriormente se hicieron y la labor de todo un equipo por identificar cada uno de los cadáveres. 

Durante los 90 minutos de metraje, sólo podemos pensar en una única idea con lo que Europa ya había vivido décadas atrás, ¿cómo pudo suceder de nuevo?, ¿cómo permitimos liberar a otro monstruo? La historia se repite cuando aún siguen las heridas abiertas de la Segunda Guerra Mundial y, pese a ello, seguimos sin aprender ciertas lecciones. Precisamente, con el fin de dejar una huella maldita, el documental se convierte en una obra indispensable para comprender la magnitud de tal episodio. Las imágenes de gran dureza, el dolor personificado y las palabras necias se entremezclan para crear un profundo choque en el que los inocentes siempre son destruidos y los villanos siempre se convierten en mentirosos. Tal vez sea por defensa propia o porque, quien es culpable, no suele ver las heridas que proporciona al otro.

Lo cierto es que sorprende la actitud de un deteriorado Mladić en 2017. Presente en todo momento, es extraño verle guardar silencio hasta el último instante. Quizás se sentía atónito por la formidable labor del equipo de abogados de ambos lados. Unos lo niegan, buscan posibles testigos que favorezcan su “heroica” vida, mientras los otros se lapidan entre informes, datos tangibles, fotografías terroríficas y víctimas reales. No se puede decir que el militar no tuviera una correcta defensa, pero las acciones eran claras y las palabras verdaderas. 

Cadena perpetua por los 10 de los 11 cargos que le fueron imputados. Su condena no supone ningún spoiler tras el gran número de comunicados que los medios de comunicación emitieron en su momento, a finales de 2017. Y, en realidad, el interés de la cinta no reside tanto en su desenlace, sino en el fantástico desarrollo. ¿Podría tratarse de un juicio paralelo por medio de sus imágenes? Puede que las intenciones de Singer y Miller sean evidentes, pero, ¿acaso queda alguna duda sobre lo que Mladić hizo a la sociedad? Las apabullantes pruebas están ahí, sobre la mesa, frente a la celebración de unos, el descanso de otros y la supuesta venganza judicial de quienes creen luchar por una causa. 

“El Juicio a Ratko Mladić” es más que la consecución de una sentencia. Estamos ante otro “tirón de orejas”, esta vez a manos de Henry Singer y Robert Miller. El primero, sobradamente experimentado en el mundo del documental. El segundo, debutante por todo lo alto. Su excelente trabajo evidencia el duro esfuerzo y la inversión de tiempo que se ha necesitado para que nosotros veamos la realidad, nos empapemos de detalles que desconocíamos y tengamos más presente que nunca la idea de que no aprendemos de nuestra propia historia, tropezando una y otra vez en la misma piedra sin aparente remedio.

Lo mejor: todo el material de archivo del que se dispone. Poder asistir al juicio de Mladić prácticamente en primera fila.

Lo peor: la muy escasa exhibición del documental.


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