martes, 25 de julio de 2017

VÍCTIMAS DE LA TRAGEDIA (2016)



Con el transcurso de los años, la mente tiende a desprenderse de ciertos detalles que tarde o temprano acabamos por echar de menos. Sin embargo, siempre permanece en nuestra retina imágenes que nos llegaron a impactar de tal forma que jamás se podrán olvidar. Para muchos de nosotros, el desastre de Chernobyl es imborrable independientemente de la edad que tengamos. Un hecho que marcaría un antes y un después desde 1986, especialmente, por las tremendas consecuencias que acarreó y cuya población sigue arrastrando con el tiempo. Más de 30 años después de aquella histórica catástrofe en la central nuclear de Vladimír llich Lenin, la ciudad de Pripyat, en Ucrania, sigue siendo un paraje fantasmal del que escaparon sus ciudadanos dejando atrás todas sus pertenencias. Considerado como uno de los sucesos más graves de finales del siglo XX, todavía continúan llevándose a cabo medidas de aislamiento de una zona en la que la radiación campa a sus anchas.

El director, productor y guionista Pol Cruchten, natural de Luxemburgo, retrata a las víctimas de tan terrible desgracia en el documental “Voces de Chernobyl”, una producción de apenas 90 minutos basada en el libro homónimo de la Nobel de Literatura del año 2015, Svetlana Alexievich. Familias devastadas que vieron rotas sus vidas quedan plasmadas en boca de actores como Dinara Drukarova, a la que se suman los testimonios de científicos, educadores y periodistas, que colaboran en la narración de una especie de viaje a los infiernos en el que silencio está presente en cada rincón y la muerte prematura se adueña de quienes fueron testigos de tal calamidad. Una crítica mordaz que evidencia más si cabe la gran negligencia del gobierno soviético y la despreocupación que ha mostrado siempre ante los que sufren las consecuencias más espeluznantes.

La cinta visualiza ahogadas palabras en una reconstrucción audiovisual ficcionada que, en su momento, recogió Alexievich de forma escrita. Las escalofriantes miradas a cámara de los que interpretan a quienes ya no tienen nada que perder nos acompañan por un paseo entre ruinas, escombros, edificios desérticos, paredes desconchadas, camas desnudas y, en definitiva, por un cementerio industrial totalmente postapocalíptico, lleno de recuerdos y objetos que dejaron atrás sus dueños, aquéllos que tuvieron que abandonar todo para “salvar” sus vidas. El horror se esparce en cada fotograma, cada espléndida panorámica, y, aunque Cruchten trata de volcar cierta esperanza utilizando colores brillantes y llamativos, no consigue eclipsar ninguno de los testimonios, sino que transforma la tragedia en una magnífica visión poética.

La narración profundiza hasta el más mínimo detalle, a pesar de dejar sobre la mesa cuestiones relacionadas con la manera de actuar que tuvieron los responsables en aquel momento. Sin llegar a juzgar de primera mano, tan sólo permitiendo que el espectador sea capaz de, a partir de la información expuesta, elaborar su propio juicio, lo cierto es que “Voces de Chernobyl” no puede permitirse terminar sin antes conocer la opinión de los expertos, que nos invitan a conocer de cerca las circunstancias que rodearon al accidente. Sin embargo, el autor no termina de arriesgarse ante la posibilidad de reunir un material que facilite una crítica aún más mordaz y consistente, sino que prefiere detenerse en la dramática situación de los ciudadanos de Pripyat y alrededores. 

Sin duda, resulta más que destacable la gran labor fotográfica del veterano director polaco Jerzy Palacz, que, acompañado del compositor André Mergenthaler, rezuma creatividad y potencial como pocas veces hemos visto en un metraje de estas características. No es sencillo extraer tal belleza de un escenario tan desolador. Sin embargo, las sobrecogedoras imágenes transmiten lo que un perfecto homenaje a las víctimas debería ser: una pizca de luz en el recuerdo, un respiro entre el sufrimiento de hombres, mujeres y niños, que, incluso, potencia aún más nuestra atención ante la esperada denuncia política que se nos presenta. Almas perdidas retratadas con delicadeza, parientes que vieron padecer a sus seres más queridos y que han ahogado sus gritos de desesperación por culpa de un desastre que jamás les permitirá vivir en paz.

Seleccionada para los Oscar como mejor película extranjera y galardonada en festivales internacionales como el de Acapulco, París y Minneapolis, lo cierto es que la obra de Cruchten se convierte en un documental totalmente indispensable para recordar los efectos de uno de las catástrofes más importantes de nuestra historia. Negligencias, una evacuación lenta y tardía, un ecosistema destruido, una contaminación que se expandió de forma irregular por varios países de Europa, controversia política y científica, familias devastadas que sufrieron y seguirán sufriendo terribles secuelas, como la muerte prematura y cruel de sus más allegados, son el resultado de la mano del ser humano, aquél que juega a ser un dios sin importar las consecuencias. En recuerdo de todo ello, surgen las “Voces de Chernobyl”.

Lo mejor: la riqueza de testimonios que aporta Cruchten. La impactante labor fotográfica.

Lo peor: la sensación de que el autor tenía entre manos un fantástico metraje con el que no termina de arriesgar.


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