martes, 9 de abril de 2019

CON EL TIEMPO EN CONTRA (1962)


La directora francesa Agnès Varda nos dejaba en un año de máxima reivindicación feminista. Una mujer que siempre ha permanecido a la sombra de importantes cineastas de la Nouvelle Vague, como Jean-Luc Godard, François Truffaut o Claude Chabrol, entre otros. A pesar de su reconocimiento nacional, es cierto que la historia del cine mundial obvió por completo su papel dentro de este movimiento, tan crucial como otros autores que ayudaron a romper con el clasicismo cinematográfico. Sin embargo, el presente parece tener intenciones de otorgarle el lugar que se merece, aunque hayan transcurrido demasiadas décadas para lograrlo. Toda una pionera desde sus inicios con la ópera prima “La Pointe-Courte” (1955), una película compuesta por dos episodios que mostraban la cotidianidad desde diversos ángulos y que ya dejaba entrever la sofisticación por la que más tarde destacó su autoría.

No sería hasta 1962 cuando Varda suscitó un gran interés con la que es considerada a día de hoy su obra maestra, “Cléo de 5 a 7”. Tras varios cortometrajes de corte documental, la directora regresaba al mundo de la ficción con una narración escrita por ella misma, que fue recompensada con una nominación en el Festival de Cannes de ese mismo año y un premio a mejor película por el Sindicato de Críticos de Cine de Francia. Estamos ante un poético relato de una joven cantante en plena crisis. Cléo (Corinne Marchand) se encuentra a la espera de recibir los resultados de una prueba médica, pero, en su desesperación, visita a una adivina para que le anticipe la noticia. Según ésta, el final de Cléo es terrible, puesto que tiene cáncer. La inquietud de la protagonista por saber su realidad se incrementa con el paso de las horas. Su ayudante, Angèle (Dominique Davray), sus amigos y compañeros de trabajo e, incluso, su amante (José Luis de Vilallonga) no son capaces de consolarla, por lo que Cléo, agobiada por la situación, decide marcharse en soledad, momento en el que, por casualidad, conoce a Antoine (Antoine Bourseiller), un joven soldado que debe marcharse al terminar el día, pero que, eclipsado totalmente por ella, decide acompañarla en tan terrible espera.

El retrato que realiza Varda de Cléo es de tan sólo unas pocas horas. La cámara persigue a la estrella de la canción desde la tirada de cartas, en un magnífico vaticinio del trabajo técnico que desarrollará la autora a lo largo de los 90 minutos de metraje. Enfocada aparentemente desde un punto de vista contemplativo, la historia no se centra en la acción de los personajes, sino en la evolución psicológica de ellos. El enfrentamiento a los peores temores, al transcurso del tiempo y a la incomprensión que conduce una situación desesperada termina por cobrar un protagonismo sin igual. Mientras tanto, frente a nuestra mirada desfila la belleza, el simbolismo y el detallismo de una obra perfectamente pulida, que brilla con luz propia dentro del mismo modernismo cinematográfico de la época.

Sobre Marchand recae la mayor parte de la responsabilidad, encarando a un personaje histriónico, paranoico, con grandes altibajos que simula una montaña rusa emocional. Su recorrido por las calles de París camufla un retrato histórico como pocos, un bagaje exploratorio en donde se articula su personalidad, sus traumas y miedos. La actriz había comenzado su carrera como una simple doncella en “Las aventuras de Cadet Rousselle” (André Hunebelle, 1954). Tan sólo 7 años después lograba este protagónico que interpretó con gran elegancia e hipnotismo, en una soledad que se disipa y llega a su clímax con la llegada, durante la segunda mitad de la narración, de su compañero de reparto, Antoine Bourseiller, actor y director teatral que comenzó su andadura en 1956 y que siempre ha destacado por sus fantásticas dotes actorales, siendo un ejemplo más de ellas la que nos deja en la memoria con “Cléo de 5 a 7”.

El equipo de directores fotográficos, Paul Bonis, Alain Levent y Jean Rabier, se hacen cargo de una labor brillante que comienza con la viveza del color y que, tras pocos minutos desde su inicio, apuesta por un blanco y negro de lo más acertado. En sus manos, la imagen luce en un claro ejercicio técnico propio de estudio. Los juegos entre espejos aportan un matiz de ensoñación para Cléo, que se encuentra en la irrealidad de una situación que ha trastocado su día a día. Estampas divididas, multiplicadas, difuminadas o superpuestas que distorsionan el presente de la protagonista y que desfiguran la seguridad que le envolvía. 

El tiempo ha convertido a “Cléo de 5 a 7” en una obra indispensables que, obviamente, debe formar parte de la historia. Un atrevido y exquisito drama transformado ya en una joya atemporal, que desvela un trabajo técnico sobresaliente para retratar una narración en la que el tiempo juega tanto con los personajes como con el espectador. Por un lado, su fugacidad, su extremada presencia y pesadez y la constante sensación de vivir a contrarreloj; mientras que, por otro lado, asistimos a una historia que se desarrolla a fuego lento, pronunciando ese cariz contemplativo de quienes asistimos a un instante de temor, soledad, incomprensión, desgarro y dolor.

Lo mejor: el trabajo técnico al completo, desde la impecable labor fotográfica hasta el uso tan oportuno de la cámara.

Lo peor: “Cléo de 5 a 7” ha tardado demasiado tiempo en ocupar el lugar que le pertenece en la historia del cine mundial.


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