Hay
ciertas películas que, aunque no nos llame la atención su trama o el elenco de
actores, nos parecen una auténtica maravilla una vez nos decidimos a darlas una
oportunidad (la mayoría de las veces, por aburrimiento, siendo sinceros). Tal
vez sea un ejemplo de ello “Calvary”, del director y guionista británico John
Michael McDonagh.
Es
cierto que tuvo poca promoción y que su historia, precisamente, no es
demasiado llamativa, ya que la religión no suele ser una cuestión muy
taquillera. A pesar de ello, está por demás decir que es necesario dar una
oportunidad a esta producción, ya que al final resulta ser una grata sorpresa.
Así es como, de golpe, nos adentramos en la vida del padre James Lavelle (Brendan
Gleeson). Sin más dilación, la cinta comienza en el confesionario. El cura
escucha atentamente a un feligrés cargado de odio por los abusos que sufrió en
su infancia por parte de otro clérigo y es por eso que ha decidido devolver la
moneda al destino y asesinar a alguien bondadoso como él. Tiene el plazo de una
semana para poner todos sus asuntos en orden, pero el próximo domingo será su
último día. Con tal amenaza empieza “Calvary”, cuyo título ya nos confiesa el estado en el que Lavelle se encontrará durante estos días.
Con
este segundo largometraje, tras su ópera prima “El Irlandés” (2009), McDonagh
da un paso firme en su carrera. No es un trabajo que destaque en demasía, pero
sí es cierto que el autor arriesga con un tema controvertido que no deja de
llamar a la polémica y que nos invita a participar en algo distinto. A pesar de que
parte de un comienzo precipitado, el resto del metraje es tranquilo, pero a su
vez se desarrolla de forma dinámica gracias a unos fantásticos toques de humor
negro y abrasivo en unos diálogos muy perspicaces que marcan el punto fuerte de
la película. Su ritmo es constante y la tensión se acumula poco a poco hasta
romper en un auténtico clímax.
Su otro atractivo es la participación del actor Brendan Gleeson, con un trabajo que soporta la totalidad de la narración y que nos aporta todo tipo de sensaciones, desde el cariño hasta la rabia contenida, pero siempre haciéndonos partícipes de sus propias reflexiones y del lado más íntimo del personaje. Kelly Reilly es su hija, que pese a ser un papel aparentemente más importante que el resto de secundarios, termina transformándose en alguien más de la gama de protagonistas. Unos secundarios muy correctos, aunque no todos contribuyen a la historia, sino que más bien parecen estar de relleno, al igual que ciertas escenas que tampoco vienen al caso.
Su otro atractivo es la participación del actor Brendan Gleeson, con un trabajo que soporta la totalidad de la narración y que nos aporta todo tipo de sensaciones, desde el cariño hasta la rabia contenida, pero siempre haciéndonos partícipes de sus propias reflexiones y del lado más íntimo del personaje. Kelly Reilly es su hija, que pese a ser un papel aparentemente más importante que el resto de secundarios, termina transformándose en alguien más de la gama de protagonistas. Unos secundarios muy correctos, aunque no todos contribuyen a la historia, sino que más bien parecen estar de relleno, al igual que ciertas escenas que tampoco vienen al caso.
Sin
embargo, “Calvary” es una gran sorpresa y un soplo de aire fresco en la siempre sorprendente industria irlandesa. Su toque intimista y melancólico nos encierra en la cuenta atrás de
alguien que recibe un castigo inmerecido. Una observación sobre la crueldad y
la hipocresía de nuestra sociedad que McDonagh vuelca de golpe en nuestro
imaginario.
Lo
mejor: la espléndida actuación de Gleeson y el retrato del asombroso paisaje
irlandés del condado de Sligo. La labor fotográfica del director británico
Larry Smith nos deja sin aliento.
Lo
peor: engrosar la duración del filme a través de escenas innecesarias.
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