“A Bittersweet Life”, del director surcoreano Kim Jee-Woon, nos muestra, una vez más, una historia sobre venganza, pero sin muchos adornos ni complicaciones. Sin embargo, es algo más que una simple revisión asiática del filme “Le Samouraï” (1967), del mítico cineasta francés Jean-Pierre Melville. El autor, reconocido hasta ese momento por obras como su ópera prima, la comedia “The Quiet Family” (1998) y el terror fantasmal de “Dos Hermanas” (2003), consiguió asentar su carrera a través de un cambio de género que le llevaría directamente al thriller y a las historias de gángsters para, así, introducirse en el circuito internacional de festivales como el de Sitges, certamen en el que se alzó con el premio a la mejor banda sonora gracias al trabajo realizado en “A Bittersweet Life”. En su posterior filmografía se demuestra su consagración con títulos que han dado la vuelta al mundo, que han funcionado perfectamente en taquilla o que, incluso, han pasado a formar parte de la representación del séptimo arte nacional. “El Bueno, el Malo y el Raro” (2008), “I Saw The Devil” (“Encontré al Diablo”, 2010) o “Doomsday Book” (2012), en la que el realizador decidió experimentar con la ciencia ficción, son los ejemplos más llamativos de una fulgurante carrera.
La película no podía contar con un actor principal más
idóneo que Lee Byung-Hun, que desarrolla su carrera entre grandes producciones
hollywoodienses y su tierra natal. Para esta ocasión, interpreta a Sunwoo, un gerente de hotel que es la mano derecha de Kang (Kim
Young-Chul), un mafioso que decide contar con él para vigilar a
su prometida (Jeong Yu-Mi), ya que sospecha que le está siendo infiel. Sin
embargo, Sunwoo empieza a tener sentimientos hacia ella, lo que le creará un
gran conflicto con su jefe. Romance y cine de gángsters se combinan para crear
una cinta encumbrada en la trayectoria cinematográfica de Corea del Sur. Su extenso
inicio nos presenta el perfil del protagonista, un elegante y tímido trabajador
que esconde un lado oscuro mucho más brutal y violento, cuestión por la que
Sunwoo apenas se rodea de conocidos.
Solitario en un camino que parece estar destinado a la
autodestrucción, su historia no contiene giros inesperados ni elementos
sorpresivos que puedan hacerla despuntar en el género, aunque bien es cierto
que el más que correcto tratamiento de su narración hace que capte nuestra
atención desde el primer instante y nos haga disfrutar de una producción
correctamente elaborada. Poco conocemos del resto de personajes que se
mantienen en todo momento en un segundo plano, provocando que Sunwoo sea el
único centro de toda una trama que se extiende a lo largo de dos horas exactas
de metraje. Los pequeños detalles se suceden sin ninguna explicación,
dinamizando un ritmo que ya de por sí no necesitaba fluir con tanta ligereza,
pese a que en alguna que otra escena se detenga más de lo debido para crear un
aura mucho más dramática.
Como tónica habitual, no podían faltar algunos toques
humorísticos, que, a veces, rozan la acidez y, en otras, rompen con el hilo de intriga que se desprende. El refrescante realismo con el que
Jee-Woon enfrenta las escenas de acción han convertido a la cinta en una obra
indispensable para todo amante de la manufactura surcoreana. El prisma bajo el
que se recoge esa crudeza que respira la violencia proporciona un punto de vista que
muchas otras películas olvidan o intentan suavizar, pero, en este caso, estamos
ante un héroe que peca de antagonista, que posee cierto código moral aún
latente y, por supuesto, una humanidad que todavía no ha perdido y que es
enfocada a través del personaje femenino. Es muy complicado olvidar las
secuelas que dejó la famosa trilogía de su compatriota Park Chan-Wook, llevada
a su máximo exponente en la imprescindible “Old Boy” (2003). Un modelo que sigue
personificándose en ejemplos como el de “A Bittersweet Life” y que obliga a
tener en cuenta ciertos detalles como el peso que cobran las salpicaduras de sangre o la saliva,
elementos que por sí solos ya consiguen impactar.
Su director de fotografía Kim Ji-Yong es popularmente
conocido por sus intervenciones en la dramática “Silenced” (2011) y la comedia
fantástica “Miss Granny” (2014), de Hwang Dong-Hyuk, o el internacional thriller
“Hwayi: A Monster Boy” (Jang Joon-Hwan, 2013). No es la primera vez que trabaja
con el veterano actor Lee Byung-Hun, ya que en 2010 formaría parte de “The
Influence” (J.Q. Lee); ni tampoco con Jee-Woon, a cuyo equipo se uniría en
“Doomsday Book” o en su primera producción norteamericana, “El Último Desafío”
(2013), la película de acción protagonizada por el mismísimo Arnold
Schwarzenegger. Para esta ocasión, los grandes contrastes visuales potencian
los juegos de luces y sombras que sacar partido aún más a las escenas de mayor
intensidad coreográfica. Bajo la estela del azul intenso tan propio del género,
la tensión viene acompañada de una banda sonora muy acertada a cargo de los
compositores surcoreanos Dalparan y Jang Yeong-Gyu.
"A Bittersweet Life” es una obra más que correcta que,
aunque no logre sorprender ni conseguir despuntar en el mundo del thriller y el
cine de gángsters, permite entretenerse de principio a fin con una facilidad
pasmosa. Si, además de ello, se cuenta con la presencia de uno de los mejores
actores de Corea del Sur, Lee Byung-Hun, el producto no puede ser más
atractivo. Un curioso puzzle de dobles apariencias muy propio del séptimo arte
contemporáneo en el que el héroe puede llegar a convertirse en todo un perfecto
villano con interesantes contradicciones.
Lo mejor: cine negro asiático que mezcla lo mejor de los clásicos occidentales y orientales. Lee Byung-Hun realiza un trabajo impecable e impasible.
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