Nuestra
historia bien se podría escribir a través de las luchas entre pueblos,
independientemente de la causa que les lleve a ello. No obstante, todos sabemos
que lo más deseado y valorado por todos es la igualdad. Y lo sitúo en primer
lugar en vez de nombrar nuestra propia vida porque miles de personas
han sacrificado este tesoro, el más valioso, por conseguir ser como los demás ante
la ley. No importa a qué raza, país o colectivo nos refiramos, a lo largo de
los siglos todos han tenido el anhelo de sentir la libertad que ese derecho
conlleva. Sin embargo, después de tanto tiempo, a día de hoy sigue sin haber
justicia. Puede que ciertas democracias lo faciliten, puede que las religiones
lo promuevan, puede que la educación lo enseñe, pero todos sabemos que no somos iguales aún, porque, por desgracia,
no lo somos ante nuestros propios ojos. Todavía
existe el racismo, la xenofobia, la homofobia, etc. Decenas de corrientes que
impiden que algún día consigamos tratarnos como personas. Hay demasiados
intereses de por medio, en su mayoría de tipo económico y, no nos engañemos, el
poder es un gran obstáculo que no nos permite mirar más allá de nuestras narices.
El
séptimo arte tiene ese pequeño don de ablandar corazones, de ilustrar a los
espectadores y, sobre todo, de seguir concienciando. Es por eso que, de vez en cuando, surgen “piezas” como “Selma”, de la directora estadounidense Ava
DuVernay. Sí, en este caso, es mejor pronunciar la
palabra “pieza”, puesto que este tipo de películas forman parte de un todo, de ese
conjunto de cintas que siguen recordando parte de nuestra historia. No
se trata de un biopic sobre la figura del político y activista Martin Luther
King (David Oyelowo), sino un pequeño extracto de lo sucedido en la marcha
que se produjo de Selma a Montgomery, Alabama, en 1965. Un acto que consiguió
un paso adelante en esta lucha, cuando el presidente Lyndon B. Johnson (Tom
Wilkinson) terminó aprobando una ley a favor del derecho al voto para la
comunidad negra.
Tan
sólo han pasado 50 años desde aquel acontecimiento histórico, pero son los suficientes
como para que, sin querer, quede en la lejanía o, lo que es peor, en el olvido.
Una trama intensa e interesante que, sin embargo, decae en algunos instantes al
carecer de un punto de tensión, un defecto al que, por desgracia, muchos biopics
se ven condenados. Y es que resulta arriesgado hacer este tipo de largometrajes,
en los que inevitablemente ya sabemos cómo se suceden los hechos. “Selma” queda
supeditada a un guión que peca de simple y que no termina de emocionar como
cabría esperarse.
No
obstante, el punto fuerte viene marcado por las interpretaciones de un
fantástico elenco de actores. Oyelowo, con una actuación voraz, presenta a su
personaje como esposo y como líder del movimiento. Dos facetas muy diferentes
y, en ocasiones, incompatibles, viéndose dividido entre el amor a su familia y
el amor a sus convicciones. El esfuerzo del actor para emular al máximo al
activista queda de manifiesto en la pasión y entrega que muestra y en la
empatía que, por ello, despierta. Un sentimiento a flor de piel que pudimos ver cuando el artista se emocionó durante la gala de los Oscars con el pequeño
discurso llevado a cabo por el cantante John Legend y el rapero
Common en agradecimiento al galardón por el tema principal, “Glory”. Por su
parte, Tom Wilkinson ya no requiere halagos de ningún tipo a estas alturas. Su
trabajo es simplemente sensacional con un papel de autoridad que le viene
como anillo al dedo. “Selma” despliega nobles intenciones que no todos sabrán apreciar. Un
retrato de una realidad que aún sigue entre nosotros y un relato que, si bien
no es perfecto, es digno de tener en cuenta, de visualizarlo, de profundizar y
de adquirir esa conciencia que debe despertar.
Lo mejor: invita a la reflexión y a seguir en pie por una lucha que
aún no ha terminado. Las estupendas interpretaciones de Oyelowo y Wilkinson.
Lo peor: carece de tensión alguna y esto provoca que el ritmo decaiga
en bastantes escenas.
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