jueves, 5 de octubre de 2017

UN LABERINTO SIN SALIDA (1989)



Que el famoso actor japonés Takeshi Kitano llegara a situarse tras las cámaras, en realidad, fue resultado de un gran cúmulo de casualidades. Precisamente, “Violent Cop” fue la obra con la que se estrenaría en esta nueva faceta de su carrera, pero, sin embargo, el plan inicial no era éste. El cineasta Kinji Fukasaku, autor de cintas de culto como “Tora! Tora! Tora!” (1970), que recibió cinco nominaciones a los Oscar, alzándose finalmente con el premio a mejores efectos visuales; o la siniestra “Battle Royale” (2000); iba a encargarse de dirigir el largometraje que protagonizaría Kitano, pero una enfermedad le llevó a desistir en su empeño y ceder su batuta a quien iniciaría una de las trayectorias más destacadas del thriller asiático de los 90. Ciertamente, su autoría se ve reflejada desde su inesperado debut, aunque posteriormente se desarrollaría a conciencia en “Hana-Bi: Flores de Fuego” (1997) o “Brother” (2000), entre otras.

Azuma (Takeshi Kitano) es un policía que se deja llevar por sus impulsos de agresividad en el trabajo. Centrado en algunos casos relacionados con el narcotráfico, descubre que uno de sus compañeros, Iwaki (Sei Hiraizumi), da salida en el mercado negro a ciertas sustancias confiscadas en la comisaría. Sin darse cuenta, un pequeño suceso provoca que se enfrente a la yakuza, poniendo en peligro, incluso, la vida de su hermana, Akari (Maiko Kawakami). Algunos retoques en el texto del guionista Hisashi Nozawa, a quien hemos visto más en el mundo televisivo durante los últimos años, provocaron que la película adquiriera esos matices tan particulares del universo Kitano, otorgando un mayor peso a la violencia no sólo en el comportamiento de sus personajes, sino también en su difícil contexto.

El cine asiático comenzó a poner en tela de juicio el discurso universal propio del thriller durante la década de los 90, proyectando una fuerte ambivalencia, especialmente, en la psicología de los personajes, los cuales se mantienen entre los límites del bien y del mal como muy bien se puede apreciar en el cine hongkonés de la época y que sirvió de referente para las futuras cinematografías de Japón y Corea del Sur. Sin embargo, la filmografía de Kitano es una de esas pequeñas excepciones, una joya en bruto que sirvió para ganarse miles de seguidores por todo el mundo a partir de sus posteriores obras, puesto que “Violent Cop”, por desgracia, llegó a Occidente con más retraso.

La narración peca de excesiva sencillez, volcándose en mayor medida en las escenas de acción y la labor técnica. Desarrollada a fuego lento durante los casi 103 minutos de metraje, como sólo cabe esperar de este tipo de cine, la quietud de ciertos instantes queda interrumpida con los trepidantes enfrentamientos, mientras que los silencios intimidantes son asaltados por sugerentes diálogos manchados del peculiar sentido del humor del cineasta. Todo ello generando una espiral de violencia cada vez más insostenible en la que el policía parece no tener tregua ni posibilidad de dar marcha atrás. No hay una salida posible en un mundo oscuro y tétrico en el que la violencia campa a sus anchas y la corrupción ya no distingue entre buenos y malos. 

Azuma es leal, noble, pero su actitud muestra todo lo contrario. Su contención a la hora de expresar sus sentimientos, incluso, hacia su propia hermana, provoca que parezca más un frío y resistente muro obsesionado con su trabajo. Un hombre con un gran vacío interior que Kitano retrata de forma excelente en un camino directo hacia la perversa locura, hacia un abismo en el que él mismo se encierra. El actor se desenvuelve de forma majestuosa a cada instante, tropezando con un clímax rotundo, estremecedor, que estalla en la misma cámara y que cumple con las expectativas de los amantes del buen thriller policíaco.

Siendo la mano de Kitano la que se encuentra tras “Violent Cop”, es fácil destacar esos intimidantes primeros planos o las tomas largas que tanto abundan y que ya sería imposible no pensar en ellos al estar ante una de sus obras, aunque sea su ópera prima. El mítico director de fotografía Yasushi Sasakibara, con décadas de trayectoria a sus espaldas, se encarga de participar en la producción. Indispensable en las filmografías de grandes autores como Ryuichi Hiroki o Takashi Ishii, no sería hasta seis años después que volvería a reencontrarse con Kitano en su faceta de actor gracias a “Gonin” (Takashi Ishii, 1995), puesto que en los largometrajes inmediatamente posteriores del autor preferirá contar con la colaboración del director Katsumi Yanagishima. En esta ocasión, la labor de Sasakibara mantiene ese toque realista tan característico, pero que, en cambio, fusiona con cierto oscurantismo necesario y con unas tonalidades mucho más monótonas, haciendo resaltar cada gota de sangre que aparece en pantalla. 

Una imagen que viene acompañada por la selección del compositor Daisaku Kume en la que resalta principalmente la versión de “Gnossienne No.1”, de Erik Satie, para encuadrar la distinguida mirada de Kitano, que sigue siendo única en el cine de las últimas décadas. Una visión muy personal de su particular universo que quedó ampliamente plasmado en las imágenes de “Violent Cop” gracias a las casualidades del destino. Antihéroes que se dejan llevar por una salvaje y poética violencia en una cruel realidad presentada en forma de laberinto, con trampas a cada paso, con acciones moralmente reprochables y emociones sepultadas bajo una fachada aparentemente irrompible. 

Lo mejor: deleitarse con los comienzos del gran Takeshi Kitano y las evidentes influencias posteriores en cintas como, por ejemplo, “Teniente Corrupto”, del director estadounidense Abel Ferrara.

Lo peor: su sencilla narración queda ensombrecida por la labor técnica.


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