“El Hombre Más Enfadado de Brooklyn”, del director estadounidense Phil Alden
Robinson, es el típico trabajo que nos enseña la misma moraleja que otra
multitud de películas del estilo: hay que aprovechar nuestra vida. Y sí, no
está de más recordarnos una idea que se nos olvida cada día, pero, en este
caso, se queda en la superficie, en la historia de Henry Altmann (Robin
Williams), que, tras un accidente con el coche, acude a la doctora Sharon Gill
(Mila Kunis), quien, tras pasar por una semana catastrófica, decide mentirle a
su paciente diciendo que, debido a un aneurisma cerebral, le quedan 90 minutos
de vida.
Por
desgracia, sabemos que el protagonista intentará resolver sus asuntos
pendientes, siendo lo más emocionante de una cinta que es predecible al máximo.
Lo que podría haber sido una bonita historia que nos lleve a recordar grandes
clásicos como aquel fantástico “¡Qué Bello Es Vivir!” (1946), del inigualable
Fran Capra, pasa a ser una comedia más del montón, mientras nosotros vemos una
especie de juego de persecuciones como el ratón y el gato, en el que Henry
corre por la ciudad intentando despedirse de su familia y Sharon va detrás de
él para poder explicarle que no le queda tan poco tiempo. Una versión bastante
coja de “Mar Baum”, del cineasta y guionista israelí Assi Dayan, que en 1997 obtuvo mayores
méritos con una Palma de Oro en el Festival de Cine de Valencia.
A
pesar de ser uno de los últimos trabajos del fallecido Robin Williams, su
actuación no despunta con respecto a otras brillantes interpretaciones de su
filmografía. No obstante, protagoniza uno de los mejores diálogos frente a la
cámara, marcando un emotivo clímax en mitad de la película. Por su parte, el
resto del elenco, como Mila Kunis, Peter Dinklage o Richard Kind; se mantienen
simplemente correctos, con unas intervenciones que pasan sin pena ni gloria, no
por ellos, sino por el guión tan flojo que se nos presenta.
El
largometraje rezuma miedo, pero por no querer arriesgar. Robinson prefiere
quedarse con el tópico entre manos a ir un paso por delante. Bien es cierto que
no se puede pedir más de un autor que siempre se ha movido dentro de la comedia
convencional. No obstante, en esta ocasión, entre sus manos ha caído un guión
que pretende ser muchas cosas a la vez, pero que no termina de profundizar. Es
un drama sentimentalista, es comedia negra, pero también tiene humor absurdo y
drama familiar. Es un todo y nada y, por querer abarcar tanto, no sentimos la
más mínima empatía con sus personajes, faltos de desarrollo psicológico.
Para
mayor defecto del filme, la historia nos viene masticada hasta el más mínimo
detalle, con, incluso, flashbacks marcados en sepia, por si acaso nos
perdíamos. Eso sí, ese aire vertiginoso de Brooklyn queda perfectamente
plasmado, el estrés urbanita, esas calles sucias y ruidosas que son capaces de
acabar con la paciencia de cualquiera. Es
una pena que “El Hombre Más Enfadado de Brooklyn” sea de los últimos recuerdos
que tengamos del gran Robin Williams, ese actor que tan pronto nos hacía reír
como llorar y que ha marcado la infancia y adolescencia de muchos de nosotros.
Lo
mejor: la imagen nociva de Brooklyn. El fantástico diálogo de Williams ante la
cámara.
Lo
peor: casi todo. Una historia extremadamente convencional y masticada, una
banda sonora redundante, unos personajes sin apenas desarrollo y unas técnicas
“chapadas a la antigua”.
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