martes, 23 de octubre de 2018

AMOR, JUVENTUD Y MUERTE (1922)


El cineasta norteamericano Dudley Murphy es más recordado por su colaboración con el artista francés Fernand Léger en el metraje dadaísta “Ballet Mécanique” (1924), que por sus propias obras. Es cierto que el incontable número de aportaciones que alimentan la historia del cine es inabarcable, pero no por ello su labor ha sido inferior a los grandes nombres que la forjan. Simplemente, hay que buscar más allá de lo ampliamente conocido. A pesar de que Murphy comenzara su carrera en el mundo de la comunicación como periodista, no tardaría en coquetear con las interesantes posibilidades que le ofrecía el séptimo arte. 

Su primera pieza, “Soul of the Cypress” (1921), venía inspirada por el mito de Orfeo, demostrando los primeros pasos del talento creativo y artístico que poseía. Sin embargo, antes de adentrarse en las vanguardias europeas que tanto estaban de moda durante la época y de estrechar lazos y ser influido por los importantes artistas del dadaísmo como Léger o Man Ray, Murphy experimentó con el montaje a través de “Danse Macabre”, su quinto trabajo, una obra inusual que navega entre los géneros de terror, fantástico y, curiosamente, musical. Aunque estemos ante un metraje mudo, la composición original, que pertenecía al director de orquesta parisino Camille Saint-Saens, es, sin duda, indispensable. Sin ella, la obra perdería todo su significado.

El autor nos sitúa en España, un país asolado por una plaga mortal que acecha en cada rincón de forma despiadada. Huyendo de este panorama, una joven pareja de enamorados (Adolph Bolm y Ruth Page) se refugian en el interior de un tétrico castillo. Ambos bailan, saltan, se besan y, en definitiva, disfrutan del Amor y la Juventud a pesar del ambiente tan desolador que les rodea. Sin embargo, la Muerte (Olin Howland) hace su presencia, tratando de arrebatarles la felicidad de la que hacen gala. Una sencilla historia desarrollada en apenas 6 minutos que, en realidad, supone el ejemplo perfecto de la delicadeza artística que poseía Murphy.

El bailarín de ballet de procedencia rusa, Adolph Bolm llegaba al mundo del cine por primera vez, aprovechando una dura lesión que le mantuvo un tiempo apartado de los escenarios. En esta ocasión, no sólo se encargaría de interpretar el papel de Juventud, sino que, además, la coreografía de los dos protagonistas correría a cargo suyo. A su lado, Amor, encarnado por la bailarina estadounidense Ruth Page, que realizaba un pequeño coqueteo con el séptimo arte tras debutar en Broadway. Sin embargo, tras la cadavérica Muerte se esconde el rostro más conocido de los tres, un eterno secundario en la industria hollywoodiense que fue testigo directo de la época dorada del drama y del western. El actor Olin Howland apenas comenzaba su carrera profesional con “Danse Macabre”, aunque años más tarde trabajará a las órdenes de renombrados cineastas como Michael Curtiz, en “The Case of the Curious Bride” (1935), o en grandes blockbusters, como “Lo que el Viento se Llevó” (Victor Fleming, 1939). 

Murphy crea una fantasmagórica atmósfera sobradamente cautivadora, focalizando la iluminación al extremo con una clara influencia del expresionismo alemán. Juventud y Amor son los grandes protagonistas, a los que únicamente nos acercamos a partir de planos medios, mientras que la Muerte emerge como un inmenso espejismo gracias a las superposiciones, engrandeciendo su tamaño y, por consiguiente, su presencia. El contexto es hostil y el destino parece estar ya escrito. “Danse Macabre” se convirtió en el último metraje que vería la luz bajo la productora Visual Symphony Productions por falta de financiación. Pese a ello, Murphy aprovechó tal oportunidad como si de un visionario cinematográfico se tratase, revelando la gran importancia del sonido para el séptimo arte.


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