martes, 13 de marzo de 2018

MELANCOLÍA BUSCA AMIGO, RAZÓN AQUÍ (2009)


"Mary and Max", del director, productor y guionista australiano Adam Elliot, cuenta la historia de dos almas incomprendidas, llenas de defectos y virtudes que entran en una espiral de sentimientos y de miedos para mantener una amistad que ni el tiempo ni la distancia parece que pueda acabar con ella. Parecería la típica película para los más pequeños de la casa, por aquella falsa, pero popular idea de que una animación claymotion no suele estar enfocada a un público adulto. Sin embargo, resultó ser todo lo contrario. Estamos ante una cinta con un sentido del humor muy refinado, en el que no todo son bromas que pueda entender un infante.

Después de 5 años y más de 8 millones de dólares gastados, el primer largometraje de Elliot consiguió ver la luz. Es lo que tiene el cine independiente, que, en parte, también es uno de sus encantos. Obras creadas con sumo mimo y cuidado siempre al servicio de relatos magnéticos que desvelan más de lo que a simple vista parece. "Mary and Max" se construye con este mismo mecanismo. Si como comedia funciona, como drama resalta aún más. En su narración quedan plasmados grandes pensamientos e ideas que a todos nos persiguen como una constante en la vida. La felicidad o la soledad son algunas de las cuestiones que se muestran en pantalla, pero requiere más de un incansable visionado para llegar a comprender la profundidad que encierra el metraje del cineasta.

Uno de los personajes que forman parte de su título es Mary, una niña australiana que posee una pequeña marca de nacimiento en la frente a la que no solo odia, sino que además, a su edad, es la principal causa de sus problemas. Precisamente, ese dichoso "ser" provoca las burlas de sus compañeros de colegio, que no se cansan de reírse a su costa, provocando una gran impotencia en la joven. Por eso mismo, decide que lo mejor que puede hacer es dar la espalda a ese mundo que decidió ser cruel con ella a tan tierna edad, aislándose en un rincón del que pretende no saber nada de una vida social que le ha sido arrebatada.

"Mary and Max" trata con toda la delicadeza posible la incomprensión, los miedos y abusos, porque, por desgracia, ¿quién no ha sido maltratado o insultado alguna vez? Esa incomunicación que sienten los personajes se hace palpable en la primera mitad de la obra, en la que el mismo relato se silencia sin tan siquiera dar tregua hasta la segunda parte del metraje, que, hasta ese entonces, sólo permite escuchar algunas voces en off. En un principio, las palabras de un narrador nos presenta a los protagonistas y las ciudades en las que viven, pero, más tarde, son las de Mary y Max las que resurgen a medida que van escribiendo las cartas, como si ese aislamiento en el que se ven envueltos comenzara a desaparecer o las heridas que han surgido por las circunstancias que les rodean se fueran curando.

Ese narrador inicial es el encargado de dirigir el silencioso y solitario encierro en el que se encuentran ambos personajes, envueltos por una rutina en la que les es difícil mediar palabra. Soon dos seres marginales a los que resulta más complicado de lo normal acceder, acostumbrados ya a los problemas que les dominan. Por ello, como testigos de su desdicha, sólo podemos introducirnos en su universo a través de quien permanece omnisciente, dirigiendo una batuta que nos conduce por un relato en el que se aprecian antes sus sentimientos sin necesidad de un diálogo para el que aún no se sienten preparados. Es el único camino para comprender sus miedos, pero también la necesidad de, al menos, forjar una amistad en común, con enriquecedoras cartas en las que relatan coincidencias, deseos y anhelos a pesar de no conocerse aún.

Con ello, todo cambia, Mary y Max dan un paso al frente con el ánimo de comunicarse a través de un medio que a día de hoy parece extinguido. Sus voces surgen de la nada para ser escuchados, incluso, por ellos mismos, abriéndose también a nosotros, espectadores de una trama sencilla y con gran encanto. La desesperación por abrirse al mundo cada vez toma mayor protagonismo con esos extensos textos que se envían entre ellos, plagados de olvidos en forma de postdatas por ese ansia de tener mucho que decir y, en cambio, no haber suficiente tiempo o papel. El enlace que surge entre ellos es lejano en la distancia, pero mucho más cercano que aquellos que deambulan a su alrededor, al menos, mientras sigan teniendo palabras que escribir y postdatas con las que apresurarse a terminar sus relatos a la oscura sombra de sus rincones de consuelo y aislamiento en los que permanecen encerrados como una cadena perpetua.

"Mary and Max" es una pequeña joya camuflada en la amabilidad de su técnica. Elliot sigue con su toque independiente, diferente, pero con gran magnetismo y cuidado. Un relato que expone una realidad a la que cada vez estamos más ligados, encadenados a una extraña vida social que, aunque ya no sea por medio de cartas, sí es a través de una redes que nos conectan en la lejanía, pero que, a su vez, nos distancian. Sin embargo, más allá de estas circunstancias, el cineasta, en la sombría pieza que crea, proyecta una luz amable. Al fín y al cabo, todo se perdona porque somos imperfectos y debemos aprender a vivir con ello. Esa amistad perfecta es la que los repara de la amargura total y les ayuda a superar sus defectos. Esa perfección es la que les basta para una vida menos gris.

Lo mejor: la sencillez de un relato cándido en un mundo cada vez más en blanco y negro como nos muestra la cinta. Ambos protagonistas.

Lo peor: quizá no sea tan recomendada para niños, ya que éstos no conectarán al 100% con la historia.


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