El
cine es pura magia. Nos traslada a situaciones inesperadas y nos invita a
imaginar, a reflexionar y a disfrutar de las historias como si de un libro de
cuentos se tratara. Es un amplio escenario de libertad creativa, en la que el
autor hace y deshace a su antojo hasta que consigue lo que en su mente ya tenía
preparado. Probablemente, el director francés René Clair no esperaba la
importancia que adquiriría su aportación al séptimo arte. En concreto hablamos
de su cortometraje “Entreacto”, una producción surrealista que se asienta en
las bases del dadaísmo, aquella corriente artística que retaba al canon
establecido negando la razón y su propia existencia.
Sin
profundizar en cuestiones filosóficas, encontramos un metraje de corte
surrealista, en el que las escenas se unen sin una coherencia predeterminada.
Veremos a una bailarina girar sobre sí misma, a los acompañantes de un coche
fúnebre andar cada vez más rápido o a un cañón disparando a la propia pantalla.
Toda una declaración de principios que en su día no dejó indiferente a un
público que se limitaba a abuchear la obra del autor.
Curiosamente,
no sólo Clair aparece entre las imágenes. Los artistas Man Ray y Marcel Duchamp,
el compositor Erik Satie o su amigo, el pintor francés Francis Picabia, quien había
encargado esta obra para proyectar junto a unas imágenes del ballet sueco. Con poco presupuesto, sólo hicieron falta un operador y dos ayudantes que completaron
un equipo que grababa sobre la improvisación a través de un ritmo sonoro y
visual de absoluta compenetración.
Si
nos trasladamos a los años 20, comprenderemos la gran sorpresa que supuso el
ágil uso de la cámara, que rompía totalmente con lo hasta entonces visto.
Fundidos, giros, planos oblicuos, invertidos, superposiciones, imágenes
geométricas, oscilaciones, diferentes encuadres, etc. “Entreacto” es toda una sorpresa imprescindible en la historia del cine que
consigue arrancarnos una sonrisa y reflexionar sobre la genuina mente del ser humano.
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