jueves, 27 de enero de 2022

EVASIÓN DE POSGUERRA (1943)

El productor, guionista y director catalán Ignacio F. Iquino posee una extensa filmografía que recorre nada menos que 50 años de historia del cine español. Su primer trabajo, “Sereno… y tormenta”, que data de 1934, es un pequeño metraje en clave de comedia que dio paso a un gran número de proyectos continuados y que contaba con la participación de un elenco que se terminó convirtiendo en nombres indispensables. Sin ir más lejos, Paco Martínez Soria colaboró con el cineasta en incontables ocasiones desde sus primeros pinitos en la industria. Por aquel entonces, el actor era tan solo un extra en sus comedias, pero, con una guerra civil de por medio, su debut en el teatro tuvo que retrasarse hasta 1938, año en el que también recibió su primer papel cinematográfico gracias a Iquino y su mediometraje “Paquete, el fotógrafo público número uno”.

En las obras de esta cineasta, hemos visto desfilar grandes rostros populares como Mary Santpere, Amparo Rivelles, Pepe Isbert, Fernando Fernán Gómez, Mercedes Vecino, Ana Mariscal, Tony Leblanc, Isabel de Castro, Marujita Díaz, Julia Caba Alba, José Luis Ozores, Carmen Sevilla, José María Caffarel, Nuria Espert, Ismael Merlo, Encarnita Polo, Isabel Garcés, Mirta Miller, Máximo Valverde, Nadiuska, Esperanza Roy, Fedra Lorente, Fernando Guillén, Lydia Bosch y una lista de lo más extensa con otros muchos nombres. Desde luego, revisar la filmografía de Iquino es conocer de primera mano las etapas más importantes por las que ha pasado la industria cinematográfica española, desde el impulso de la comedia popular, el drama costumbrista, el melodrama con influencias del cine negro hollywoodiense, la presencia de la religión en el cine, el western con marca nacional, el destape e, incluso, el cine de terror.

Entre sus primeros largometrajes, destaca la comedia “Un enredo de familia” con una historia en forma de parodia del clásico de Shakespeare llevado al extremo del humor. Los Capitetos y los Tontescos son dos familias enfrentadas incapaces de impedir que sus primogénitos se casen. Pese a los obstáculos, ante todo está el honor y dos pares de mellizos fruto de la unión. Sin embargo, los progenitores fallecen trágicamente, dejando a sus hijos a la fortuna de ambas familias, que deciden separar a los mellizos y poner tierra de por medio como único acuerdo posible. Con el paso de los años, dos de ellos, uno médico y otra parca en palabras, se han casado de forma ventajosa, mientras que los otros dos, un pillo y una cantante, se buscan la vida a costa de otros. Las confusiones se suceden cuando estos últimos regresan por fin de México.

A través de esta breve sinopsis, se aprecia fácilmente la producción de una sencilla comedia de enredo para favorecer la evasión del espectador. La clara influencia hollywoodiense se desprende de forma muy evidente a lo largo de unos escasos 67 minutos de metraje construidos de manera ágil. En colaboración con el guionista Francisco Prada, Iquino rescata una problemática inicial, como son los dobles, con la que ambos ya habían trabajado en “El difunto es un vivo” (1941). Para esta ocasión, los actores principales, Mercedes Vecino y Antonio Murillo, que colaboraban habitualmente con el cineasta, tuvieron que adaptarse a nada menos que cuatro papeles cada uno divididos entre tres generaciones. Por tanto, este reto que se expande entre abuelos, padres e hijos proyecta también cierta dificultad para el espectador, que debe identificar en todo momento al personaje que encarnan. Vecino y Murillo afrontan este reto con gran empeño y con una gesticulación muy excesiva que recuerda fácilmente a las grandes estrellas del cine mudo. Junto a ellos, se suman los rostros populares de Mary Santpere, Paco Martínez Soria, José Jaspe, Modesto Cid y Pedro Mascaró, entre otros, que desfilan entre desenfadados diálogos, dramáticas circunstancias llevadas al extremo y elegantes números musicales.

El cine mudo también está presente en otros elementos, como son los intertítulos introductorios que contextualizan brevemente la narración. Esa teatralidad acompaña a sus decorados, que, en algunos casos, desvelan su reutilización tras la producción de su anterior trabajo, “Boda accidentada”, una comedia que se estrenó también en 1943 y que se mantiene en esa línea evasiva tan característica en los inicios cinematográficos del autor. Asimismo, el lujo y la fastuosidad acompaña a la narrativa, a pesar de contar con un presupuesto que fue muy recortado. No hay que olvidar que, después de todo, “Un enredo de familia” es una película secundaria en la trayectoria de Iquino, realizada tan solo con el único fin de recaudar dinero para costear mayores producciones y, sobre todo, para cumplir como herramienta de distracción para una población inmersa en la posguerra.

Lo mejor: puede haber envejecido en ciertos aspectos, pero su humor sigue intacto.

Lo peor: el gran número de personajes encabezados por Vecino y Murillo dentro de una narración tan ágil puede generar cierto caos, especialmente en su inicio con los saltos de tiempo, un aspecto que evidentemente se pretendió solventar con los intertítulos.

 

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