martes, 4 de febrero de 2020

LA SOLEDAD EN UNA JAULA DE ORO (1954)


El director, productor y guionista estadounidense Joseph L. Mankiewicz nos ha permitido disfrutar de grandes clásicos que han sido inscritos en la historia del cine como obras indispensables. “Eva al Desnudo” (1950) nos posibilitaba inmiscuirnos entre bastidores, con una Bette Davis cautivadora viéndose ensombrecida por el personaje de la imponente Anne Baxter. Tan solo un año después, Cary Grant ejercía de médico recién casado al ponerse en las manos de Mankiewicz para concebir la comedia dramática “Murmullos en la Ciudad” (1951). Con “Julio César” (1953) el cineasta se unía a la tendencia de una época que nos presentó los grandes blockbusters épicos. Nuevamente, en esta ocasión, Marlon Brando tiñó nuestras retinas de una más de sus muchas inolvidables actuaciones. Inmediatamente después, el autor volvió a contar con él en “Ellos y Ellas” (1955), una comedia musical en la que Brando formaría parte de un elenco brillante compuesto por Frank Sinatra, Jean Simmons o Vivian Blaine, entre otros rostros populares del cine de los que siempre se rodeaba Mankiewicz. De hecho, recordemos a la imponente Elizabeth Taylor en “Cleopatra” (1963), la producción que tantos quebraderos de cabeza le provocarían a Mankiewicz hasta afectar directamente a su salud. El alto caché de la actriz, los constantes cambios con el material filmado y los infortunios que surgieron a lo largo del rodaje provocaron que su mayor pesadilla se dilatara durante dos extensos años. Precisamente, con ella ya había trabajó en “De repente, el Último Verano” (1959), una cinta prácticamente olvidada que resultaría necesario rescatar por su valor actual. 

Por su parte, Kirk Douglas también se puso en manos del director, protagonizando el drama “Carta a Tres Esposas” (1949), con el que obtendría el reconocimiento de la Academia por primera vez. Casi dos décadas después, Douglas volvería a colaborar con él en “El Día de los Tramposos” (1970), un western en el que también participaría Henry Fonda. Por supuesto, esta revisión de su filmografía no podría estar completa sin una de sus obras cumbre, “La Huella” (1972), un drama psicológico cargado de suspense y sátira, en el que Laurence Olivier y Michael Caine comparten magníficos diálogos que quedarán para la posteridad. Todo un broche de genialidad que terminó siendo su último trabajo en una carrera que comenzaría en los estudios de la Paramount gracias a su hermano Herman y que brilló con luz propia durante varias décadas.

Asimismo, pocos directores del Hollywood clásico han experimentado tanto con los géneros cinematográficos a lo largo de su trayectoria como lo hizo Mankiewicz. No se pudo resistir a trabajar con el cine negro, el suspense, la comedia, la fantasía o el drama, todos ellos colmados por punzantes diálogos que con tanta destreza desarrolló para conquistar a la crítica y al público. Igualmente, este reconocimiento se extiende a la habilidad de extraer de sus actores otras cualidades que ellos mismos apenas podía explorar en tan encorsetada industria, como la cautivadora ternura de Humphrey Bogart y el carácter libre de Ava Gardner en “La Condesa Descalza”, una coproducción ítalo-estadounidense en la que las pasiones se desataban tras las bambalinas del poderoso mundo cinematográfico. 

La película comienza con el funeral de María Vargas (Ava Gardner), una bailarina española convertida en actriz gracias al fortuito descubrimiento del millonario productor independiente Kirk Edwards (Warren Stevens) en su viaje a España. Una imponente estatua de ella se erige sobre su tumba, dando pie a los recuerdos que vivió el director y guionista Harry Dawes (Humphrey Bogart) junto a ella. Él fue quien consiguió convencerla para que protagonizara su película, con la que se convirtió en una importante estrella de Hollywood. Su carismática presencia hizo rendirse a sus pies a todo hombre que la conocía, desatando las incontrolables pasiones del multimillonario sudamericano Alberto Bravano (Marius Goring) o del conde italiano Vicenzo Torlato-Favrini (Rossano Brazzi).

Mankiewicz rescata el cuento de “La Cenicienta”, citado en varias ocasiones durante la obra, para reformular su narración y otorgarla de un mayor dramatismo. María Vargas es una joven arrebatadora, independiente e indomable, pero su verdadera personalidad aflora solo en presencia de Harry, la única persona que se ha molestado en conocerla de verdad y que ha terminado siendo su mejor amigo. Él acabará convirtiéndose en testigo de sus andanzas y desdichas, puesto que, aunque María parece tener todo en sus manos, en realidad es una mujer perdida en el feroz fuego del estrellato, viéndose abocada a la soledad. El director construye este retrato a partir de flashbacks narrados por Harry hasta prácticamente la recta final de la película, momento en el que la batuta es entregada al conde Vicenzo en una inteligente táctica adornada por unos diálogos infalibles y unas actuaciones dignas de elogio. 

En varias ocasiones, Gardner expresó su mala relación con Mankiewicz y Bogart a lo largo de un costoso rodaje. El primero por ser demasiado frío con ella y el segundo por ser demasiado crítico. Independientemente de estos entresijos, lo cierto es que la pareja Gardner-Bogart supone el punto más fuerte de “La Condesa Descalza”, la única oportunidad en la que pudimos verles juntos. No volvieron a coincidir en la gran pantalla, a pesar de que ambos presentan un combo magnífico y suponen el principal atractivo de esta cinta, descubriendo su esencia en, por un lado, la comprensión de Harry, su paciencia y consuelo a modo casi de hada madrina y, por otro, la fortaleza de María, una muchacha de clase baja que no consiente que nadie la controle ni que la encierren en una jaula de oro.

“La Condesa Descalza” no se libró de la censura en España, cuyas secuelas aún se pueden apreciar con los cambios de doblaje. Cuestiones como la guerra civil o el adulterio provocaron que no pudiera escaparse del poder del “hachazo”, pese a que este último tema se diluye inteligentemente entre diálogos. Su clímax nos lleva a los momentos más felices de María, que, por desgracia, quedan empañados a pesar del empeño por querer y ser querida. Es, en este aspecto, donde su desenlace pierde fuerza, desarrollándose la tragedia de la forma más precipitada. No supone una sorpresa, ya que, con una narración circular, el metraje termina en el mismo instante en el que comienza, con el sinsabor de Harry ante la hermosa estatua de María, el eterno amigo que no puedo hacer nada.

Lo mejor: cada uno de los diálogos que mantienen María y Harry gracias a la carismática presencia de Gardner y Bogart.

Lo peor: su precipitado final, que, tras un desarrollo dilatado durante 2 horas, concluye de manera atropellada.


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