“Suite
Francesa” es un claro ejemplo del perfecto ejercicio cinematográfico. Tan
perfecto, que se pierde por el camino cualquier atisbo de emoción en una
historia que debería haber sido intensa y profunda cuanto menos. El director
británico Saul Dibb nos presenta la adaptación de la trilogía de libros de la
ucraniana Irène Nèmirowsky, un texto que conmocionó especialmente a las editoriales francesas, escrito en plena Guerra Mundial y encontrado en 2004
por su hija. La novelista, de origen judío, fue deportada a Auschwitz donde
falleció y, varias décadas después, ganó el premio Renaudot, entregado por
primera vez de forma póstuma. La inacabada obra, que entra en la cartelera española el viernes 8 de mayo, cobra importancia por ser de
las pocas que narran los terribles hechos fuera de los campos de concentración
y desde el punto de vista de los familiares afectados y refugiados que
padecieron el temible poder de su enemigo.
En
este caso, la cinta se vuelca en el libro “Dulce” y, en menor medida, en
“Tormenta de Junio”, con la historia de una hermosa joven aldeana, Lucile
Angellier (Michelle Williams) que vive junto a su estricta suegra, una
terrateniente adinerada (Kristin Scott Thomas), a la espera de la llegada de su
esposo, combatiente en la guerra. Con la ocupación de los alemanes en el pueblo
francés de Bussy, ambas se ven en la obligación de cobijar al refinado teniente
Bruno von Falk (Matthias Schoenaerts), a quien ignoran y odian por completo.
Sin embargo, la protagonista no puede evitar sentir cierta atracción por el
joven, lo que desembocará en una historia de amor oculta con demasiados
obstáculos. Refugiados en la lejanía del conflicto, la localidad verá su
apacible tranquilidad coartada, donde los habitantes serán juzgados en función
de su clase social, dando lugar a confabulaciones, pero también a actos de
solidaridad.
Tanto
Williams como Schoenaerts conectan perfectamente como pareja, viéndose arrastrados
por unos personajes verosímiles, pero a los que les falta garra. Igualmente,
ese distanciamiento con el público hace que se mantengan en segundo lugar
frente a Scott Thomas, que realiza un trabajo arrebatador, mostrando, como
siempre, su fantástica versatilidad. Junto a ellos, destaca Ruth Wilson (como
Madeleine Labarie), ganadora al Globo de Oro por su papel en la serie dramática
"The Affair", que enriquece con su aportación a un elenco verdaderamente
atractivo, pero víctimas de los fallos en los perfiles psicológicos.
Cuando
se trata de la Segunda Guerra Mundial, es difícil sorprenderse a estas alturas.
Son tantas las películas que se han basado en historias ambientadas en el
nazismo, pero el encanto de “Suite Francesa” reside en la vida de su autora,
por lo que es imposible recriminarle a Dibb la falta de originalidad, aspecto
que intenta compensar con la perfección que señalábamos al principio. Los patrones del
cine dramático y bélico se siguen al extremo, atados con cadenas para que ni un
detalle se extravíe. Toda esa corrección técnica resta valor a la intensidad
que la trama debería haber transmitido, con una relación amorosa que nos deja
indiferentes y que no traspasa la pantalla. En cambio, los hechos que ocurren
en el pueblo, lleno de habladurías y malas intenciones entre clases sociales,
saltan a un primer plano, debilitando a un más el idilio protagonista. La voz
en off de Williams nos explica los hechos y sentimientos por demás, en una especie de laguna redundante que deja en evidencia la búsqueda de la simpleza para un espectador
que no exija nada en absoluto.
La
magnífica escenografía es intachable, junto a la labor fotográfica a manos del
joven director barcelonés Eduard Grau, que está desarrollando su carrera fuera
de nuestras fronteras gracias al impulso que recibió con “Enterrado” (Rodrigo
Cortés, 2010). Otro hombre de éxito que se suma al equipo de Dibb es el
compositor británico Rael Jones, popular desde “Los Miserables” (Tom Hooper,
2012). Temas intensos en percusión, que recrean y complementan una brillante
ambientación, ensalzando la profunda suite que da título a la obra y que ha
sido creada por el recientemente oscarizado Alexandre Desplat.
Lo
mejor: Scott Thomas deja sin aliento en varias escenas. La excelente banda
sonora no deja indiferente a nadie.
Lo
peor: el error está en el exceso de perfección, por lo que el cineasta hace más
hincapié en la parte técnica, olvidándose del verdadero motor de la historia,
el romance.
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