martes, 23 de abril de 2019

ESCAPANDO DE LA VIDA (2017)


Desde los años 90, es bastante común encontrar obras independientes en las que principalmente se trata la deriva que muchas veces caracteriza tanto a nuestra sociedad actual. Ese retrato del mal-estar tan generalizado que rebusca en el existencialismo para desnudar y que obliga a confrontarse con uno mismo sin defensa alguna. Aún a día de hoy sigue siendo un tema recurrente que despierta una inevitable empatía entre los espectadores y que descubre realidades urbanas que, de alguna u otra manera, resultan irremediablemente cercanas. A este tipo de narrativas, en las que todo parece evanescente entre no lugares e impedimentos para vivir, se suma el primer largometraje de la directora, productora y guionista Cati González. “Ekaj”, proyectado en un gran número de festivales, logró alzarse con varios premios principales que funcionan a modo de sello de calidad cuanto menos. Pero, ¿quién es la persona que da título a esta obra?

Ekaj (Jake Mestre) es un joven inocente y solitario, forzado a vagar por las calles debido a que su padre no ha sido capaz de aceptar su homosexualidad. Perdido entre la muchedumbre de Nueva York, es víctima de múltiples infortunios hasta que conoce a Mecca (Badd Idea), con el que termina compartiendo un cigarro. Su nueva amistad le protege, divierte, aconseja y apoya. Es una persona especial entre todo lo que le rodea. Él le enseña a robar, a prostituirse, a ser independiente, a mantenerse en una vida de constantes tropiezos. Ambos salen a trabajar por la noche, mientras que, por el día, se cuelan en el piso del primo de Mecca o buscan refugio entre extraños conocidos. Ekaj crece, descubre un amor erróneo, un negocio para el que sirve, una nueva excusa para consumir drogas que le hagan soportar su día a día. Sin embargo, la salud de Mecca se deteriora demasiado rápido. El SIDA pretende interponerse entre lo más verdadero que tiene Ekaj, su amistad con Mecca.

Demasiado fuerte para odiar, demasiado sensible para amar. Entre sentimientos, el protagonista se encuentra en una perpetua deriva sin final, perdido en una enorme ciudad como es Nueva York, a la sombra de aquellos lugares tan simbólicos y turísticos que conocemos, vagando por calles siniestras, durmiendo en un rincón sobre bolsas de basura, pasando el rato en un banco del parque mientras se ve obligado a compartir un cigarro. Estamos ante un cuerpo errante, obligado a deambular sin destino, pero que recorre la gran urbe como si verdaderamente fuera un fantasma. Se han perdido las referencias sociales, ideológicas y espacio-temporales en una desubicación entre lugares de tránsito y tiempos inconcretos que emborronan unos límites engullidos por la oscuridad. Y aunque Mecca siempre está a su lado, de repente aparece otro ser, un cuerpo estable, inesperado, que le arrastra a pasar una tarde de charlas y bebidas. Un disfrute que le lleva a una agridulce sonrisa, puesto que Ekaj no sabe muy bien qué debe hacer, qué debe ser. Para él es normal que una pareja se comporte de forma psicótica al querer hasta la locura, demostrando que aquello tan místico como es el amor, una vez más, son puras fantasías.

Todo parece una ensoñación, pero es más real que nunca. Ekaj termina siendo un cuerpo esclavo de vicios, de espirales, de derrumbamientos, de un pozo sin fondo y de su padre, un hombre que nunca quiso quererle tal y como era, que le echaba en cara su comportamiento y, en definitiva, su verdadero ser. El es consciente de los juegos psicológicos que el “otro” hace, pero no puede evitar sentirse arrastrado por una dependencia que es el resultado de la falta de cariño, comprensión, de la necesidad de encontrar un sitio en este mundo, un sitio en sí mismo. Y de repente llegan las heridas de guerra, aquellas que dejan un rastro tras unas gafas de sol. La evidencia de que, otra vez, nada funciona. Desaparece la pasión, la motivación y Ekaj queda colgado en un estado de ingravidez.

Jake Mestre es todo un descubrimiento en esta odisea. Precisamente, Cati González, su descubridora, saca el máximo partido visual al joven actor y modelo neoyorquino combinándolo con la desenvoltura tan fresca de algunas de las conversaciones que comparte, especialmente, con Mecca. Su imagen andrógina juega a su favor, mostrando la fragilidad de su personaje frente a la rudeza y fortaleza de ciertas miradas. Igualmente destaca la expresividad de su cuerpo, que toma protagonismo en algunas escenas. Cati González inyecta su vocación como fotógrafa de moda en la propia obra, incorporando fragmentos más contemplativos en los que Mestre simplemente posa. Un pequeño lastre que, en un inicio, aportan viveza y ritmo a la narración, mientras que, a mitad de su desarrollo, generan una sensación de excesiva redundancia que sólo acaba funcionando en su recta final gracias a las últimas reflexiones del protagonista. Es en ese clímax cuando el presente se convierte rápidamente en pasado, pero no uno cualquiera, sino en un parásito que extrae la energía de Ekaj en forma de traumas, pesadillas, malos recuerdos que le empujan a una espiral aún más profunda.

La cámara, siempre titubeante, parece perder el ritmo y el objetivo en algunos momentos puntuales, desenfocando sin medida y moviéndose excesivamente ágil sin sentido. Aunque el uso de la cámara en mano durante todo el metraje resulta innecesario, al menos facilita la inmersión en una historia con aires de documental. Es cierto que, a nivel técnico se produce un crecimiento muy apreciable. Después de 80 minutos de metraje, “Ekaj” ya no parece la misma película del principio, pero su protagonista tampoco. Aquel joven que entró en un estado de no realización, que se cubría con una máscara invisible entre encuentros casuales. Ahora está más perdido que nunca dentro de una vivencia en los bordes, de un estado flotante que nunca se sumerge en el agua. Es entonces cuando sólo queda reflexionar junto a él: ¿de quién es la culpa?, ¿del otro?, ¿de los demás?, ¿de Ekaj?, ¿de la sociedad?, ¿realmente mereció la pena?

Lo mejor: Sí, al menos merece la pena sumergirse en la ópera prima de Cati González, en un drama social que toca diversas cuestiones reales, homosexualidad, prostitución, supervivencia, amistades, amores sin amor...

Lo peor: la irregularidad en su trama, marcada por instantes puramente contemplativos que no terminan de aportar nada.


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