lunes, 4 de abril de 2016

HERIDAS DEL PASADO (2015)

Cualquier obra del director y guionista japonés Hirokazu Kore-eda consigue quedarse en nuestras retinas de forma indefinida. Tal vez sea por la cercanía con la que relata la cotidianidad de una cultura que nos es lejana, pero que aún sigue asombrándonos; o bien por la pasmosa sencillez con la que construye historias que nos permiten reflexionar sobre nuestras propias vidas y experiencias. Todo ello le ha llevado a ser considerado el perfecto heredero del maestro Yasujirō Ozu y uno de los grandes poetas cinematográficos de nuestro tiempo. El cineasta continúa explorando en cuestiones como la soledad, el amor, los lazos familiares, la vida y la muerte como si se tratase de una tesis sobre lo más profundo del ser humano.

Indispensable en los festivales internacionales más importantes, Kore-eda se ha convertido en uno de los autores nipones más populares. Ya desde sus comienzos con “Maborosi” (1995) logró deslizarse en sus programaciones, alzándose inesperadamente con el León de Plata en el Festival de Venecia. Tan sólo fue el primer paso para ganarse unos fieles seguidores que, sin duda, quedaron atrapados en el curioso universo de “After Life” (“Wandafuru Raifu”, 1998). Desde entonces su carrera ha sido imparable y no es que posea un sinfín de títulos que resuman sus altibajos a nivel profesional, sino que, en su lugar, encontramos pocas cintas, pero todas ellas de una inmensa calidad.

Con los años, el director parece haber perdonado ciertas luchas internas para reconciliarse con su propia mente. “Nuestra Hermana Pequeña” (“Umimachi Diary”) supone cierta dulcificación en sus reflexiones con una historia sumamente agradable y cálida. La película, que recibió el Premio del Público en la 63ª edición del Festival de San Sebastián, se suma al resto de trabajos del director en cuanto al retrato de la familia que éste desarrolla en ellos. Resulta inevitable recordar el drama social “Nobody Knows” (“Dare Mo Shiranai”, 2004), cuyos jóvenes protagonistas forman parte de una familia totalmente desestructurada; o “Milagro” (“Kiseki”, 2011), en donde se mantiene esa jovialidad desde un punto de vista cómico y esperanzador. Kore-eda disfruta profundizando en los lazos parentales, en los cambios que llevan a la inestabilidad psicológica de una casa y en cómo se desenvuelven sus personajes ante un contratiempo de gran magnitud, tal y como ocurría en “De Tal Padre, Tal Hijo” (“Soshite Chichi Ni Naru”, 2013), en la que unos padres se enteraban de cómo su hijo había sido intercambiado al nacer por un error del hospital; o, principalmente, por causa de la muerte de algún familiar, como en el caso de “Still Waiting” (“Aruitemo, Aruitemo”, 2008). Una cuestión que ahora retoma, de nuevo, como excusa, no para el distanciamiento entre quienes se quieren, sino para unir a quienes no han establecido una relación aún, pero comparten un punto en común, como la presencia del mismo padre en sus vidas.

Inspirada en el manga de la artista Akimi Yoshida, el largometraje retrata, una vez más, el costumbrismo de la sociedad rural japonesa. En Kamakura, tres hermanas conviven en una vieja y tradicional casa de madera que ellas mismas mantienen. Son solteras y autosuficientes, ya que cada una tiene su propio trabajo. La mayor, Sachi (Haruka Ayase), es enfermera en un hospital cercano, la mediana, Yoshino (Masami Nagasawa), trabaja de administrativo en un banco, y la pequeña, Chika (Kaho), es dependienta en una tienda de deportes. Todo fluye de forma rutinaria hasta que llega una carta en la que se les comunica el fallecimiento de su progenitor, que las abandonó hace 15 años. En el velatorio conocerán a Suzu Asano (Suzu Hirose), su joven hermanastra, a la que ofrecerán vivir junto a ellas para iniciar un nuevo ciclo en sus vidas.

El pasado regresa al presente y, con él, los traumas, las inseguridades y la necesidad de un perdón que trate de cerrar las heridas. Construida a fuego lento, el autor desarrolla una gran profundidad en sus personajes, desplegando una naturalidad realista y auténtica que no merma en el dinamismo de una narración cíclica que parte de un sencillo funeral. Y es que así es la vida misma, en la que todos debemos enfrentarnos a nuestros miedos de forma personal, encarando los contratiempos que parecen enredarnos en un laberinto con una única salida. Sin embargo, “Nuestra Hermana Pequeña” nada en aguas pacíficas, en un drama dulce y agradable gracias a una complaciente y elegante comicidad que, además, potencia la gran carga emotiva que posee. Un escaso fragmento en la vida de las cuatro hermanas en el que confluyen risas, lágrimas y discusiones. Las complicaciones que trae la madurez inundan el hogar, mientras deben hacer frente al rol de la mujer soltera en una sociedad nipona aún demasiado conservadora, en la que prácticamente es un deber contraer matrimonio antes de cierta edad. Así es como también presenciamos sus amores y relaciones de pareja y cómo éstas transcurren paralelamente con el trabajo, dando pie a subtramas con personajes secundarios en los que no presenciamos un final ni tampoco un inicio.

Un largometraje íntimo y personal del que somos testigos silenciosos al compartir nuestras tímidas sonrisas y extraña preocupación por sus tragedias. El autor demuestra que no hay necesidad de grandes presupuestos ni altas pretensiones para crear una obra que logre tocar la sensibilidad del espectador. Tampoco es la primera vez que lo consigue y quizás éste sea el aspecto más esperado por sus admiradores, puesto que, con el paso de los años, Kore-eda parece depositar cada vez más piezas de su propia emoción, migas de sus angustias, anhelos e inquietudes que se transmiten a través de los pequeños detalles, aquéllos que embriagan a la imagen de una belleza como pocas y que provocan que cada visionado se convierta en una experiencia única.

Gran parte del éxito que posee este trabajo reside en el fantástico elenco, que se encarga de despertar y compartir sensaciones, experiencias y, sobre todo, una gran empatía. En poco más de dos horas, es inevitable sentir un cariño especial por las hermanas. El director presta algo más de atención a Sachi y Suzu, personajes que parecen ofrecer una mayor profundidad psicológica al evidenciarse la diferencia de edad entre ambas. Sachi posee un instinto más maternal al cuidar de la casa y de sus tres hermanas, sumando una gran responsabilidad en su vida. Con ella compartimos sus tareas diarias, sus cuidados, consejos, temores y decisiones en una madurez que la exige demasiado y en la que debe hacer una pausa reflexiva para cerrar ciertos capítulos. Por su parte, Suzu encarna la inocencia de la juventud, los primeros amores, amistades y, en definitiva, una época de aprendizaje totalmente decisiva. Ayase es un rostro popular en la televisión japonesa con una carrera cinematográfica bastante fructífera, al igual que Hirose, que actualmente se ha embarcado en tres proyectos para la gran pantalla. Sin duda alguna, la profesionalidad de ambas actrices es palpable, resultando más que impecables en sus papeles.

El director nipón Mikiya Takimoto realiza una labor extraordinaria a nivel fotográfico. Manteniendo cierta similitud con la antecesora “De Tal Padre, Tal Hijo”, las imágenes se tornan cálidas en un universo adverso en el que la presencia de la muerte es irremediable. La naturaleza brilla con un poético esplendor, favoreciendo la visión que Kore-eda nos quiere transmitir de la vida. Siempre optimista, sincera y amable, “Nuestra Hermana Pequeña” no desborda grandes tecnicidades, sino que prefiere acudir a una narración sólida y sencilla para construir un largometraje redondo, en el que el pasado rinde cuentas una vez más a través de la pureza, de la mirada natural de la vida.

Lo mejor: el estupendo reparto del que hace gala. Un guion sin grandes pretensiones.

Lo peor: resulta tan contemplativa que en algunos momentos reclama cierta decisión por parte de sus personajes.



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