El artista francés Marcel Duchamp se convirtió en uno de los
pilares fundamentales del movimiento dada. Con la adquisición de una máquina
óptica, comenzó a interesarse por las artes cinematográficas, expandiendo, así,
su talento y creatividad más allá del arte moderno y sucumbiendo, como no
podría ser de otra manera, a las nuevas tecnologías que empezaban a estar al
alcance de unos pocos a principios del siglo XX. Así es como dio vida a “Anémic
Cinéma”, aunque nunca la firmó con su nombre, sino con su alter ego Rrose
Sélavy. No fue su primer coqueteo con el séptimo arte, puesto que, con
anterioridad, filmó a la baronesa von Freytag-Loringhoven y su depilación de
pubis, a pesar de que tal metraje acabara estropeándose y sólo pudiese salvarse
una pequeña parte de él; y también tuvo tiempo para formar parte de la
filmación de “Entreacto”, una de las obras más célebres de su amigo, el
cineasta francés René Clair, en donde participa activamente con una partida de
ajedrez junto a su compañero artista Man Ray.
Tanto él, que puso a disposición su estudio, como el
director de fotografía suizo Marc Allégret ayudaron a Duchamp con la producción
de “Anémic Cinéma”, en donde vuelve a rezumar ese erotismo de sus inicios
cinematográficos, pero, esta vez, desde un prisma algo diferente. La cinta combina
diversos objetos, de los cuales, es destacable la inserción de Rotoreliefs.
Una mágica palabra inventada que venía a referirse a los dibujos animados que
aparecían en la obra y que se unen tanto a los juegos de palabras que surgen
desde el mismo título como a los escenarios que supuran ese atisbo de
sensualidad. La dualidad que transpira su alter ego también se traslada a sus
imágenes, entre sonidos y frases, que nunca surgen de forma caprichosa, sino
como parte del subconsciente del autor. Versos que proceden de diversas
fuentes, como de Adon Lacroix, la esposa de Man Ray, y que suponen un elemento
más del propio movimiento surrealista.
Aparentemente, “Anémic Cinéma” podría ser tildada de cinta
paranoica entre dibujos geométricos en movimiento, positivado de fotografías
directas sin negativo o rayografía y palabras en francés sin sentido, pero, en
realidad, Duchamp juega con el espectador para introducirle en un claro
experimento visual y mental en el que los sonidos que recibimos son contrarios
a las palabras que visualizamos. Paranomasias y aliteraciones que nos mantienen
encerrados en el metraje hasta su punto y final gracias a la inevitable
curiosidad que despierta la creatividad óptica del autor. Cada dibujo recortado
en cartón, cada letra pegada, una por una, en estas piezas. La labor tanto del
artista como de sus compañeros fue ardua, minuciosa y prácticamente al mismo
nivel que otros metrajes de la época, como bien pudiera recordar al estilo de “Ballet Mécanique”, del director y guionista francés Fernand Léger.
“Anémic Cinéma” también supuso un primer intento de venta de
merchandising. Una maniobra francamente interesante e inteligente
que, en cambio, se vio precipitada por los tiempos. La venta de aquellos
cartones cortados en forma de figuras geométricas y que eran expuestos en una
plataforma giratoria fueron un auténtico desastre para su bolsillo, pero, al
menos, sirvió para dar pie a nuevos experimentos en otros ámbitos científicos. Al final, este proyecto de casi 7 minutos de duración se llevó toda la primera paga de
su herencia, pero ha sido reconocido como una de las piezas experimentales más
importantes de la historia del cine. Fue estrenada en pleno agosto en una
pequeña sala privada de París y sólo unos pocos tuvieron la suerte de
acceder a la visualización de un inigualable poema visual que utiliza las
herramientas cinematográficas disponibles de una forma inesperada.
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