jueves, 17 de noviembre de 2016

TRILOGÍA DE LA MUERTE, TRILOGÍA DE LA VIDA (1990-1998)


Como pionero del "nuevo género de terror-fantástico" en España, el director y guionista catalán Nacho Cerdá reunió en tres cortometrajes lo que ahora son el referente para muchos autores del género. Tres obras monumentales, rodadas con mucha dificultad y con escaso presupuesto, pero que vieron la luz en grandes festivales, en donde su esfuerzo fue merecidamente reconocido. Y, en esta ocasión, recordamos aquí estas tres grandes historias.



THE AWAKENING (1990):


El tiempo se detiene tras quedarse dormido, pero las cosas no resultan tan sencillas como parece y, en ese más allá, “The Awakening” nos despierta en lo que sería una experiencia extracorporal. Sin pretensiones ni rodeos, nos traslada al instante en el que una indolora muerte hace su presencia desde un punto de vista espiritual, con la incomprensión que esto podría generar a cualquiera. Al respecto, hay que destacar que Nacho Cerdá comenzaba esta trilogía con cierto aire amateur bastante irremediable debido, principalmente, a esa escasez de medios. Su sencillez y originalidad narrativa no obvia ciertos fallos más evidentes de lo deseado, pero en su intención se transforma un buen hacer al crear una dosificada atmósfera altamente opresiva que se incrementa durante el transcurso de sus escasos 8 minutos de duración. Un primer cortometraje de corte surrealista y expuesto en un simple blanco y negro, que en su esencia aguarda una gran idea, un estupendo argumento y un trabajo sobradamente sólido que logra captar nuestra atención por los méritos que el director se ha ganado. Alma y cuerpo se despojan de su sentido más amplio para forjar un ejercicio de estilo de lo más interesante, sobre todo, a nivel sugestivo. Su uso de la intriga y el terror en un ambiente surrealista hacen de esta obra un metraje indispensable para todos los amantes del género.





AFTERMATH (1994): 


Nacho Cerdá extenderá su trabajo hasta el mediometraje con “Aftermath”, la segunda obra que conforma esta Trilogía de la Muerte y, probablemente, la más impactante de todas. El terror y el gore aúnan fuerzas para dar vida a la pequeña historia de un médico forense que extrae los órganos de sus muertos para dar de comer a su mascota. Poco queda para dar un paso más hacia la necrofilia, hacia la imagen explícita que siembra polémica a su paso. Tal vez, el ser humano no tenga límites, aunque, en esta ocasión, no hablemos de su plano más espiritual, como se desarrollaba en “The Awakening”, sino de cruzar ese umbral de lo prohibido que el autor trata de explicar con gran éxito sin necesidad de un solo diálogo. El inquietante sonido es el encargado de transmitir ese horror sin escrúpulos hasta convertirse prácticamente en real. En tan sólo 32 minutos de metraje, la frialdad que baña la imagen provoca que tomemos distancia para una posterior e irremediable reflexión. Pocas veces asistimos a una dicotomía tan extraña, en donde se puede extraer belleza de lo más macabro gracias a esa mejoría en la planificación de cámara que realiza el cineasta. Un trabajo mucho más depurado que su antecesor, en especial, a nivel estético, que impacta desde la mínima expresión a partir de la degradación del ser humano, que parece no tener límites. Una opción alternativa al género en la que no tiene cabida la decepción.





GÉNESIS (1998):


Mejor cortometraje en los Fant-Asia Film Festival y en el Festival de Sitges y una nominación a los premios Goya en 1998. Un final triunfal para esta Trilogía de la Muerte, que termina con el mediometraje “Génesis”. El luto se fusiona con el arte escultórico para retratar los traumas de quien ha perdido a un ser querido. Y, de nuevo, regresa esa belleza nacida de la muerte, esta vez desde un punto de vista más doloroso, la pura imagen de la pérdida. La poesía del metraje fluye en un romanticismo gótico, en esa idea de superar a la propia muerte, de esa esencia en la que el ser humano desea cruzar el límite y jugar a ser un dios sin pensar en las terribles consecuencias que de ello se desprenden. Cerdá abandona ese matiz misterioso de sus anteriores trabajos para bañarnos de una oscuridad que acaba tornándose en terroríficamente trágica. Lo que guardaba esperanza termina en crueldad, pero el destino a veces es el que dicta las normas en la naturaleza. El autor vuelve a hacer uso de esa ausencia de diálogos para expresar visualmente en 30 minutos de metraje esa perversa ensoñación que adquiere un componente nostálgico y más humano de lo esperado. Repitiendo ciertos recursos estéticos, la pieza, que nada una vez más en esa sencillez ya característica, tiende al daño reflexivo consecuente, el aspecto efímero de esa eternidad. El horror del drama culmina con un trabajo que se ha mitificado con el paso de los años por razones totalmente legítimas. Una trilogía indispensable que rezuma creatividad a cada instante.




Lo mejor: su frescura, su "inocencia", su originalidad, su crudeza y su romanticismo.

Lo peor: los pequeños fallos interpretativos y defectos técnicos, aunque no llegan a ensombrecer lo bello, asqueroso y original de su trilogía.

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