Decir
“Puro Vicio” nos lleva a pensar en cualquier cosa menos en algo sensato,
¿verdad? Un título que llama la atención por sí sólo para la cinta del
famoso director estadounidense Paul Thomas Anderson. Partiendo
de la base de que estamos ante uno de los cineastas más importantes en la
actualidad y que no suele dejar indiferente a nadie, muchos albergábamos
expectativas al nivel de “Boogie nights” (1997). Tal vez sea por la
ambientación que une a ambas películas la que hizo que relacionáramos todo, a
excepción de su trama, y ha sido francamente un error. Pero centrémonos en
este curioso largometraje, en la historia de Doc Sportello (Joaquin Phoenix), un
detective privado de Los Ángeles a principios de los años 70. Una noche, Shasta
Fay (Katherine Waterston), le contrata para que investigue la desaparición de
su amante, Michael Wolfmann (Eric Roberts), un magnate inmobilario; y el plan
que su mujer, Sloane (Serena Scott Thomas), junto a su entrenador personal,
maquinan para meterle en un manicomio y quedarse con su fortuna.
La
adaptación de la novela de Thomas Pynchon parte de una premisa sumamente
interesante, pero acumula tal cantidad de personajes que acaban convirtiendo a
la cinta en puro caos, por lo que es inevitable que, poco a poco, sintamos que
nuestro interés va a menos. A pesar de ello, la presencia de Phoenix es
fascinante, cada escena nos muestra al actor cómodo, en su salsa, lleno de
carisma, ese magnetismo con el que nos ha embriagado también en sus anteriores
trabajos, incluida su colaboración con Anderson, “The Master” (2012). Como
antagonista, un interesante Josh Brolin, en el papel del teniente de policía,
nos enseña la gran versatilidad que puede mostrar. También destaca Benicio del
Toro de secundario, siendo una lástima el desaprovechamiento de éste con menos
apariciones en pantalla de las que nos gustaría. Así podríamos seguir nombrando la gran cantidad de
nombres que desfilan ante nuestros ojos.
Esa
ansia por contar cada detalle, por abarcar más de la cuenta, nos lleva al
desorden, a un final confuso, que desilusiona y no consigue meternos en la
historia, pero que, a su vez, emula al efecto de las drogas. Más de dos horas y
media de cabos sueltos, donde no se nos explica la relación entre
personajes y donde se va construyendo una trama que cuesta seguir, bajo ese
halo hippie de la época y diálogos existencialistas creados por una ilusión
seductora.
El
director de fotografía Robert Elswit, que ya es un habitual en cada proyecto
del autor, realiza una labor fantástica con ciertos toques de la noir y una
base retro muy lograda. Por otro lado, el compositor británico Jonny Greenwood
se encuentra al frente de la banda sonora en algunos momentos correcta y en
otros desmesurada, pero siempre respetando ese aura psicodélica propia de los sesenta. Salta a la vista que el metraje final está realmente cuidado y es que
no se podría esperar menos de Anderson. Sin embargo, y aunque no da la sensación
de que la narración se eternice, sí es cierto que algunas escenas no son
necesarias, mientras que alguna que otra parece dilatada.
Lo
mejor: las interpretaciones de Phoenix y Brolin, que como siempre nos muestran
su talento en todo su esplendor.
Lo
peor: la cantidad de personajes que contribuyen a una película caótica en su
conjunto.
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