La espectacularidad en el género de acción suele acumular grandes adeptos, pero, en concreto, el mundo de las carreras de coches llama aún más la atención en la cartelera. Espectaculares vehículos de alta gama, kilómetros recorridos a gran velocidad, inyecciones de adrenalina y persecuciones arriesgadas. Éstos son los ingredientes básicos de un cocktail que siempre promete diversión.
El segundo largometraje del director estadounidense Scott Waugh, “Need for Speed”, cumple con estas directrices basándose en la saga de videojuegos de carreras automovilísticas bajo la licencia de la compañía Electronics Arts, en la que un mecánico, Tobey Marshall (Aaron Paul), es culpado de la muerte de uno de sus mejores amigos, fallecido durante un improvisado desafío con Dino Brewster (Dominic Cooper). Una vez que sale de la cárcel y acompañado por la atractiva copiloto Julia (Imogen Poots), busca venganza ante su injusto arresto en la arriesgada competición clandestina De León, la Liga de Campeones.
Es cierto que, en este tipo de trabajos, la acción prima por encima de la trama y este caso no es una excepción. Su historia es extremadamente sencilla, pero poco importa cuando el fin es la búsqueda del más puro entretenimiento. Partiendo de esta base y sin grandes expectativas, la sed de venganza es el motor con el que funciona el argumento, aderezado, cómo no, de un previsible toque de romance. No obstante, su montaje está cargado de intensa adrenalina y es que Waugh, además de permanecer tras las cámaras, ha sido especialista de cine y sabe muy bien cómo ganarse al espectador. El impactante despliegue de efectos CGI y las secuencias rodadas con un gran número de cámaras otorgan un mayor realismo y, por tanto, diversión.