miércoles, 6 de octubre de 2021

LA CULPABILIDAD ANTE LA OPRESIÓN (2021)

Desde 2014, el nombre de Ferit Karahan ya no suena tan desconocido dentro del circuito internacional de festivales de cine. El director y guionista turco, que cuenta con gran experiencia en el mundo de la publicidad, saltó al panorama global a través de su primer largometraje, “Cennetten Kovulmak” (2014), una película que llegó tras probar suerte en la ficción con los cortometrajes “Berîya Tofanê” (2010) y “Xewna Yûsiv” (2012) y que le aportó cierto reconocimiento en los festivales de Ankara, en donde obtuvo tres premios; y Pesaro, en el que logró una mención especial. Este drama social sobre el pueblo kurdo y la violencia en la que conviven en ciertas zonas impulsó totalmente su trayectoria profesional, llevándole a una segunda obra un tanto fallida, “Eski köye yeni adet” (2018), que le permitió trabajar con la comedia a cambio de permanecer dentro del mercado local.

A pesar de este pequeño bache, Karahan dio a conocer su nombre dentro de Turquía, preparándose para su tercera película, “Mi mejor amigo” (2021), un drama que le encaminó nuevamente a la competición internacional a través de uno de los escaparates cinematográficos más importantes del mundo: el Festival de Berlín. Así es, la capital alemana le premió dentro de su sección Panorama, seguido de galardones muy variados en Cinema Jove Valencia, Fajr, Haifa, Ourense, Palic, Kazan e, incluso, el premio de la crítica del Atlántida Film Fest. En esta ocasión, su conmovedora historia nos traslada a un lugar remoto, las montañas del este de Anatolia. Allí, en un internado, Yusuf (Samet Yildiz) y su mejor amigo Memo (Nurullah Alaca), dos niños de apenas 12 años de edad, tratan de sobrevivir a la dura, opresiva y autoritaria rutina a la que son sometidos los estudiantes. Tras recibir un duro castigo por parte del profesor Hamza (Cansu Firinci), según el cual deben ducharse con agua fría, los amigos se marchan a dormir. A la mañana siguiente, Memo amanece enfermo, prácticamente inconsciente, por lo que Yusuf trata de avisar a los profesores. Una vez que le acompaña a la enfermería del centro, el tiempo se ralentiza ante la desesperación. Memo no mejora y los adultos no saben qué hacer con la fuerte y repentina nevada que les ha bloqueado el paso hasta el pueblo. Sin capacidad para actuar, las culpas supuran antiguos rencores, secretos ocultos y silencios incómodos, mientras Memo yace en una triste camilla.

Karahan construye esta narración de forma pausada, pero realmente efectiva. La sensación de encontrarnos en una situación a contrarreloj está presente desde los primeros minutos, puesto que el cineasta no desvela su contexto en un punto inicial, sino que se permite el lujo de desgranar cómo es este internado a lo largo de un metraje que se extiende apenas 85 minutos. Tal destreza provoca que “Mi mejor amigo” nos atrape desde el principio a través de la desesperación de Yusuf, a quien poco a poco vemos resignado a seguir orden tras orden con la impotencia de que su amigo permanezca inconsciente en la tétrica sala de enfermería. Esa frialdad que no solo acompaña con el escenario, sino que también se refleja en las actitudes de los adultos ante tanta acusación e intento de “lavarse las manos”, nos trae un vacío gélido de indiferencia que resulta más que terrible cuando se trata del cuidado de unos menores.

Las calefacciones rotas, las capas de nieve, el hielo resbaladizo, los castigos inhumanos, el deterioro en el cuidado de los estudiantes, la imposibilidad de asistencia médica, la dejadez de los profesores e, incluso, del propio director Burhan Demir (Mahir İpek) no hacen más que complicar el estado de Memo y la impotencia de Yusuf. Ya sabemos que no es fácil dirigir a niños, pero Karahan parece desenvolverse con total naturalidad para extraer lo mejor de todos ellos. El joven Samet Yildiz es precisamente quien carga con toda esta dramática situación. A su corta edad, su responsabilidad en esta obra es más que evidente y, por suerte, su solvencia y expresividad aun con sus silencios logran ensalzar un trabajo que posee un giro sorpresivo en su recta final, propiciando un inesperado desenlace tanto para los personajes como para el propio espectador. Ante la distancia que el niño ha mostrado en todo momento a excepción de su evidente preocupación por su amigo, descubrimos una profundidad psicológica que nos llega de golpe sin necesidad de excederse en palabras. De hecho, el impacto embarga a todos los personajes en lo que se prevé un punto y aparte en la trayectoria del internado, en donde deben cambiar muchos aspectos que se han ido descuidando con el paso de los años.

A simple vista, la labor del director de fotografía turco Türksoy Gölebeyi recibe un peso esencial para encumbrar la narrativa, potenciando esa frialdad reinante en el internado, en donde tan solo el edificio de color rojo parece tener un protagonismo inusual. El espacio se erige aún más cruel si cabe como una especie de triste ensoñación que se transformará en un mal recuerdo para el futuro Yusuf. No cabe duda de que el egoísmo del que se rodea el joven pasará a formar parte de él por ese ambiente nauseabundo en el que se está criando. Los minutos finales no nos permiten no olvidar esta idea, siendo conscientes de que el niño se va a seguir educando en esa atmósfera nociva de abusos, soledad y excesiva autoridad.

La propuesta de Karahan es, sin duda, su primer acierto. “M mejor amigo” es un recuerdo al olvido, un extracto de una pesadilla, una terrible imagen que se endurece cuando los menores se ven afectados. Casi a tiempo real podemos sentir las mismas emociones que el joven Yusuf y es, sobre todo, este aspecto el que propicia que el cineasta haya hecho un buen trabajo al respecto. Los pequeños detalles, como permanecer encerrados la mayor parte del tiempo dentro del punto de vista de los niños, hacen de esta obra un visionado muy atractivo, capaz de golpear las reflexiones que vamos construyendo a lo largo de la cinta en tan solo sus minutos finales, puesto que las vidas de Yusuf y Memo están por encima de todo.

Lo mejor: la película invita a reflexionar sobre muchos más aspectos de los que a simple vista parecen plantearse.

Lo peor: algunas escenas insignificantes, que, aunque ayudan a dilatar la sensación de impaciencia, no aportan a la narrativa.

 

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