jueves, 4 de mayo de 2017

EL RECUERDO DE UN ÚNICO DÍA (1962)



En pleno régimen franquista, fueron muchos los que desearon cumplir el sueño de trabajar como director de cine, pero muy pocos lograron encontrar cobijo en el mítico Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) de Madrid, que comenzaría su andadura en el año 1947 y que, posteriormente, en 1962, sería reconocido como la Escuela Oficial de Cinematografía. Su educación terminaría en 1976, después de casi una década de declive debido a la gran conflictividad que se respiraba dentro de la escuela, considerada como “un nido de rojos”. De ella salieron los mejores cineastas de la historia del cine español, como Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga en su primera etapa, a la que seguirían Víctor Urice, Imanol Uribe, Iván Zulueta, José Luis Borau, Antonio Drove, Carlos Saura o Pilar Miró, entre otros grandes nombres.

Una vez que José Luis Sáenz de Heredia se encarga de la dirección del centro, los alumnos empezaron a exhibir sus propias obras en el Palacio de la Música como parte de sus prácticas de licenciatura. Uno de los afortunados en esta segunda etapa dorada, que dataría de 1959 a 1967, sería el cineasta vallisoletano Francisco Regueiro, que, curiosamente, se desmarcaba de las tendencias cinematográficas con las que sus compañeros experimentaban. Sin embargo, pocos pudieron entender “Sor Angelina, Virgen”. Tanto los alumnos, como la crítica y la administración, que casi dan por suspenso el ejercicio, no comprendieron el por qué realizar un trabajo con una monja como protagonista, un símbolo de los valores conservadores que el régimen tanto había explotado. Tristemente, esta percepción se convirtió en el posible estigma que le perseguiría a lo largo de toda su trayectoria profesional, 30 años en los que sólo vieron la luz 10 largometrajes y algún que otro episodio de ficción para la televisión.

“Sor Angelina, Virgen” narra el viaje que una joven novicia, Antonia (Concha Gómez Conde), hace para reencontrarse con su familia, la cual ha abandonado el campo andaluz para buscar una oportunidad en la gran urbe madrileña, en la que reside en pleno extrarradio de Vallecas. El mediometraje, de 26 minutos de duración, refleja un hecho social tan importante como los movimientos migratorios de mitad del siglo XX, en los que multitud de personas abandonaron el campo para probar suerte en capitales como Madrid o Barcelona, malviviendo en barracas que, como narraba el escritor y periodista catalán Francisco Candel en su obra “Los Otros Catalanes” (1964), podían ser derruidas de un momento a otro. Unas condiciones de vida que Regueiro refleja sin necesidad de dar el total protagonismo a Antonia, como muchos de los espectadores creyeron en aquellos tiempos.

Probablemente, estemos ante el comienzo de aquella modernidad cinematográfica para la que algunos aún no estaban preparados. Esos nuevos movimientos europeos abanderados por la Nouvelle Vague y los posteriores nuevos cines, entre los que se incluiría el español, con títulos que se exhibirían en el exterior debido a la censura. La mirada tan renovadora se aprecia en el mismo montaje, en la simplicidad técnica y prácticamente natural, que roza lo austero. Sumado a ello, se encuentra el gusto artístico del propio autor, que refleja su pasión por pinturas de Velázquez o Zurbarán, aportando un ambiente mucho más sombrío y profundo del esperado frente al brillo que irradia la novicia. 

Como señalábamos, no hay un único protagonista, ya que cada personaje aporta a la trama, ya sea la hermana pequeña de Antonia, cercana a seguir los pasos de ésta, a pesar de tontear con los chicos a sus 15 años de edad; o su padre, que, postrado en una cama con los achaques de la vida, narra los mayores traumas de su época laboral durante su estancia en la ciudad. Los recuerdos inundan la pequeña casita, en la que Antonia vuelve a revivir el gusto por lo material, los huevos y el chorizo sobre la mesa, hasta crecer en ella el pecado, su lucha con ese lado espiritual. Estamos ante la que califican como la obra maestra de Regueiro. “Sor Angelina, Virgen” es una de las prácticas más importantes de la Escuela Oficial de Cinematografía. La historia de un único día que queda retratado en una fotografía como recuerdo de la última visita de la hija, aquélla que en su momento decidió convertirse en monja por decisión propia, dejando atrás a una familia orgullosa por tan meritoria elección a los ojos de una sociedad ahora lejana.


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