miércoles, 16 de mayo de 2018

EL ARTE DE LO HÚMEDO (2001)

Dirigida por el veterano director y guionista japonés Shôei Imamura, el argumento nos traslada a una situación actual en la que podemos creer que nos están llevando a un drama más que masticado y deglutido una y otra vez, pero nada más lejos de la realidad. Su autor ya nos trajo hace bastante tiempo la maravillosa “Dr. Akagi” (1998), cinta con la que guarda alguna que otra similitud. “Agua Tibia Bajo Un Puente Rojo” apenas obtuvo la atención del circuito de festivales internacionales. De hecho, aunque logró formar parte de la sección oficial del Festival de Cannes, se alzó con un único premio en el Festival de Chicago gracias a la labor interpretativa del popular actor Kôji Yakusho, que encarna a uno de los dos intensos personajes que protagonizan esta obra.

Yosuke Sasano (Kôji Yakusho) tiene 40 años. Es un hombre humilde cuyo destino cambia al perder su trabajo y ser abandonado por su esposa. Toda su seguridad y su vida caen en lo más profundo de un pozo. Un día, un vagabundo le cuenta una vieja historia en la que revela que mantiene escondido un Buda de oro que robó de un templo situado en Kioto. Sin pensarlo demasiado, Yosuke marcha en busca de ese valioso objeto hasta llegar a una lejana casa al lado de un puente rojo. En su aventura, no encuentra rastro alguno de ese Buda, pero si aparece ante él Saeko Aizawa (Misa Shimizu), una atractiva y enigmática mujer que posee la habilidad de hacer crecer a las flores. Por su cuerpo es capaz de correr el agua, pero también inyecta esperanza en la vida de Yosuke.

Una historia de amor única, lírica, diferente, intensa, sexual, atrevida. Siguiendo la esencia de este tipo de cinematografías, Imamura se centra en explorar su propia narración con la máxima profundidad posible a través de metáforas, creando, en definitiva, pura poesía convertida en imágenes hipnóticas. Con cierto aire semidocumental, el metraje, de dos horas de duración, se transforma en un auténtico sueño de gran belleza marítima en forma de un cálido letargo casi invernal. Por supuesto, los espacios naturales adornan con gran acierto una narración colmada de sentimientos, emociones que, en alguna ocasión, se transforman en violencia e intensa sexualidad entre sus misteriosos personajes.

A pesar de que “Agua Tibia Bajo Un Puente Rojo” sea considerada una obra menor en la filmografía del cineasta, fluyendo a la sombra de otras grandes cintas como “Dr. Akagi” (1998) o “La Anguila” (1997), que obtuvieron más reconocimientos y difusión internacional, el largometraje supone una experiencia diferente en cuanto a la profundidad de un romance inesperado. Más allá de eso, los personajes secundarios aportan un gran abanico de cuestiones actuales y, a veces, incluso, pintorescas. Ciertas obsesiones de Imamura quedan plasmadas aportando viveza y dinamismo a la película, ya sea por su tratamiento exagerado como por los toques de comicidad que emplea. Hablamos de cuestiones como la vejez o la xenofobia, que acompañan a la trama principal de la narración sin ser capaces de arrebatar protagonismo a la historia de los dos amantes.

Por tanto, la aventura de Yosuke resulta de lo más completa entre capítulos e historias inesperadas, que, despiertan un interés menor frente a su idilio con Saeko. Un relato sobre profundos sentimientos que colapsan las heridas del destino, pero que, aunque posee un desarrollo embriagador, el clímax que nos aguarda no acaba por satisfacernos, puesto que toda aquella intensidad que se iba construyendo en torno al romance de los dos protagonistas termina por decaer sin tan siquiera dar explicaciones. Emociones completadas con la labor del compositor Shin-Ichiro Ikebe, menos acertado de lo que cabría esperar, y el veterano director de fotografía Shigeru Komatsubara, con quien Imamura contó en varias de sus obras, como  “La Balada de Narayama (1983), “La Anguila” (1997) o Dr. Akagi” (1998). En este caso, “Agua Tibia Bajo Un Puente Rojo” es una cinta injustamente tratada. No sólo podría llegar a encontrarse entre los trabajos más interesantes de Imamura, sino que, además, es triste la poca atención que, en su momento, despertó, cuando en realidad se trata de una atractiva experiencia con gran encanto.

Lo mejor: ese punto de frescura y originalidad en lo lánguido y detenido de los largometrajes asiáticos. El desarrollo de su historia y sus personajes.

Lo peor: su banda sonora con ese irritante toque circense.
 

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