miércoles, 27 de enero de 2021

EL ESTREMECEDOR RELATO DE LA FRAGILIDAD (1988)

En 1989, el director, guionista, productor y fotógrafo estadounidense Bruce Weber recibía uno de los reconocimientos más importantes de su carrera: la nominación al Oscar a mejor documental por su segundo trabajo “Let’s Get Lost” (1988). Precisamente, esta obra le ha traído más de una sorpresa, como el premio de la crítica en el Festival de Venecia, propiciando que su nombre apareciera en los círculos cinematográficos más importantes. Quizá por eso se ha visto incentivado a seguir explorando las posibilidades que le ofrece el documental musical, retratando a destacadas figuras del jazz como el célebre trompetista y vocalista Chet Baker, experimentando su faceta como fotógrafo en “Chop Suey” (2001), además de otros proyectos como “Broken Noses” (1987) y su profundización en el mundo del boxeo, el homenaje a sus perros en “A Letter to True” (2004) o la curiosa vida del actor norteamericano Robert Mitchum en “Nice Girls Don't Stay for Breakfast” (2018). Pero si hay algo por lo que Webber es realmente popular es por los videoclips tanto del cantante californiano Chris Isaak como del dúo británico Pet Shop Boys que firma el cineasta.

Sin duda, el universo de la música es importante para el director, que, lejos de quedarse en el estilo habitual de los documentales que trabajan con este tipo de temas, trata de profundizar en retratos que evitan caer en la parte más sensacionalista de tan grandes figuras. Así es, precisamente, “Let’s Get Lost”, una producción que tardó más de dos décadas en llegar a España y que recorre las experiencias y pensamientos de Chet Baker, siendo el título del documental un claro homenaje a la estrella, puesto que toma prestado el nombre de una de sus célebres canciones que formaría parte de la película “Happy Go Lucky” (Curtis Bernhardt, 1943). El recorrido que traza el autor, desde la década de los 50 hasta los 80, recoge un gran número de testimonios de todos aquellos que rodearon al artista para construir un relato que parte de su salto a la fama y que profundiza en los problemas que le hicieron caer, como su adicción a la heroína o los conflictos surgidos en el seno familiar.

Chet Baker ha formado parte de la vida de Weber desde su adolescencia, lo que nos lleva a recordar viejos tiempos en los que todos hemos idolatrado a quienes han acompañado nuestros días con su música. Esos "grandes genios" que un buen día tocaban la cúspide del éxito, convirtiéndose en ídolos de pura perfección y brutal magnetismo y que nosotros mismos situamos en un pedestal del que poco a poco terminan cayendo. Es esa doble cara la que explora el cineasta, aglutinando un amplio material para presentar dos imágenes unidas: el músico frente a sus seguidores y el imaginario que con ello se construye y el hombre en su vida privada, de la que muy pocos conocen de verdad, como sus esposas, hijos y mejores amigos.

Baker, amante de los coches y las mujeres, considerado el “James Dean del jazz”, elegante y atractivo para su público y, en definitiva, una joven promesa de la música que parecía tocar las estrellas, un mundo que al que pocos pueden acceder. Poco a poco, esa imagen se verá dañada con los más que evidentes estragos de las drogas, trayendo consigo el ocaso de un ídolo hasta que su llama se apagó en 1988. El fin de una era trajo consigo este documental en el que Weber trabajó desde el mismo momento en el que se enteró de tan triste noticia. Tenía la admiración de grandes personalidades en sus manos y a un público global rendido a sus pies, pero su falta de compromiso en todos los ámbitos de su vida le llevó trágicamente a la perdición. Nunca tuvo claro su cometido en la vida, un aspecto que resaltan cada uno de los testimonios que conforman el metraje y, a pesar de que cada uno de ellos valoraba simplemente su presencia al haber sido un hombre del que era fácil sentir cariño, lo cierto es que tan pronto amaba como abandonaba. Su constante frialdad y distanciamiento no hizo más que incrementar una ilusión romántica que nunca existió.

Cada detalle construye un relato diferente, trazando un retrato del verdadero carácter del artista. Weber fue capaz de innovar en el ámbito del documental para dotarle de una necesaria frescura que le sacó del estancamiento en el que venía permaneciendo. En este caso, el director permite que el espectador forme parte de la experiencia de forma inconsciente, propiciando que todo el material deba ser interpretado. En ningún momento se intenta mitificar a Baker, pero tampoco rompe con la imagen pública del ídolo, un aspecto bastante loable debido a la fina línea que separa ambos lados y de lo que muchos documentales pecan. La delicadeza que demuestra Weber es fruto del respeto que siente por el músico que le ha acompañado en su vida, profundizando todo lo posible en él sin permitir que su fascinación domine los 120 minutos del metraje.

Desarrollado con un ritmo pausado, la obra encarrila la montaña rusa que supone la trayectoria de Baker, destronado en su madurez del título que le había encumbrado. Tan detallado guion viene acompañado de la labor del director de fotografía estadounidense Jeff Preiss, que aprovecha al máximo el blanco y negro del material de archivo para firmar la autoría más evidente del cineasta. La nostalgia baña cada imagen que, sin apenas matices, facilita que rezume una elegancia y exquisitez muy destacables, acompañando los movimientos tan hipnóticos y delicados que nos ofrece la Rolleiflex de Weber.

Ese desencanto que arropa tristemente la espiral de autodestrucción en la que quedó envuelto Baker, toda una estrella del jazz, es la principal arma de “Let’s Get Lost”, una estremecedora obra en cierta manera ensombrecida con el paso del tiempo, pero imprescindible en el ámbito documental por su vertiente más artística y cuidada. Atrás queda cualquier mito, cualquier leyenda que la historia haya recogido para presentarnos a una persona con un don pocas veces visto, un ser humano con doble rasero entre el ídolo y el hombre. 

Lo mejor: la delicadeza y el cuidado con el que trabaja Weber.

Lo peor: tener que esperar más de dos décadas para poder disfrutar de una obra como esta.

 

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