miércoles, 21 de julio de 2021

LA BÚSQUEDA DE LA ESPIRITUALIDAD ORIENTAL (1975)

El videoartista japonés Toshio Matsumoto se convirtió en uno de los directores de cine experimental más importantes de la región asiática. Comenzó su andadura cinematográfica en 1955 con el cortometraje vanguardista “Silver Ring” (“Ginrin”), cuyo negativo permanece en paradero desconocido. Sin embargo, su carrera fue más notoria a partir de su largometraje “Funeral Parade of Roses” (“Bara no sôretsu”) (1969), a través del cual mostraba una visión muy interesante de los Hostess clubs de la capital por medio de la reinterpretación de “Edipo Rey”. Desde entonces, ha ofrecido al mundo tres largometrajes más, “Pandemonium” (“Shura”) (1971), “War at the Age of Sixteen” (“Juuroku-sai no Sensô”) (1973) y “Dogura Magura” (1988); junto a otras más de 40 obras no narrativas, documentales y otros trabajos relacionados con el teatro, la radio y algunas instalaciones en museos. Cambió el pincel y los lienzos por el cine desde muy temprana edad, llegando a ser un cinéfilo empedernido que no se perdía ni un solo estreno en la cartelera, pero hasta que no se adentró en el cine documental y experimental, no decidió tomar la cámara para adoptar el papel de creador. Es, dentro de la productora nipona Shin Riken Cinema, en donde se presenta su mayor aprendizaje, analizando cada trabajo que la compañía guardaba, observando los procesos que encierra la industria cinematográfica y, en definitiva, viéndose involucrado en el trabajo que, a fin de cuentas, todo profesional debe cumplir.

Bajo la influencia del realismo italiano concibió el cine como una expresión de la realidad capaz de profundizar en la mente humana, una idea sobre la que giran la mayor parte de sus trabajos. Son, precisamente, los límites de los estados mentales en su contexto contemporáneo los que Matsumoto expone en esa eterna lucha por comprender todo aquello que nos rodea. Asimismo, su fascinación en torno a la relación del “yo” y la tecnología le permitió ofrecer obras como “Everything Visible Is Empty” (“Siki soku ze ku”), que se erige como un auténtico viaje perceptivo por Oriente en el que el color es casi aromático. En apenas 8 minutos de metraje, este espectáculo visual resulta desconcertante e hipnótico por igual, ofreciendo un intercambio, a su vez, entre dos culturas de especial calado como la japonesa y la hindú. Los caracteres incluidos a su inicio así lo inspiran, dando paso a elementos budistas, representaciones sutras, deidades hindúes, mandalas y, en definitiva, a un pasado colonial aún presente por el que se trazan paralelismos.

Por ello, el cortometraje es más emocional de lo que cabe esperarse y solo se percibe cuando se ha revisionado varias veces, puesto que el rápido transcurso de las imágenes no permite siquiera la reflexión, sino tan solo una exposición inmediata cuyo poso solo se desprende de la experiencia. “Everything Visible Is Empty” traza una conexión casi física con el espectador, más vital y humana de lo que inspira su título. Algunos han podido disfrutar de estas imágenes a gran escala a través de instalaciones en algunas galerías o, incluso, en el célebre MoMA de Nueva York, facilitando con ello su inmersión en un trabajo, cuanto menos, complicado de analizar. Los colores impactantes, brillantes, cambiantes; y el sonido de un sitar serpenteante y a veces estridente propician una inquietante combinación que otros muchos experimentaron literalmente. El cortometraje, que vio la luz en 1975, responde a la búsqueda de la espiritualidad oriental, a esa vía de escape del modernismo occidental que inundó las mentes de artistas, cantantes, etc.

Elogiado por muchos, desconocido aún por su pasión experimental, lo cierto es que Matsumoto ha expuesto en los centros más importantes a escala global. Muy alejado de la concepción de director de estudio profesional, su misión se centró en lograr perturbar al espectador con “Everything Visible Is Empty”, acercándole a lo que muchas celebridades del momento trataron de encontrar ante la presencia de una exótica India. Una explosión de color, sonido y movimiento que impregna nuestra mirada y nos obliga a repetir para profundizar en las ideas que Matsumoto trata de trasladar a las imágenes. Tal vez no es uno de sus metrajes más populares, pero, desde luego, mantiene la esencia para comprender el trabajo experimental del cineasta.

 

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