martes, 21 de enero de 2020

FANTASÍAS SEXUALES SOBRE SATÉN ROSA (1971)


Hay obras que han tenido que permanecer ocultas a lo largo de la historia del cine por expresar ideas demasiado adelantadas a su tiempo. Incomprendidos desde el primer minuto, estos metrajes han despertado siempre una gran controversia, viéndose obligados a ser proyectados para un sector del público muy reducido o, en el peor de los casos, quemados y desapareciendo para siempre. En el caso de “Pink Narcissus”, una pieza de corte experimental, se vio relegada a círculos muy concretos en donde se mostraba bajo anonimato. Su verdadero autor vio como su creación sobrevivía al paso del tiempo durante tres décadas, siendo proyectada sin su consentimiento y sin ningún tipo de reconocimiento popular, aunque sí logró generar más de una obsesión en círculos cerrados. 

Su no autoría despertó aún más el interés de la cinta, puesto que, en sus inicios, se creyó que pertenecía a la colección cinematográfica del célebre Andy Warhol o que, incluso, bien pudiera haber sido una película perdida dentro de la filmografía del influyente padre del videoclip, nada menos que Kenneth Anger. Sin embargo, no fue hasta la década de los 90 cuando el escritor Bruce Benderson decidió comenzar a investigar para encontrar a su verdadero director, que finalmente acabó concluyendo que se trataba del artista estadounidense James Bidgood. Sin duda, los 73 minutos de los que consta el metraje descubren parte de su sello personal a través de esa puesta en escena teatral y de estilo kitsch. Grabada en su propio apartamento en pleno Manhattan a lo largo de poco más de siete años de rodaje, la cinta muestra la belleza de varios jóvenes bajo el erotismo de sus primeras experiencias sexuales, adornadas por una decoración rococó que nos empuja a vivir en sueños en bucle. Es en esas psicodélicas fantasías en donde el protagonista, Angel (Don Brooks), la verdadera pareja del cineasta, observa en nuestra compañía el hipnótico contoneo de la danza exótica, mientras imágenes explícitas surgen de forma aleatoria para romper con la extraña alucinación pop.

Así es como el montaje transita entre los límites de un fuerte erotismo y un soft porn ardiente, mostrándonos la pretenciosa imagen de quien se deja llevar por sus impulsos hasta el final. Acompañado por varias piezas del compositor ruso Modest Músorgski que refuerzan el exceso de su estética, “Pink Narcissus” se torna desde su inicio en puro descaro y en una evidente, aunque injusta, controversia en su evidente muestra de la cultura queer. Precisamente por este aspecto, supone toda una transgresión que azotó al Nueva York de los años 70 y que, más recientemente, Benderson descubría que, en realidad, se trata de una historia autobiográfica de un gigoló sumergido en un imaginario sin igual, lleno de referencias mitológicas y del destellante glamour de las lentejuelas en movimiento.

Puro simbolismo y toda una declaración de intenciones que guarda en su interior una clara crítica política en un escaso largometraje que deja al aire el satén rosa que otorga su nombre. Las fantasías sexuales desfilan entre mundos de vibrantes colores, esclavos romanos, insinuantes toreros, ninfas y hasta, incluso, un harén. Este fascinante retrato acompañó las noches de cientos de hombres encerrados en locales ensombrecidos por las circunstancias de una época, testigo de deseos y anhelos que aparcaban, por un instante, la represión sufrida. Curiosamente, en 1999, Bidgood consiguió adquirir los derechos sobre su propia obra tras un largo y extenuante proceso legal. A sus manos regresaba de nuevo “Pink Narcissus”, su creación más importante que, a día de hoy, adquiere aún mayor valor e importancia en nuestra sociedad hasta ser considerada una película de culto y todo un emblema del cine underground norteamericano.


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