martes, 22 de mayo de 2018

LA ERA DEL VAPOR (2004)


Katsuhiro Ôtomo es uno de los dibujantes de manga y directores y guionistas de anime más célebres que tenemos. Pudimos disfrutar de su talento gracias a una de las obras de animación más importantes y toda una cinta de culto, "Akira" (1988), con una historia futurista de lo más apocalíptica. Tras la presentación de ésta, la que fuera su tercera película, el cineasta quiso experimentar con el cine de ficción "de carne y hueso", creando "World Apartment Horror" (1991), en la que fusionaba la presencia de la yakuza con el terror sobrenatural e, incluso, ciertos toques de comicidad. Sin embargo, tras esta experiencia, regresó a su zona de confort para ofrecernos más animación a través de pequeños cortometrajes de gran esencia, como "Carne de Cañón" (1995), incluido en "Memories" (1995), una colaboración en la que también participaban los directores Koji Morimoto y Tensai Okamura.

Algunos cortometrajes más engrosaron una filmografía por la que el tiempo transcurría a la espera de uno de sus célebres largometrajes. Es entonces cuando, en 2004, vería la luz "Steamboy" a modo de desfile visual de hipnótica belleza. Dando lo máximo de sí mismo, Ôtomo se lanzaba de lleno en un proyecto del que resultaría una labor técnica tan apabullante y magnífica que su narración quedaría en un segundo plano. Tanto es así que cada minucioso detalle queda plasmado de forma asombrosa en la que supone, todavía a día de hoy, una cinta indispensable para todo amante del género que se precie. De pasmosa complejidad, el imaginario que el autor concibe es cada vez más infinito, con una perfección pocas veces vista para un espectador que, a ciencia cierta, se asombrará del impactante trabajo de todo un artesano de la animación.

Contextualizada en plena Inglaterra victoriana, la historia nos presenta a un joven inventor, Ray. Su abuelo, Lloyd, un gran científico, le entrega una misteriosa bola metálica que conducirá a Ray a emprender la aventura más excitante de su vida. El valor del regalo que le ha dado su abuelo esconde profundos secretos que despertarán la codicia de ciertas organizaciones que poseen un gran poder, tanto para bien como para mal, por lo que el protagonista debe discernir quiénes son de fiar en una extensa batalla que se desarrollará en todos los ámbitos, tierra, mar y aire, convirtiéndose finalmente en un arriesgado camino a la madurez y al descubrimiento de uno mismo.

Con una trama trepidante que no termina de desarrollarse del todo debido a su complejidad, posee el suficiente atractivo a lo largo de las poco más de 2 horas de duración. Con su tremenda profundidad, es imposible apartar la vista de tan arriesgada y aventurera historia que se construye con pequeños homenajes tanto al cine clásico hollywoodiense como a las anteriores obras de Ôtomo, en lo que se aprecia su auténtico sello autoral. Tanto Ray como el resto de personajes no quedan totalmente perfilados, pero, curiosamente, tampoco es necesario para saborear el carisma que desprenden a través de su lucha por conseguir sus objetivos, sus deseos, egos, ambiciones y acciones de dudosa moral, dejando a un lado cualquier detalle que pudiera completar sus personalidades y que, en realidad, tampoco se echa de menos. El mimo con el que el cineasta ha tratado su propia obra es prácticamente palpable, un deleite que nos transmite a cada segundo en un imaginario que recoge una inventiva pocas veces antes vista.

Sin embargo, y aunque pareciera ser una obra redonda y de pura perfección, lo cierto es que no llega a alcanzar tal nivel. "Steamboy", por desgracia, peca de un exceso de duración que amenaza en algunos instantes al desarrollo regular y ascendente de la narración, ensombreciendo la fuerza con la que partía el metraje o algunas trepidantes escenas que hacen las delicias de los más aventureros. Sin duda, el director debe ser consciente de que es bastante complicado llegar a la altura de una obra que ha marcado a varias generaciones, como fue "Akira". Sabemos que las comparaciones son odiosas, pero, seamos sinceros, es difícil olvidar una cinta de tal envergadura, que llegó a marcar un punto de inflexión en el cine japonés de animación y en la mente de muchos espectadores occidentales. Pese a ello, a esos pequeños detalles que podrían haber emcumbrado a tan compleja obra, "Steamboy" es una fantástica producción muy superior a la media del género y que, muy posiblemente, nos aventuramos a decir que, con el tiempo, se verá más revalorizada aún.

Eso sí, el autor se muestra mucho más sensible que en sus anteriores obras. Por ello, la narración queda impregnada por una crítica social de la que se desprenden ciertas intenciones antibelicistas y un fuerte sentido de la moralidad conducido por tres generaciones diferentes: Ray, su padre y su abuelo. Todo ello contextualizado en esa caprichosa época tan recurrente en el subgénero steampunk, un estilo muchas veces olvidado y otras tan mal representado que, en esta ocasión, por suerte, sirve de escenario para una propuesta muy cuidada y de gran despliegue técnico. ¿Es de las mejores obras steampunk que hay hasta la fecha? Podríamos decir que sí y parte de este mérito es de la poco apreciable inexperiencia del director de fotografía Mitsuhiro Satô, el cual trabajaba por primera vez, poniendo la semilla de una trayectoria profesional que, aún a día de hoy, es extrañamente escasa.

Con un estilo muy clásico en cuanto a animación, la espectacularidad de las acciones colapsa por completo aquella narración de gran sencillez, pero hace destacar la excelente y más que acertada banda sonora a cargo del compositor norteamericano Steve Jablosky, más cómodo en el mundo de la animación con una carrera que así lo avala. Sin duda, este detalle se suma a la minuciosa labor de Ôtomo y su equipo para crear una de sus grandes obras maestras, "Steamboy", que, a pesar de todo el esmero empleado, sigue luchando con la omnipresencia de la inolvidable "Akira", pero que, aun así, no resta su mérito a una aventura distinta, apasionante y, en definitiva, inolvidable.

Lo mejor: la historia y el faraónico trabajo técnico que demuestra en cada fotograma.

Lo peor: su innecesaria duración.



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