lunes, 15 de julio de 2019

LAS ILUSIONES PERDIDAS (2018)


No deja de ser ciertamente atractivo cuando el cine trabaja la evolución de las identidades de sus personajes, debido, sobre todo, por la gran cercanía que supone tener frente a frente historias en las que inevitablemente nos sentimos identificados. En ese camino hacia el autodescubrimiento siempre existen similitudes, pero su encanto reside en la forma en la que los personajes se enfrentan a cada bache en su camino. A este tipo de narrativas se suma “A Paris Education” (“Mes Provinciales”), el largometraje del director y guionista francés Jean-Paul Civeyrac, que formó parte de la sección Panorama de la 68ª edición del Festival de Berlín y recibió varias nominaciones en otros certámenes internacionales.

Étienne (Andranic Manet) es un joven provinciano que se traslada a París para estudiar cine en la universidad. Atrás deja a su novia, Lucie (Diane Rouxel), y a sus padres (Christine Brücher y Grigori Manoukov) para encarar una nueva etapa en su vida después de haber estudiado la carrera de filosofía. En la capital conoce a Barbara (Valentine Catzéflis), su vivaz compañera de piso; y a sus nuevas amistades, Jean-Noël (Gonzague Van Bervesseles) y Mathias (Corentin Fila). No tarda en acostumbrarse a la rutina universitaria, en experimentar nuevas exigencias de la mente crítica de Mathias, una nueva dependencia al positivismo de Jean-Noël o una nueva atracción sexual en la figura de Barbara. Es el comienzo de un primer año de estudios que se transforma lentamente en un viaje exploratorio en el que su identidad juvenil se deconstruye hasta acabar irremediablemente en la nada. Sólo así Étienne puede dar paso a un nuevo ser más real, exigente, sufrido y reflexivo. Una nueva persona que jamás podrá regresar a ser el chico prinviciano que a principios del curso llegaba a la gran ciudad con paso firme y repleto de ilusiones.

Con una narración desarrollada a fuego lento, las conversaciones pseudointelectuales bañan por completo una historia que por momentos parece congelada. Una extraña involución marcada por la parálisis emocional de su protagonista, siempre con las manos en sus bolsillos paseando por las calles de la capital francesa sin rumbo fijo, pero con una mente inquieta que le invita a cuestionar a los demás y, por qué no, a él mismo. Precisamente estamos ante una deriva completa, en la que Étienne no sólo se ve sumergido en no lugares, sino que, además, él mismo es testigo de cómo aquella actitud de seguridad que le motivó a marcharse de su hogar ahora termina por no existir. Una especie de punto y aparte en su vida de la que se nutre ampliamente la obra de Civeyrac, siempre enfocada a los pequeños detalles, a los silencios compasivos, las emociones contenidas y las palabras resbaladizas. 

Más allá de la relación que Étienne mantiene con las féminas, esos vaivenes aparentemente insignificantes que terminarán por magullarle con la presencia de una nueva compañera de piso, Annabelle (Sophie Verbeeck), también se encuentra su amistad con el profesor Paul Rossi (Nicolas Bouchaud), en el que apenas se detiene la narración y se limita a darnos unas escasas pinceladas en su problemática relación con su hijo o en su cercanía con sus alumnos. Tampoco se termina de profundizar en su amistad con Jean-Noël, del que tan sólo paladeamos un triste positivismo y una extraña dependencia de la que, incluso, los celos saborean. Aparte de todos ellos, encontramos a Mathias, establecido como un personaje en contraste con el protagonista. Él es mucho más crítico, más perfeccionista, más deseable, más interesante. La trama a veces se olvida de su existencia, pero al final acabamos entendiendo el por qué. Mathias necesita estar cada vez más sólo y esto acabará repercutiendo a Étienne de por vida.

El frescor que emana la cinta viene en parte por la inexperiencia de su juvenil elenco. Manet llega desde el mundo del cortometraje, mientras que Fila apenas cuenta con cuatro largometrajes a sus espaldas y unos pocos episodios en la serie francesa “La vie devant elles” (Dan Franck, Stéphane Osmont, 2015-). Más reconocible es el rostro de Rouxel, ligada al cine independiente desde sus inicios y recién salida de “The Wild Boys” (Bertrand Mandico, 2017). Lo mismo sucede con Verbeeck, Catzéflis y Thiam, la que fuera Lena Séguret en “Les Revenants” (Fabrice Gobert y Frédéric Mermoud, 2012-2015). Todas ellas con una fulgurante carrera en la cinematografía francesa. Por último, quien apenas logra tomar presencia en una narración más interesada en los jóvenes veinteañeros es Bouchaud, francamente desaprovechado entre escasos minutos de protagonismo para quien posteriormente acabaría trabajando nada menos que para Olivier Assayas en “Dobles Vidas” (2018).

El director de fotografía francés Pierre-Hubert Martin se encarga de aportar a la imagen monocromática un toque de intimidad por primera vez en una obra de ficción, ya que su carrera siempre ha estado unida al mundo del cortometraje y muy excepcionalmente al del documental. Sorprende la originalidad de algunos encuadres y el perfeccionismo de la iluminación entre un halo más cercano al clasicismo. “A Paris Education” respira, ante todo, naturalidad, una especie de despertar directo a la desorientación en los primeros pasos de la vida adulta. Un trabajo de Jean-Paul Civeyrac y su equipo más que notable que, pese a revolcarse en ciertas cuestiones de representación un tanto manidas en el cine, sabe sacar partido a una historia como otra cualquiera, en la que es fácil sumergirse junto a su protagonista como si de un simple paseo por las calles parisinas se tratase.

Lo mejor: el trabajo técnico es impecable, destacando algunos encuadres que se desmarcan de cualquier convencionalismo.

Lo peor: se desaprovechan algunos personajes que podrían aportar más profundidad a la trama, convirtiéndose en prácticamente innecesarios por sus escasas intervenciones.


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