martes, 21 de mayo de 2019

LA ESPIRITUALIDAD DE LA BELLEZA (1928)


El artista estadounidense Man Ray nos dejó como herencia importantes metrajes que han pasado a ser indispensables para la composición de un retrato histórico del séptimo arte. “Retorno a la Razón” (1923), “Emak-Bakia” (1926) o “La Estrella de Mar” (1928) han quedado para el recuerdo por su contribución a las vanguardias clásicas, como el surrealismo. Precisamente, esta última pieza, surgida a partir de un poema del escritor parisino Robert Desnos que tomó como inspiración y que, además, figuraría en este trabajo; se convirtió en una de sus obras más populares tras su exhibición en el Cinema des Ursulines el 28 de septiembre de 1928. 

En esa carrera basada en la experimentación con la transfiguración de las imágenes en la que su fascinación por la fotografía le llevó a buscar el movimiento en sus creaciones, Ray construye el encuentro entre un hombre (André de la Rivière) y una mujer (Kiki de Montparnasse) en una estampa romántica que, incluso, adquiere ciertos tintes eróticos, mientras el tiempo y el espacio se introducen en una ensoñación claramente distorsionada. Una estrella de mar, un tubo de vidrio, unas escaleras, hojas de un periódico al vuelo, un cuchillo en alza, las líneas de la mano, un lugar solitario o una ventana componen un metraje sin historia, una aventura observada desde un latente y obligado vouyerismo que se tambalea entre las rendijas de una cinta que se escapa de cualquier convención y que nos invita a asomarnos a lo irracional.

Como era habitual entre los padres de las vanguardias, las amistades del director forman parte de esta creación, reducida a casi 16 minutos de duración. Su autoría queda expuesta con el magnífico juego de luces y sombras que caen en el contraste para conformar ese refinado y elegante estilo que tanto caracteriza su fotografía. La hipnosis onírica comienza desde el primer instante, dando paso a una ventana que nos adentra al subconsciente, a una relación amorosa registrada tras una gelatina colocada sobre la lente. La fascinación de la pareja queda recogida en una imagen simbólica en la que toman importancia las miradas de ambos personajes, absortos frente a una estrella de mar en el interior de un recipiente. Ray capta los detalles y expone su fisicidad con extraordinaria belleza, que confronta con la atmósfera tan espiritual. El movimiento toma mayor protagonismo en los minutos restantes, en los que surge el agua, el fuego, el transporte y el propio tiempo, enclaustrado en el  interior de una pantalla dividida en varios fragmentos.

Al final, Kiki de Montparnasse muestra su lado más estoico y erótico frente a extractos de calles solitarias de una ciudad industrial. Para entonces, el rostro de ella queda empañado por un cristal roto, tal vez por la belleza que tanto eclipsa la mirada del artista. No hay duda de que “La Estrella de Mar” es uno de los mejores ejercicios cinematográficos de Man Ray. Bajo su concepción artística, toda narración queda diluida frente a la importancia que adquiere el trabajo fotográfico en movimiento. Una experiencia exquisita sujeta a un gran número de interpretaciones que, en realidad, apenas importan, puesto que sus obras suponen más una deconstrucción experimental digna de ser registrada por la historia del cine.



No hay comentarios:

Publicar un comentario