martes, 9 de febrero de 2021

EN LO MÁS PROFUNDO DE LA RABIA Y EL DOLOR (2013)

La trayectoria profesional del productor, director y guionista David Gordon Green es bastante interesante, todo un “habitual” en ciertos círculos independientes. Sus inicios en el cine parten de una experimentación con los géneros, llegando a pasar del drama social con su primer largometraje, “George Washington” (2000), que se llevó cierto reconocimiento en el festival de Atlanta; al drama romántico con “All the Real Girls” (2003), con el que se alzó con el premio especial del jurado en Sundance; al thriller con “Undertow” (2004); a la comedia de acción con “Superfumados” (2008); o al fantástico de aventuras con “Caballeros, princesas y otras bestias” (2011). Este variopinto conjunto de películas, con proyectos en cierta manera arriesgados y siempre desde el punto de vista de esa parte de la industria que es más independiente, le llevaron a convertirse en su propio productor. Sin embargo, el punto de inflexión más importante de su carrera llegaría con “Prince Avalanche” (2013), el remake del largometraje islandés “Either Way” (Hafsteinn Gunnar Sigurðsson, 2011), que el cineasta transformó en un drama que se acercaba de forma evidente al estilo sureño.

Ese mismo año, llegaría al Festival de Venecia “Joe”, película con la que se alzó con el premio al mejor intérprete novel por la labor realizada por Tye Sheridan junto al galardón especial otorgado por la Fundación Christopher D. Smithers dentro del certamen. Con este trabajo, Gordon Green entra de lleno en esa estética sureña sin tentativas a partir de una historia contextualizada en un pequeño pueblo de Mississippi, en donde coinciden fortuitamente Joe (Nicolas Cage), un expresidiario; y Gary (Tye Sheridan), un adolescente de quince años que pretende huir de su hogar debido a la inestabilidad familiar en la que vive. Su hermana traumatizada es testigo de los malos hábitos de su padre (Gary Poulter), quien además somete a Gary a un constante maltrato tras el fallecimiento de su madre.

La adaptación de la novela homónima del escritor Larry Brown nos traslada a la vida rural, al igual que Gordon Green hiciera en “Prince Avalanche”, para presenciar una trama sobre perdedores y perdidos entre los que reina la violencia. Para Joe, el chico se convierte en prácticamente un hijo. Para Gary, el exconvicto es el padre con el que nunca ha podido contar. Ambos se necesitan mútuamente, ambos quieren escapar en busca de la libertad de la que jamás han disfrutado, ambos han perdido mucho en el camino, pero están dispuestos a tomar el rumbo de sus vidas. De esta forma, a fuego lento, a veces, de una manera un tanto excesiva, “Joe” inyecta una tensión muy irregular para finalmente proyectar un trabajo mucho más reflexivo de lo que Gordon Green nos tiene acostumbrados. La violencia, el maltrato, los vicios e, incluso, la prostitución encaran una crítica evidente sobre el abandono en el que se encuentran las zonas rurales estadounidenses, en donde reina un mayor índice de pobreza.

Convertida en una película más intimista de lo esperado, lo cierto es que esta producción independiente cuenta con el estrellato de Nicolas Cage. Lastrado en varias ocasiones a lo largo de su carrera por el cine de acción, podemos ver al actor en nuevas facetas gracias a los circuitos independientes. Ese doble perfil de Joe entre un duro e insensible exconvicto que guarda en su interior una terrible furia por culpa de la violencia que reina a su paso entra en contraste con su lado más tierno y comprensivo en presencia de Gary. Precisamente por ello, su labor es más que notable, sobre todo, al lado de Sheridan, con quien mantiene una espléndida química en pantalla. El joven, cuya trayectoria profesional se inició por todo lo alto, con títulos como “El árbol de la vida” (Terrence Malick, 2011) y “Mud” (Jeff Nichols, 2012); dio enseguida un enorme salto con “Últimos días en el desierto” (Rodrigo García, 2015) y un protagónico en “Detour” (Christopher Smith, 2016). A partir de ese momento, el mundo del blockbuster le llevó a vivir aventuras en “X-Men: Apocalipsis” (Bryan Singer, 2016) y “X-Men: Fénix Oscura” (Simon Kinberg, 2019); o en “Ready Player One” (Steven Spielberg, 2018), encadenando, así, más papeles como protagonista en su carrera.

Las imágenes revelan una especial dureza y crueldad en estos terrenos más profundos y ocultos. Esa evidente suciedad estética corre a cargo del director de fotografía Tim Orr, un más que indispensable en el equipo de Gordon Green desde nada menos que “George Washington” (2000). Todo un veterano dentro del circuito independiente, Orr ha estado detrás de títulos que han gozado de popularidad en Estados Unidos, como “Héroes imaginarios” (Dan Harris, 2004), “Ellas y ellos” (Bart Freundlich, 2005), “Asfixia” (Clark Gregg, 2008), “Salvation Boulevard” (George Ratliff, 2011), “Guerra total” (Michael Almereyda, 2014), “Pee-wee’s Big Holiday” (John Lee, 2016), “Richard dice adiós” (Wayne Roberts, 2018) o “Mejor que nunca” (Zara Hayes, 2019), en donde, por cierto, se puede disfrutar de la versión más alocada de Diane Keaton.

“Joe” es una absoluta delicia en sus silencios, una aventura inesperada en ese paisaje rural que se muestra un tanto siniestro y un deleite por la banda sonora, que corre a cargo del compositor Jeff McIlwain. Y pese a esos desequilibrios en su desarrollo que, en muchas ocasiones, lastran tristemente la trama, lo cierto es que es un largometraje cuyo interés radica principalmente en la reflexión que alimenta. La obra de Gordon Green no nos descubre nada nuevo, pero se torna turbia en esa muestra de terrible violencia y dolor a través de una historia que guarda un pequeño reducto de esperanza en donde parece que ya no queda nada. Esa rutina que desgasta y causa tanta rabia e incomprensión es el gran valor de “Joe”.

Lo mejor: el elenco que forma parte de la película, de primer nivel.

Lo peor: los altibajos que sufre su narración, la cual tiende a detenerse demasiado en ciertas escenas que al final solo sirven de relleno.

 

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