jueves, 23 de marzo de 2017

UN RESPIRO PARA SENTIR (2013)



A veces, resulta inexplicable cómo una película puede pasar desapercibida en cartelera cuando su historia es de lo más llamativa. Siendo cine de autor podemos esperar que bien sea porque su estreno coincidió con otras cintas más atractivas para el público o bien porque su autor aún no sea conocido (y reconocido). Uno de tantos casos que suceden cada semana es el de “El Tiempo de los Amantes”, del director francés Jérôme Bonnell, a quien algunos descubrieron con su debut en el largometraje con “Le Chignon d'Olga” en 2002 y otros tantos supieron de su existencia con la posterior “All About Them” (2015), que logró una nominación a los premios César al mejor actor revelación gracias a la interpretación realizada por el joven parisino Félix Moati.

Centrándonos en el tema que nos atañe, nos enfrentamos a un minúsculo capítulo de la vida de Alix (Emmanuelle Devos). Un único día de respiro en la estresada vida de una mujer que trabaja como actriz en Calais, representando “La Dama del Mar”, la obra del dramaturgo noruego Henrik Ibsen. Con un apabullante horario, decide regresar a París por la mañana para resolver algunos asuntos de su vida y volver al trabajo ese mismo día. En pleno trayecto en tren, su mirada se fija en un enigmático hombre, Doug (Gabriel Byrne). Desde ese mágico instante, comienza un extraño, pero valiente juego de identidades, de búsqueda en uno mismo y, sobre todo, de replanteamientos existenciales. En esa visión posmoderna, ya no existe la idea de seducción clásica, de caza hacia el otro, sino que toda clase de estrategias tradicionales quedan relegadas al pasado para presentar la simple presencia de la pulsión humana. 

La conexión entre ambos personajes es fuerte, intensa, deliberada, pero, ante todo, efímera. El azar, el encuentro fortuito les ha llevado a rendirse a la conexión y a apartarse de su camino habitual. Ese paréntesis que se toma Alix es un completo descanso ante la tensión que vive. Se ha dejado el móvil en el hotel y debe recurrir constantemente a las cabinas de teléfono para poder comunicarse, en especial, con su pareja, alguien que se muestra siempre ausente y con el que mantiene una unión a través del dichoso contestador. Debe asistir a un casting, ver a su madre, con quien ha quedado para comer; a su hermana, con la que no parece tener una relación demasiado estrecha; y, sobre todo, debe volver a subirse al tren para regresar a su trabajo. 

Toda acción es envuelta en el ruido de la ciudad. Las llamadas imposibles cada vez que necesita hablar, el paso de los coches, la masividad de la capital. Una tensión urbana, social e, incluso, física que la fuerza a vivir en el imperativo del tiempo, en la urgencia que impide detenerse y poder ser uno mismo. En definitiva, es la expresión del presentismo en su máximo horror. Una vida moderna literalmente que se mantiene en lucha constante con la identidad personal. No tiene tiempo para sentir ni para vivir con intensidad, un aspecto que precisamente encuentra en la mirada de Doug, cuya expresión inspira una gran tristeza y melancolía frente a, en su vertiente opuesta, la inexpresividad de ella. Sin necesidad de verbalizar las emociones, su intimidad se hace visible al sentir tan profundamente, pero, ¿qué es lo que le ocurre? Alix permanece intrigada ante un hombre que parece reunir todo lo que ella necesita en ese instante, por lo que no duda en arriesgar, en ser valiente y, con pretensiones de guardar por encima de todo su anonimato, ir en su búsqueda para observar qué es lo que le ha producido tanta amargura, pero, ante todo, sentir de cerca esa atrayente capacidad de sacar fuerza del dolor.

Alix da un paso más allá para encontrarse con una relación totalmente inesperada. En ese acercamiento, ella deja atrás su estresante vida, su pareja, y se reúne con un hombre que, frente a ella, aparca los sentimientos que le han aletargado para vivir un respiro diferente. Sin embargo, y pese a que en un plano evidente estamos ante lo que sería una simple infidelidad, a un nivel más profundo no encontramos engaño o traición, sino una exploración de la otra cara de la relación. Un hecho que les lleva a experimentar, a poner sobre la cama sentimientos que parecían adormecidos en un mundo emocional intermedio que, a día de hoy, ya se ha perdido por la presión del entorno.

Cierto es que todo les separa, pero hay una atracción fatal que es imposible ignorar. Una captación del otro al margen de la seducción con tal intensidad en el momento que prácticamente compensa esa falta de continuidad. Una exploración identitaria en forma de viaje al interior que Alix necesita, puesto que es alguien inseguro, inestable, duda de su propia relación, mientras que Doug da la sensación de poder resistir a la vida e, incluso, a la muerte. En esta ocasión, Devos se enfrenta de forma sobresaliente e impecable a un personaje que nada tiene que ver con ese aire bohemio que suele llevar consigo, mientras que el popular actor Gabriel Byrne se muestra bastante cómodo en el papel de profesor de literatura que llega a París desde Gran Bretaña por un asunto que marca un antes y un después en su vida. 

El director Pascal Lagriffoul sigue acompañando en su trayectoria a Bonnell desde sus inicios, realizando un trabajo impoluto que simula apagar la ciudad para despertar nuestra mirada frente a la curiosa relación de los protagonistas. Con un tono minimalista y con la capital francesa de testigo, la fotografía prácticamente revela un gran cariño por sus personajes, con pequeños detalles que desvelan ese sentimiento especial y único de quienes, por fin, son capaces de sentir. No hay necesidad de conmover en “El Tiempo de los Amantes”, sino que el autor, más bien, nos otorga lo mismo que a Alix y Doug, una simple pausa con la que detener el tiempo, respirar y sentir nuestro interior, ya sea en forma de aventura o, en este caso, visualizando una interesante propuesta que, en su momento, no merecía pasar tan desapercibida.

Lo mejor: sin duda, la labor realizada por Devos y Byrne, sobre quienes recae toda responsabilidad y con quienes compartimos este valiente viaje identitario.

Lo peor: esa necesidad de buscar verosimilitud en el cine, cuando en realidad sólo hablamos de sentir, disfrutar y dejarse llevar.


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