Poco ha transcurrido desde el fallecimiento del líder sudafricano Nelson Mandela en 2013, año en el que la sociedad mundial lloró la pérdida de uno de los activistas más importantes que nos ha dado nuestra historia y que recoge, a modo de homenaje, el biopic, “Mandela: del Mito al Hombre”. Un largometraje realizado por el director británico Justin Chadwick que parte de la propia autobiografía autorizada del afamado activista. Todo un fantástico homenaje que sólo el séptimo arte podía rendirle.
La cinta parte desde sus comienzos como abogado de minorías, de aquellas personas que sufrían discriminación en la capital, Johanesburgo. Su interés por conseguir derechos para su pueblo, por erradicar el racismo y la opresión que imperaba en la ciudad, su lucha dio los primeros pasos al formar parte del Congreso Nacional Africano (CNA), pero, a causa de una serie de atentados, Mandela es juzgado para ser encarcelado durante 27 años. Una vida tras las rejas en las que sus convicciones se fortalecerían para desembocar en la presidencia de su país en 1994.
La sobriedad en la narración aporta una gran elegancia en una trama trabajada con sumo tacto para desmitificar al líder político. La dosificación del dramatismo y la emotividad facilitan la sensación de ligereza en un metraje que no deja de ser una sucesión de los acontecimientos más famosos de Mandela, pero que, a su vez, profundiza en los momentos más desconocidos, su vida privada durante sus dos matrimonios y posteriores divorcios, sus hijos, las crisis personales, etc. Más original que sus antecesoras, Chadwick le humaniza al aportar cierto intimismo con todos estos elementos entre sus manos, de tal forma que nos acerca un poco más a una de las personas más importantes de nuestra historia.
Asistimos a circunstancias que, en su día, fueron retratadas por los medios de comunicación y es que, aun en pleno siglo XX, debemos recordar los constantes conflictos racistas que se sucedieron en Sudáfrica y que en la película quedan dignamente plasmados. Aquellas barbaries son complementadas con imágenes de documentales que otorgan un mayor realismo al guion de William Nicholson.
El famoso actor británico Idris Elba es el encargado de dar vida a tal célebre líder con una impecable interpretación que, obviamente, lleva todo el peso de la acción y que le supuso una nominación a los Globos de Oro en 2013. Mimetizado en su totalidad por los gestos y la voz de Mandela, nos conquista con un fantástico carisma y magnetismo desde el principio del filme. Su mirada desafiante, llena de viveza y jovialidad se va transformando, poco a poco, en la madurez que requiere su papel, procurando una profundidad de quien muestra entereza ante las dificultades y de una experiencia que engalana la sabiduría de quien tenía muy claros los objetivos a perseguir. Sin embargo, la labor de envejecimiento, en la parte final del metraje, le convierte en un ser de plástico ante tal cantidad de maquillaje.
Independientemente de ello, el autor hace hincapié en los sentimientos, en el trasfondo de un activista que debe adaptarse a los contratiempos. Es por eso que queda recalcada la soledad a la que queda expuesto durante su estancia en el pequeño cubículo en el que fue encerrado cuando entró en la cárcel, creando una especie de contrapunto de quien se fortalece a la hora de expresar sus ideas, de entender los problemas y las necesidades de un pueblo al que la sociedad le dio la espalda en una etapa vergonzosa de la historia.
Naomie Harris ejerce de compañera, de la segunda esposa, Winnie, con la que estuvo más años casado y que cumple con un personaje luchador y defensor de la causa que lleva su marido. Durante el encarcelamiento de éste, su ideología se endureció hasta concluir en prácticas malsanas de las que Mandela se desvinculó. Su resentimiento hacia los opresores le costó un matrimonio que, bajo la mirada de sus compatriotas, resultaba ejemplar. Pese a que su postura llegue a ser comprensible y justifique algunas de sus acciones, el líder se percató de que el odio simplemente albergaba más violencia y las muertes de muchos desfavorecidos, llegando a distorsionar los objetivos que realmente había que defender y obstaculizando una labor que subraya el pacifismo y que quería lograr un cambio que debía haberse producido hace mucho tiempo.
El desfile de personajes secundarios complementa la trama, pero no adquieren la importancia que deberían haber tenido. Al tratarse de un biopic, el eje central de la historia impide la profundización en los hilos argumentales paralelos, por lo que es difícil empatizar con ciertos nombres que, igualmente, esconden una fatídica experiencia llena de injusticias.
La labor fotográfica realizada por el director británico Lol Crawley da especial relevancia a la exposición de bellos paisajes naturales y a la gama cromática que aportan. Un escenario que confronta con la visión lúgubre y gris de las calles de Johannesburgo en las que residía Mandela. Junto a la fantástica banda sonora, encabezada por el maravilloso tema del grupo U2, “Ordinary Love”, que acompaña a los créditos y que logró la nominación a los Oscars, el dramatismo queda expuesto en una fusión con sonidos africanos.
Chadwick consigue un resultado notable de una historia hermética y, en su mayor parte, popularmente conocida. “Mandela: del Mito al Hombre” cumple con su propio título al humanizar al afamado líder político, pero deja atrás en gran medida la evolución ideológica, el motor que construyó el día a día de uno de los hombres más luchadores, del activista que permitió cambiar, por fin, el transcurso de la historia.
Lo mejor: la humanización de un hombre que conocíamos a través de los medios de comunicación. La labor fotográfica de Crawley. La emotiva banda sonora.
Lo peor: la evolución ideológica permanece a la sombra en todo momento.
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