martes, 6 de febrero de 2018

CEGADOS POR LA OBSESIÓN (1991)



El director y guionista surcoreano Jang Sun-Woo no gozaba de gran popularidad a nivel internacional a pesar de recibir importantes reconocimientos por sus obras, como el Premio Alfred Bauer por “Passage to Buddha” (1993), en el Festival de Berlín; o la mención especial en el Premio KNF por “A Petal” (1996), en el Festival de Rotterdam, siendo ambos de los primeros largometrajes que dieron pie a la nueva ola de cine en el país.  A nivel nacional, Jang Sun-Woo es todo un reputado crítico de cine que, sin embargo, detuvo su carrera tras las cámaras en 2002, con el estreno de la que fue su última película, “Resurrection: Empieza el Juego”, una comedia de acción con toques de ciencia ficción que no pasó más allá de las fronteras de Corea del Sur. Con una trayectoria nacida al albor del movimiento realista de la década de los 80, su influencia es obvia en su escasa filmografía, con historias realmente cercanas y cuestiones globales tratadas con gran respeto y distancia.

Primero fue la enfermedad psicológica de un hombre que se creía ser Jesús y debía salvar la ciudad de Seúl en “Seoul Jesus” (1986), después llegaron las ansias de éxito y venganza en “The Age of Success” (1988) y, más tarde, en “The Lovers of Woomuk-Baemi” (1990), el autor se dejaba llegar por un sufrido romance que, plasmaría, de una forma bien distinta en su siguiente cinta, “The Road to the Racetrack” (1991). R (Mun Seong-Kun) es un hombre que regresa de Francia tras finalizar sus años de doctorado. Ya es hora de enfrentarse a la realidad, a una familia que dejó atrás y a la que hace tiempo que no ve. Los sentimientos son bien distintos, ya que su anhelo por volver no es por reencontrarse con sus padres, esposa e hijos, sino por J (Kang Soo-Yeon), una de sus compañeras de estudios con la que tuvo un romance que espera retomar a su llegada. Sin embargo, J ya no es la mujer que él creía conocer y su idilio parece tener los días contados.

La obra de Jang Sun-Woo es uno de esos dramas en los que priman las palabras. Los diálogos son los encargados de provocar el avance de una narración en la que aparentemente no sucede nada. Los encuentros entre R y J desvelan su relación en el pasado, sus pensamientos, planes de futuro, emociones, mentiras y dolorosas verdades, pero, sobre todo, una gran naturalidad con la que estos dos personajes casi anónimos intentan volver a encontrar su lugar en una nueva rutina que hace años dejaron atrás. Deben hacer frente a cambios inesperados, a situaciones que desbordan, que provocan su duda o, incluso, desilusión. Con un metraje innecesariamente extenso, en el que las discusiones y arrebatos pasionales desfilan en casi dos horas y veinte minutos, el largometraje conquista por el realismo de una pareja arrolladora, visceral, carismática y con una conexión cautivadora.

Mun Seong-Kun acababa de empezar una trepidante trayectoria interpretativa con unos pocos papeles secundarios hasta llegar a este protagónico que le permitió recoger un galardón de la Asociación de Críticos de Cine de Corea. Por supuesto, su talento queda totalmente expuesto con un trabajo más complicado de lo que a simple vista parece. Cegado por el amor hasta extremos obsesivos, R es un torbellino de sentimientos que siempre son alimentados por elementos externos. Su impulsividad le lleva a hacer lo que realmente quiere sin pensar en absolutamente nadie más, ni siquiera en su amada. Desde esta actuación, Mun Seong-Kun no sólo ha vuelto a colaborar con el cineasta en varias ocasiones, sino que, además, suma títulos de gran popularidad a su filmografía, como el biopic “A Single Spark” (Park Kwang-Su, 1995), la erótica “Green Fish” (Lee Chang-Dong, 1997) o las más actuales “Un Monstruo en mi Puerta” (July Jung, 2014), el thriller “Hwayi: A Monster Boy” (Jang Joon-Hwan, 2013) o sus intervenciones en “Oki’S Movie” (2010), “En Otro País” (2012) y “En la Playa Sola de Noche” (2017), de Hong Sang-Soo.

Por su parte, la situación para Kang Soo-Yeon era muy diferente. Siendo uno de los rostros más populares del cine surcoreano desde los años 80, principalmente por haber sido una de las jóvenes musas del veterano director Im Kwon-Taek, la actriz se enfrentaba a una obra más en su imparable carrera. Lo cierto es que “The Road to the Racetrack” no destaca en demasía entre sus mejores interpretaciones, aunque este hecho no resta mérito a la excelente labor que realiza. En un plano mucho más maduro que R, J es una mujer ambiciosa, volátil y profundamente misteriosa. Es complicado saber qué piensa y siente en cada momento al controlar sus impulsos de forma constante. Muchas de sus palabras suenan engañosas, ambiguas y confusas, tanto para R como para el propio espectador. Tal es así que en ningún instante podemos predecir su comportamiento, aportando varias dosis de cal y muy poca arena a un hombre que ni siquiera sabe cómo reaccionar ante su presencia.

El desaparecido director de fotografía You Yong-Kil se esconde tras la imagen de esta obra de Jang Sun-Woo. Su marca quedó registrada en multitud de cintas, aunque “Navidad en Agosto” (Hur Jin-Ho, 1998), su última colaboración, fue una de las más recordadas hasta la fecha. En esta ocasión, ese realismo que el autor volcaba en los diálogos también viene expresado a través del aspecto visual. No hay grandes ostentaciones, sino una labor sencilla y pulcra que remarca la naturalidad de un romance en el frenético caos de Seúl, una ciudad inmersa en pleno crecimiento económico y expansión y en la que todavía hay cabida para historias de amor pasionales, impulsivas como un ciclón de lluvia entre días de sol. “The Road to the Racetrack” recoge la sinrazón del amor, la obsesión, el abuso, la nostalgia de una relación que eclipsaba las calles parisinas, pero que, en cambio, es bañada por una tormenta sentimental en Corea del Sur. Sin duda, una de las mejores y más populares obras que nos ha ofrecido Jang Sun-Woo, pero también toda una desconocida para los cinéfilos occidentales del siglo XXI.

Lo mejor: la naturalidad emocional de los personajes y sus impredecibles comportamientos.

Lo peor: la excesiva e innecesaria extensión de su metraje.

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