Recordamos
al director canadiense François Girard por el popular drama “El Violín Rojo”
(1998), que se llevó un Oscar a la Mejor Banda Sonora en 1999 gracias a la fantástica
labor realizada por el compositor estadounidense John Corigliano. Sin embargo,
fuera y a parte de esta obra, el resto de su escasa filmografía pasa sin pena
ni gloria. Poco más de 20 años como cineasta en los que ha entregado muy pocos
títulos, casi todos irregulares en su desarrollo, como ocurrió en la posterior “Seda (Silk)”
(2007), un largometraje que podría haberse convertido en una apasionante cinta
de época, tal y como ya apuntaba la asombrosa fotografía que poseía, y que, en cambio, nada en la mediocridad.
Tras
siete años desde esta última, el autor se centró en “El Coro”, una apuesta bastante atractiva por
el reparto que lo conforma, pero que trata una historia demasiado conocida y
explotada. Ben Ripley se hace cargo de contar la vida de Stet (Garrett Wareing),
un niño de 11 años que se queda bajo la tutela de su padre, Gerard (Josh Lucas), el
cual trata de mantenerle en secreto por miedo a que se entere su otra familia. Tras
el fallecimiento de su madre a causa del alcohol, el joven se ha quedado
totalmente solo, con el único apoyo de la señorita Steel (Debra Winger), que le
acaba convenciendo para que ingrese en un prestigioso internado con el fin de
sacar partido a su gran talento: su voz. Allí es donde Wooly (Kevin McHale) se
dará cuenta del gran potencial que tiene Stet, al que pondrá al día en los estudios y
le conseguirá una gran oportunidad en su vida: cantar en uno de los mejores
coros del país. Para ello, Carvell (Dustin
Hoffman) tiene que dar su consentimiento, algo que es bastante complicado y más teniendo al portentoso Devon
(Joe West) como voz principal y protegido por el profesor Drake (Eddie Izzard).
Como
se puede apreciar, estamos ante otra producción sobre familias disfuncionales,
niños con carácter que no piensan en su futuro, sino en los problemas, la
soledad y la falta de cariño que poseen. Dones que, aunque en este caso se
evaporen con la llegada de la pubertad, convierten a las personas en seres
especiales, pero que, en cambio, no saben cómo sacar provecho de ello. Es ahí
donde siempre entra la figura del instructor quien acaba sintiendo compasión,
pero que, o bien trata de empatizar con el protagonista y le lleva por el
camino de la comprensión, tal y como ocurría en la popular “Los Chicos del
Coro” (Christophe Barratier, 2004), o, al final, se decanta por una férrea
disciplina, en el caso de, por ejemplo, “Billy Elliot” (Stephen Daldry, 2000), o por obtener
el esfuerzo a través del duro reto, del enfrentamiento verbal, y por extraer
una competitividad con la que habitualmente se funciona en Estados Unidos,
donde lo importante es ser el mejor por encima de todo, como sucedía en la
reciente “Whiplash” (Damien Chazelle, 2014).
Es
evidente que su principal atractivo es el elenco con el que cuenta, capitaneado
por el veterano Dustin Hoffman en un papel realmente cómodo, que no entraña
ningún tipo de esfuerzo por su parte y que, inevitablemente, apenas destaca en
su engrosada filmografía. Por su parte, el gran protagonista de la narración es
el joven Wareing al frente de su primera aparición en pantalla. Una grata
sorpresa de un niño que sólo tiene experiencia en cortometrajes y que realiza
una labor perfecta y sumamente empática llevando todo el peso de la trama. Es
indudable que tanto él como su adversario en la cinta, West, gozan de un talento vocal
asombroso.
El
resto del reparto tampoco pasa desapercibido. Es un placer volver a ver a la
actriz Debra Winger llevando a cabo un trabajo más que satisfactorio y emotivo como vital apoyo del
niño. Junto a ella, un casi irreconocible Izzard que se presenta majestuoso y
con altivez, un entrañable McHale, Lucas, con un personaje difícil de sacar adelante al
verse en la encrucijada de mantener en secreto a un hijo por miedo a que su
actual esposa le rechace, y Kathy Bates, la directora del prestigioso centro, que goza de una interpretación muy agradable por los toques de elegante
comicidad que suministra al guion y que hacen respirar al dramatismo de la obra.
“El
Coro” es un largometraje sencillo, bonito, sentimental, que funciona a la
perfección con una historia de sobra conocida y que no sorprende en absoluto,
puesto que ya sabemos cómo será el inevitable desenlace. Girard ha preferido no
arriesgar y someterse a los típicos patrones del género para conseguir gustar
al máximo público posible. Dosis de superación personal bajo el telón del alimento
educacional que aporta la música, del aprovechamiento de grandes oportunidades,
del enfrentamiento ante la adversidad y del esplendor tras el tesón y el
esfuerzo.
El
director David Franco se encarga de la fantástica labor de fotografía, que
aprovecha la solemnidad de los espacios y que sirve de acompañamiento al pilar
fundamental de la obra, una banda sonora espectacular a cargo del compositor y
músico canadiense Brian Byrne. Temas corales clásicos y las voces angelicales
de unos niños que consiguen poner el bello de punta.
Es
inevitable que el convencional trabajo de “El Coro” no falle gracias a la
elegancia con la que saca partido a una trama demasiado explotada. El autor
logra cumplir con la simple función de entretener a su espectador y de crear la
emotividad necesaria para que, efectivamente, logre empatizar con Stet, pero de
ahí a que se convierta en un taquillazo o en una película a recordar en
nuestras vidas hay una gran diferencia.
Lo
mejor: el reclamo de utilizar a Dustin Hoffman que, como siempre, es un
magnífico atractivo. La impresionante banda sonora de la que hace gala.
Lo
peor: la previsibilidad en la narración.
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