Con "Moebius", ha rizado el rizo. Ya fue censurada en su país de
origen y se dice, se comenta (vaya usted a saber si por darle más
publicidad al tema o no), que provocó desmayos, vómitos y diarreas en más
de un festival por lo truculento y mórbido de algunas de sus escenas. Y
ya de por sí, la historia es controvertida.
La cinta se centra en el personaje de un padre de familia (Jo Jae-Hyeon), que evita quedarse sin pene por un ataque de
celos de su mujer (Lee Eun-Woo). Ésta, al no
poder cortarlo, la paga con su pobre hijo (Seo Young-Ju), que acaba perdiendo el miembro. Y así es como la familia termina desmoronándose, con la mujer dándose a la fuga, y el padre intentando ayudar a un malogrado hijo que no encuentra consuelo. A partir de aquí todo es una espiral de sexo frustrado, palizas,
vejaciones e incestuosas situaciones entre padre, madre e hijo.
"Moebius" va más allá de toda cegadora polémica que nos impida llegar hasta la mente del director y sus intenciones a la hora de desarrollar una historia, tal y como ha sucedido infinidad de veces. Precisamente, Kim Ki-Duk no es una excepción a tan extraño plan. A veces, la consabida publicidad que ésto conlleva, como suele hacer el cineasta danés Lars Von Trier con sus trabajos, puede resultar más que golosa para dar a conocer o impulsar una carrera. Con una historia que se desarrolla sin un sólo diálogo, aspecto que el autor controla con suma maestría, nos hace dudar ante la posibilidad de que o bien siga perdido en esa espiral depresiva de creatividad, como anunciara en su documental "Arirang" (2011), o bien pretenda encerrar las miserias más bajas del ser humano en un filme que pida atención a raudales en detrimento de su tradicional poesía narrativa.
La falta de profundidad en la relación entre el padre y el hijo nos da pistas de que pudiera ser esta última opción, con escenas que tratan de abordar la cuestión del sexo de una forma más llamativa que expresiva y sin ese dramatismo que aporte cierta verosimilitud a lo que se nos está contando sin necesidad de caer en un desbordamiento emocional.
Sin duda, es inevitable sentirse atraído por el morbo, por los sinsabores de lo prohibido y por el tratamiento extrañamente erótico que rezuma la cinta. Atrás quedan los sentimientos de sus protagonistas, perdidos entre una especie de complejo de Edipo excesivamente evidente y la soledad de un dolor que no son capaces de exteriorizar correctamente.
Sin embargo, y pese a todo, Kim Ki-Duk es único a la hora de confluir perturbadoras obsesiones en hora y media de metraje. Su estilo resulta inigualable y quizá sea ésto lo que le convierte en un cineasta atrayente como pocos. La poesía, las tradiciones y las leyendas dejan paso a una nueva etapa de provocaciones, de impulsos y de, inesperadamente, polémicas, en la que ningún espectador podrá sentir indiferencia ante un trabajo que, ya de por sí, es realmente difícil de recomendar.
Sin duda, es inevitable sentirse atraído por el morbo, por los sinsabores de lo prohibido y por el tratamiento extrañamente erótico que rezuma la cinta. Atrás quedan los sentimientos de sus protagonistas, perdidos entre una especie de complejo de Edipo excesivamente evidente y la soledad de un dolor que no son capaces de exteriorizar correctamente.
Sin embargo, y pese a todo, Kim Ki-Duk es único a la hora de confluir perturbadoras obsesiones en hora y media de metraje. Su estilo resulta inigualable y quizá sea ésto lo que le convierte en un cineasta atrayente como pocos. La poesía, las tradiciones y las leyendas dejan paso a una nueva etapa de provocaciones, de impulsos y de, inesperadamente, polémicas, en la que ningún espectador podrá sentir indiferencia ante un trabajo que, ya de por sí, es realmente difícil de recomendar.
Lo mejor: las situaciones que se dan son demasiado disparatadas al no ser respaldadas con profundidad.
Lo peor: querer transgredir sólo por el mero hecho de hacerlo.
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