jueves, 22 de diciembre de 2016

UNA ENSOÑACIÓN DISTORSIONADA (1928)



Dentro del expresionismo más experimental, pocos conocen uno de los cortos más indispensables del cine no narrativo, “La Caída de la Casa Usher”, de los cineastas estadounidenses James Sibley Watson y Melville Webber. Esta vanguardia clásica, que engloba, además, corrientes tan exquisitas como el surrealismo, el dadaísmo o el impresionismo, entre otras, es un pilar fundamental para estudiar la evolución de la estética cinematográfica y artística. Por el contrario, aún siguen existiendo metrajes que son todo un misterio para el público convencional, a pesar de su esencial labor para crear el cine tal y como hoy lo conocemos, como es el caso de este cortometraje.

Webber y Watson prácticamente han permanecido a la sombra en la historia del cine a causa de una misma versión de la siniestra obra de Edgar Allan Poe realizada por el francés Jean Epstein, “La Caída de la Casa Usher (El Hundimiento de la Casa Usher)” (1928), que contó con la colaboración de Luis Buñuel como ayudante de dirección. Una corta participación la de éste, ya que se marchó un tanto airado del rodaje por desavenencias con el realizador. Webber y Watson llevaron a cabo muy dignamente su propia visión de tan atormentada historia, en la que, recordemos, Allan (Melville Webber), un viajero, visita la mansión de su amigo, Usher (Herbert Stern), el cual está realizando un retrato de su esposa, Madelaine (Hildegarde Watson). Sin embargo, cuanto más avanza el lienzo, más desfallecida se encuentra su mujer. Bien es cierto que, en pleno 1928, este trabajo podría parecer un tanto anticuado en su presentación y, quizá, ésta fuese una de las causas por las que el metraje cayó en el olvido frente a la presencia del de Epstein. No obstante, hay que tener en cuenta que ambos cineastas fueron quienes introdujeron en Estados Unidos las corrientes estilísticas de vanguardia que habían dominado Europa por completo.

“La Caída de la Casa Usher” se ha convertido en todo un ejemplo de caligarismo, puesto que, como se puede apreciar, posee claras influencias del metraje cumbre del director alemán Robert Wiene, “El Gabinete del Doctor Caligari” (1919). El toque abstracto de las pinturas en movimiento sigue un hilo argumental que acompaña, de una manera un tanto difusa, a la estilización visual, proveniente de la pintura y el teatro. En lugar de decorados realistas, ambos autores recurren a fondos pintados, tomando cierto cariz artístico y siguiendo con las modas vanguardistas de la época. Igualmente, se puede observar un falso realismo escénico y una estilización del gesto de sus actores, restando un tanto el trabajo cinematográfico en favor de la modernidad visual. En este caso, Hildegarde Watson, Herbert Stern y el propio Melville Webber son fantasmas agazapados en las sombras, pendientes de su más oscura obsesión. 

La fantasía inunda la pantalla, provocando, con el transcurso del metraje, la sensación de no saber en dónde comienza y termina tan ambigua ensoñación. Las superposiciones, los desplazamientos de ángulo, la mirada filtrada bajo prismas en movimiento que crean ilusiones, pero también distorsiones ópticas, aportan la necesaria extrañeza surrealista al ambiente. Los juegos realmente acentuados de luces y sombras propios del expresionismo daban sus últimos coletazos durante estos años. Esta corriente poco a poco desapareció durante la siguiente década, para ser recuperada muchos años después de forma atenuada a través de ciertas reminiscencias en obras más arriesgadas del cine. En 1959, “La Caída de la Casa Usher” logró hacerse con una partitura musical elaborada por el famoso compositor Alec Wilder, culminando, así, el trabajo de Webber y Watson, que, por supuesto, requiere un obligado visionado para todos los amantes de la historia del séptimo arte. Una labor poco reconocida, pero igualmente importante, que logra hipnotizar aun habiendo transcurrido casi un siglo.



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