martes, 12 de junio de 2018

ADÁN, EVA, DIOS Y OTRAS COSAS DEL MONTÓN (2015)



Existen muchos títulos centrados en el constante deseo del hombre por jugar a ser Dios, una cuestión cada vez más actual. El género de ciencia ficción recoge asombrosas construcciones de androides, que, con el tiempo, son más cercanas a nuestra imagen o, incluso, llegan a superarla. Más allá de la apariencia física, el género nos trae una inteligencia casi sobrenatural con personajes humanos que ansían poder, dotar de independencia emocional a sus pequeñas creaciones. Apenas existen diferencias entre nosotros y las nuevas máquinas que se nos presentan, revolucionando un género que necesitaba una fuerte inyección para volver a la vida. Por supuesto, todo este avance no puede evitar calmar ciertos miedos que el cine nos ha inyectado desde hace décadas, como el hecho de que posiblemente este tipo de tecnología no sólo nos supere, sino que, además, pueda provocar nuestra autodestrucción.

Jugar a ser Dios puede facilitarnos nuestro día a día, pero el séptimo arte nunca olvida que también puede ser algo arriesgado. Esto nos lleva a revisar el largometraje "Ex Machina", la ópera prima del director británico Alex Garland, un inicio en la dirección casi por todo lo alto y recompensado como tal, puesto que la obra se alzó con múltiples premios, desde el Oscar a mejores efectos visuales en 2015 hasta el gran reconocimiento de la crítica a través de galardones de diversas asociaciones. Precisamente, a pesar de su gran debut, Garland era más conocido por su faceta de guionista, respaldando títulos indispensables como la adaptación cinematográfica de "Nunca Me Abandones" (Mark Romanek, 2010), la novela del escritor Kazuo Ishiguro; o "28 Días Después" (Danny Boyle, 2002), en cuya secuela dejó atrás la escritura para convertirse por primera vez en productor. Sin duda, el autor acierta totalmente en sus proyectos, demostrando una gran debilidad por el género de ciencia ficción, como se demuestra en su segunda cinta, "Aniquilación" (2018), una coproducción británico-estadounidense más para la que volvió a rodearse de un reparto sobradamente reconocido como Natalie Portman, Oscar Isaac o Jennifer Jason Leigh.

Nathan (Oscar Isaac) es un programador multimillonario que selecciona a un empleado de su empresa, Caleb (Domhnall Gleeson), para que se instale junto a él en su acomodada casa, escondida en un remoto lugar entre montañas. Caleb tiene ante él la posibilidad de descubrir en qué trabaja su jefe, siendo su único cometido, la realización de un test para probar la habilidad de la última creación de Natham: Ava (Alicia Vikander, una robot femenina con gran Inteligencia Artificial. Tenemos bastante asumido la idea de que “algún día, las inteligencias artificiales nos mirarán de la misma forma que nosotros observamos a los fósiles”. Pero lo que en realidad tememos y lo que más se ha explotado en el séptimo arte es que este relevo, esta evolución del hombre en máquina (porque nuestras “criaturas” no dejan de ser una extensión de nosotros mismos, al menos mientras las controlemos), quiera imponer su mandato de forma violenta. Quiera expresar su necesidad de liberación y de libertad cueste lo que cueste, como haría el hombre, sin ir más lejos. Y, quizá, debido a esa avalancha de películas, el último trabajo del cineasta no termina de convencer. La cinta, empezando por su trailer, explota una vez más esta vertiente: el poder del ser humano, sus ansias de convertirse en deidad y las consecuencias que le puede acarrear ese deseo. Un hecho que acaba por hastiar, al plasmar lo que ha terminado siendo un recurso demasiado fácil.

Hablar del test de Turing, insinuar la moralidad de que un androide pueda sentir placer con el sexo (y, por ende, el humano con el androide), cuestionarse el futuro de la especie humana desde una doble perspectiva basada en las figuras del creador, el “padre”; y del seguidor, el “inocente” incapaz de darse cuenta de que la máquina puede ser perfectamente igual que el hombre y, por tanto, manipuladora o cruel a la vez que amorosa y facilitadora. Esa es la base de "Ex Machina", la que sustenta todo el argumento y desarrollo posterior. Cuestiones que todos nos hemos planteado ya en varias ocasiones, pero ahora puestas en boca de dos personajes antagónicos, tanto por su personalidad como por sus creencias. Se desdibuja la línea entre estar a favor o en contra de permitir la evolución de la Inteligencia Artificial igual que, como se promociona en la película, se desdibuja entre Dios y el Hombre, pero el efectismo es lo que engancha, teóricamente y desde una visión un tanto inocente, al espectador. Y ese efectismo debe ir acompañado de una historia que lo potencie, no podemos quedarnos en las simples conjeturas.

Ava (Alicia Vikander), variante de Eve, Eva. “Madre de los vivos”. Consciente del bien y del mal tras su creador, Nathan (Oscar Isaac). Eva, que ofrece la manzana al inocente Adán, aquí, Caleb (Domhnall Gleeson). Eva, Inteligencia Artificial, pero mujer, al fin y al cabo, que come, engañada por la serpiente, de la fruta prohibida. O, en el caso que nos ocupa, de ser creada ya con esa conciencia por su “padre”. El desarrollo del personaje de Ava se nos antoja tan previsible como descorazonador. Lo peor es que esa evolución arrastra a los dos protagonistas masculinos hacia una espiral de vaticinio, a priori, no intencionada, que acaba resultando un tanto imaginable . De esta forma, todo lo que se había conseguido con la atmósfera opresiva y el avance de los distintos capítulos, como los encuentros entre el ingenuo informático y Ava durante varios días, se destroza, sobre todo, en el último tercio de la cinta. Y no sólo por no sorprender, sino por no saber resolver de mejor forma la propuesta. Eso sin hacer mención a varias de las licencias que se permite Garland (tecnología avanzada sí, pero si pierdes la tarjeta que abre las puertas te quedas encerrado, aunque seas el dueño de todo el edificio).

Por supuesto, no todo es negativo. Hay que reconocer que se mantiene bastante bien la tensión por mucho que se intuya, acertadamente, todo lo que va a suceder. Por tanto, aunque el desenlace sea muy poco satisfactorio, es de agradecer que este tipo de películas sí llegue a salas de cine, teniendo en cuenta que el género de ciencia ficción, a veces, es ignorado en su exhibición y, en más ocasiones, maltratado por la crítica. Así que "Ex Machina" termina siendo un buen largometraje, aunque poco apto para todos los públicos. Por supuesto, habrá quienes les pueda aburrir el poco creíble o, más bien, poco innovador clímax final, al igual que quienes busquen mayor dinamismo y acción se sentirán insatisfechos con su primera parte. No obstante, se nos muestra un relato futurista elegante, con muy pocos, pero acertados personajes, y más de una sorpresa, no todas igual de imprevisibles. Es difícil seguir hablando de esta producción sin desvelar ningún detalle crucial, pero sí se puede contar que, además del convincente duelo entre un transformado Isaac y un aparentemente frágil Glesson, las enigmáticas Alicia Vikander y Sonoya Mizuno (Kyoko) mantienen su propia competición sin una ganadora clara. 

Muy destacable es la labor realizada por el director de fotografía Rob Hardy. Tal es así que su trabajo le valió el pasaporte para la siguiente obra de Garland, "Aniquilación" (2018), como para "Misión Imposible: Fallout" (Christopher McQuarrie, 2018), la sexta parte de la interminable saga. Por su parte, los efectos especiales, en la línea moderada que está tan de moda, sin abusar ni hacer alardes, son otro de los fuertes de un largometraje que gustará e, incluso, encantará a los aficionados al género sin espantar públicos de otras latitudes. Garland se ha ganado nuevas oportunidades. Igualmente, es necesario recalcar algunas piezas bastante acertadas de su banda sonora, a cargo de los compositores Geoff Barrow y Ben Salisbury, como un correcto ejercicio de drama y techno por partes iguales.

Lo mejor: ciencia ficción al fin y al cabo, que nunca está mal. Una historia decente realizada sin el respaldo de un presupuesto faraónico trás de sí.

Lo peor: la "inverosimilitud", dentro de lo que cabe en este género. No resulta un auténtico soplo de aire fresco ni un trabajo que no hayamos visto antes (revuelto de casi todo: desde "Metrópolis" del mítico cineasta austríaco Fritz Lang, hasta "Ghost in the shell" de Mamoru Oshii).


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