El dibujante y escritor francés Émile Cohl se convirtió en
uno de los primeros directores de metrajes de animación en la historia del cine
global. Probablemente, nunca hubiera pensado en tal posibilidad, ni siquiera
cuando fue contratado por la gran compañía cinematográfica francesa Gaumont, a
día de hoy, la productora y distribuidora más antigua del mundo. Precisamente,
su mirada e interés siempre se encontraba en donde otros aún ni habían llegado.
No es de extrañar que su primera inserción en la dirección fuera con la pieza
“Japon de fantaisie” (1907), que vino a evidenciar su fascinación por el exotismo, el “otro” lejano, pero también el ilusionismo, el trucaje. Un primer trabajo que le
llevaría por el camino de la experimentación para crear una de sus piezas más
importantes en una filmografía que consta de más de 300 obras de incalculable
valor realizadas en apenas 15 años de trayectoria.
“Fantasmagorie” se creó durante el primer semestre de 1908.
Cohl utilizó una placa de vidrio iluminada para generar la silueta de los
dibujos, siguiendo el ejemplo del productor y director norteamericano James Stuart Blackton. De hecho, el cineasta inicia su obra ejemplificando esta técnica, la
cual le llevaría a alcanzar nada menos que 700 fotografías para proyectar las pequeñas
aventuras de un muñeco llamado Fantoche. Es en este entrañable personaje en el
que reside todo su valor, puesto que, a nivel narrativo, la pieza no posee
conexión entre las diferentes secuencias de las que está compuesta. En apenas 2
minutos de duración, el metraje de Cohl recoge cómo Fantoche crece y decrece,
sujeta una espada, se pelea con las plumas del tocado de una mujer que no le
permite ver el espectáculo, vuela, se encierra en el interior de una caja,
pierde la cabeza, es absorbido por una botella gigante, etc.
Proyectado el 17 de agosto de 1908 en el Théâtre du Gymnase
de París, “Fantasmagorie” terminó siendo recordado por la historia del cine
como el primer metraje realizado completamente con animación. Cohl dedicó
quince años de carrera a lo que más le apasionaba, el dibujo al que otorgó algo
tan valioso como el movimiento, la vida. Un pequeño germen que desarrollaría
todo un género cinematográfico que, a día de hoy, sigue disfrutando de gran
éxito en los mercados internacionales. Por supuesto, tal especialización tuvo
su recompensa, puesto que, aun trabajando para Gaumont, recibió encargos de las
productoras más importantes del país, como Pathé, Éclair, Lux o Éclipse.
No obstante, tal y como ocurriera a otros cineastas de la
época, Cohl acabó siendo lapidado por una tremenda bancarrota tras la Gran Depresión,
cayendo en el más absoluto de los olvidos. Quiso el destino darle una última
oportunidad, un diminuto espacio para el recuerdo ante el último suspiro. El 19
de enero de 1938, el Cinéma des Champs-Elysées proyectó alguna de sus más
célebres piezas, como esta que nos atañe, permitiendo descansar para siempre a un cineasta que tan sólo
unas horas después, ya día 20 de enero, fallecía en la pequeña ciudad de
Villejuif, al igual que lo haría sólo un día más tarde otro de los grandes directores
que conformaron esta etapa preclásica del cine, Georges Méliès.
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