Algunos tuvimos el inmenso placer de conocer al director y
guionista Martti Helde y, a su vez, sentirnos atraídos por los nuevos aires
dentro del cine de Estonia, gracias a su ópera prima, “In the Crosswind”, una
excelente obra experimental que suponía un homenaje a los ciudadanos de Europa
del Este que, en 1941, fueron expulsados de sus tierras y destinados a
distintas zonas de Siberia por mandato de Stalin. Este claro obsequio compuesto
por retratos más vivos de lo que jamás hubiéramos pensado, dio paso a dos
cortometrajes más, “Superbia” (2014) y “Tuult püüdes” (2015), que se suman a
las otras piezas con las que el cineasta inició su carrera. Sin embargo,
tuvimos que esperar cuatro años más para poder disfrutar de su esperado segundo
largometraje, “Scandinavian Silence”, un drama que no se desprende de esa
experimentalidad de la que partía Helde en sus primeros trabajos.
Tom (Reimo Sagor) acaba de salir de la cárcel. A mitad de
camino, un coche se detiene a pocos metros de él. Es su hermana Jenna (Rea Lest).
Una vez que monta en el vehículo, ambos entran en un viaje experimental que
pone a prueba sus sentimientos. El pasado sigue persiguiéndolos, el castigo
permanece en sus vidas y los silencios se vuelven necesarios, puesto que, hasta
entonces, ninguno de los dos había escuchado al otro. Un hecho fatídico cambió
su destino y, como es lógico, tienen un punto de vista diferente en función de
su experiencia y los lazos que les unían a sus padres. La violencia y los
abusos han construido un muro entre los dos, cuando lo cierto es que se necesitan
mutuamente, más que nunca, y nadie podrá cambiarlo. Es difícil superar los
nueve premios que obtuvo con “In the Crosswind”, pero lo cierto es que esta
historia no pasó tampoco desapercibida, puesto que logró alzarse con cuatro
galardones, destacando especialmente su reconocimiento en nada menos que Karlovy Vary.
Lo más interesante de esta cinta es su construcción
narrativa. Su influencia experimental transforma los 75 minutos de metraje en
tres fragmentos en los que se repite la misma acción. En el primero de ellos,
Tom es el único que habla. No espera que su hermana colabore, sino que escuche
una versión del pasado que ella desconoce. De esta forma, pretende que comprenda
por qué hizo lo que hizo y por qué aún sigue pagando por ello. Jenna solo
gestualiza hasta que, en un determinado momento, actúa y desaparece sin darnos
mayor detalle. No es hasta el segundo fragmento cuando descubrimos qué se
esconde en la mente de la joven. Ella explica sus emociones, sus secuelas y le
hace descubrir qué es lo que ha sucedido en ausencia de su hermano. Ahora
podemos entender su comportamiento y cómo se relaciona con un tercer
personaje anónimo, pero, aun así, sigue faltando una parte de la información
que nos ayude a penetrar de alguna manera en su relación.
Efectivamente, la tercera parte de esta historia se centra
en los detalles que completan el relato, continuando hasta un final en el que
ambos vuelven a verse en el límite. La cuestión que surge en ese instante, en si
merece la pena traspasar o no dicho límite, poniendo a prueba nuevamente su
relación. Para entonces, ambos ya han hablado, han explicado la versión tan
personal de sus recuerdos y eso ha provocado un cambio que determinará la conclusión
de “Scandinavian Silence”. Sin embargo y, pese a que su construcción resulta
llamativa, lo cierto es que las expectativas elevadas de su ópera prima no
evitan que exista cierta desilusión por una trama que, al fin y al cabo, no nos
marca en absoluto. Es cierto que Helde mantiene a la perfección el suspense con
esta técnica narrativa, pero su clímax no deja de ser algo insípido para el
atractivo desarrollo que tiene.
El hecho de que el cineasta permita que cada uno de los
protagonistas pueda desahogarse sin interrupción alguna facilita que ambos
actores puedan poner a prueba sus dotes interpretativas desde el más puro silencio o, por el contrario, desde la expresión misma de sus emociones. Sagor y Lest no solo
deben poner énfasis en cada una de sus palabras, sino que, además, sus gestos y
miradas son de vital importancia para la continuidad del suspense.
Precisamente, este aspecto no defrauda, puesto que ambos realizan una excelente
labor cargando con todo el peso dramático de la narración. Ninguno posee una
trayectoria extensa ni ampliamente reconocida. Por un lado, la carrera de Sigor
cambió tras su participación en “El Alpinista Fantasma” (Urmas Eero Liiv,
2015), a partir de la cual obtuvo su primer protagónico en el drama “Võta või
jäta” (Liina Trishkina, 2018). Por su parte, Lest destacó especialmente en el
papel principal de “November” (2017), la curiosa obra del cineasta Rainer
Sarnet en la que la actriz interpreta a Liina, una joven enamoradiza en un
escenario cubierto por magia negra, hombres lobo, extrañas plagas y espíritus
errantes.
Helde vuelve a contar nuevamente con el director de
fotografía Erik Põllumaa, que, en esta ocasión, además, colabora con el
cineasta Sten-Johan Lill para realizar un trabajo inigualable. Si “In the Crosswind” nos dejaba extasiados por su imagen, “Scandinavian Silence” no se
queda atrás. En un blanco y negro de extrema pureza y con fuerte contraste, nos deleitamos del
paisaje más invernal de Estonia. Entre bosques y llanuras nevadas, Tom y Jenna se
desplazan mientras nosotros disfrutamos de un panorama sublime, en donde el río
parece haberse convertido en puro petróleo capaz de fragmentar la naturaleza salvaje. Un trabajo sin igual que acompaña a
la narración experimental con la que Helde vuelve a sorprendernos a pesar de la
sencillez de su trama.
Lo mejor: su construcción narrativa supone una perfecta
maniobra para mantener la intriga. Su magnífica fotografía es su punto más
fuerte.
Lo peor: la trama peca de excesiva sencillez a pesar de su
tratamiento, siendo un aspecto tremendamente negativo tras las expectativas generadas con “In the Crosswind”.
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