martes, 17 de septiembre de 2019

LA OPORTUNA PICARESCA (1949)


En tiempos de guerra, los caprichos están de más. Es suficiente con conseguir lo básico para subsistir y seguir adelante con la esperanza de que un día, más pronto que tarde, termine el conflicto. Eso no implica que las personas no echen de menos los lujos que un día tuvieron, aquel pasado colmado de paz y tranquilidad en el que las preocupaciones, de repente, parecen una nimiedad en comparación con la dureza de ese "presente". Sin embargo, hay ocasiones en las que el destino o algo similar parece dar una tregua, permitiendo un pequeño descanso entre la desgracia para, al menos, celebrar que uno sigue adelante, que está vivo. Precisamente, la población escocesa recuerda con gran cariño una extraña anécdota que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial y que tiene una profunda relación con esta idea. El día 3 de febrero de 1941, el barco S/S Politician salió del puerto de Liverpool con 250.000 botellas de whisky dirección a Jamaica. Tan sólo dos días después, la embarcación se hundió en las costas de Eriskay, The Outer Hebrides, en Escocia, debido al mal temporal. Pero, al contrario de lo que pudieran pensar, su cargamento no se encontraba en su interior. 

Este curioso suceso acabó por convertirse en una divertida leyenda aún recordada hoy y, como registro de aquellos hechos, quedó para el recuerdo en la película “Whisky a Go-go”, el que fuera el primer largometraje del director y guionista estadounidense Alexander Mackendrick. La obra, que recoge los hechos desde el punto de vista de la pequeña población, es, en realidad, una simpática comedia en la que los lugareños, ávidos de probar nuevamente una gota de whisky después de tantos años involucrados en el conflicto bélico, se encuentran con la oportunidad de recobrar buenos tiempos y paladear un poco del lujoso ocio ya casi olvidado en una isla invadida por la tristeza y la oscuridad. Así es como preparan una estratagema para hacerse con el botín sin que las autoridades sospechen y bajo el eterno acecho del capitán inglés Waggett (Basil Radford).

Aún hoy en día se siguen descubriendo botellas de whisky en las costas de la isla como parte de tan curiosa anécdota. Y bajo una mirada entrañable y manteniendo en todo momento un toque austero, el cineasta refleja el periodo más tumultuoso del siglo XX en Reino Unido. Una época de escasez, tristeza, miseria. La vida ya no gira en torno a las fiestas y la diversión, sino al racionamiento y la supervivencia. La abstención forzosa agudiza el ingenio y, como Mackendrick nos hace ver, estamos ante una oportunidad que, bajo las mismas circunstancias, todos aprovecharíamos de alguna u otra manera. Tal vez por esta razón nos sea francamente sencillo introducirnos entre las casas de los lugareños, buscando la complicidad entre ellos, pero, sobre todo, acompañando a cada uno en su picaresca.

Mackendrick ya había trabajado para el Ministerio de Información británico. Sin embargo, su papel se centraba en la emisión de propaganda, por lo que, a pesar de no tener posibilidades de desarrollar su propia obra, le permitió ganar una experiencia que se sumaba también al de asistente de dirección del inolvidable director italiano Roberto Rosellini. Sin duda alguna, parte de aquel neorrealismo se vio reflejado en “Whisky a Go-go”, aunque sustituyera el dramatismo por la comicidad. Un líquido tan apreciado en Escocia no podía ser recordado de otra manera, como un lujo indispensable. Nominada a los BAFTA de 1949, la obra despliega un hipnótico y sutil humor que se tambalea entre la sátira y la empática compresión y confidencia. Es inevitable sentir cómo cada personaje se convierte en un vecino entrañable, con sus temores y deseos, sus estrategias de escondite.

Si hubiera que definir con una única palabra esta ópera prima no cabe duda de que sería “inteligente”. Con la magia de permitirnos sonreír durante la mayor parte del metraje, el relato, más allá del hecho anecdótico, nos viene a representar la camaradería de una comunidad, la capacidad de ayudar al vecino y la simpática relación entre quienes se conocen de toda la vida. Éste es el principal encanto, sus personajes. Familiares compartiendo confidencias, reuniones entre hombres, jóvenes casaderas que suponen la viveza de la isla, ancianos con gran picardía, etc. Los constantes choques con el capitán Waggett y su obsesión con la rectitud y la justicia suponen instantes brillantes que terminan desembocando en supuestos “milagros” y acciones secretas que se resuelven con una creatividad inimaginable. 

El veterano director de fotografía británico Gerald Gibbs se encarga de aportar un matiz documental a la cinta. Con un gran número de escenarios, en los que, en ocasiones, se aglutina medio pueblo prácticamente sin espacio, el cuidado trabajo de Gibbs se completa con los fascinantes primeros planos que enfatizan la comicidad en este juego de persecución infinita. “Whisky a Go-go” supone un retrato casi laberíntico de pequeños espacios y lugares abiertos, de tensión en aumento entre festejos, pedidas de mano y noches en las que nadie duerme. Sin duda, Mackendrick hizo una de sus grandes obras a pesar de las limitaciones en su creatividad.

Lo mejor: es una obra disfrutable y atractiva que consigue hacernos reír en más de una ocasión gracias a la inteligencia con la que se desarrolla su narración.

Lo peor: la historia ha dejado de recordarla como una gran aportación al género de la comedia.



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